Gurutz Olaskoaga Sarasola
YA han concluido los actos para celebrar las bodas de diamante del acceso de la reina Isabel II al trono del Reino Unido.
70 años de servicio y lealtad hacia sus súbditos que han tenido su merecida recompensa en millones de conciudadanos afectos a la reina, con una tasa abrumadora de aceptación de la monarquía como jefatura del Estado y sobre todo con un balance de un Estado de Derecho ejemplar.
Algo de ello habrá tenido que ver Isabel II, desde los lejanos tiempos en que Winston Churchill fue su primer primer ministro y los 14 que han venido detrás. Sin remontarnos demasiado al pasado, la reina ya heredó el sentido del deber y de la dignidad de sus padres, los reyes Jorge y María, cuando hicieron frente a la barbarie nazi y aguantaron estoicamente, como el resto de sus conciudadanos, sin abandonar Londres, los terribles bombardeos y su decidida ayuda y empatía con sus súbditos.
Llegados a este punto, creo que es ilustrativo el comparar el reinado de Isabel II con el del rey emérito Juan Carlos I.
De entrada, Juan Carlos I llegó de la mano del dictador Franco, con quien compartió balcón en la plaza de Oriente en octubre del 75, ante una multitud aclamándolos por los 5 fusilamientos del 27 de septiembre de aquel año. Nada que ver por supuesto con las numerosas veces que Isabel II y su familia han salido al balcón de Buckingham Palace a celebrar ante sus conciudadanos los grandes eventos de su reinado.
Pero es que alguien piensa que Isabel II y por supuesto el Estado del que ella es jefa, iba a permitir una corrupción generalizada, un primer ministro responsable del GAL, una alta judicatura trufada de jueces fascistas y prevaricadores, un ejército todavía golpista en parte muy importante al que se le teme más que se le respeta.
Que decir de la democrática actuación del gobierno de la Gran Bretaña, al permitir con toda naturalidad el referéndum de independencia de Escocia, sin que saliese la reina en un tono amenazador y cuartelero como el heredero del emérito cuando el referéndum de independencia de Catalunya, actuación que ya lo desacredita como jefe de Estado, pese a las alabanzas que recibe de los que dijeron lo mismo de su padre durante su vergonzoso reinado.
Volviendo a la judicatura, ¿acaso la británica se lanzó en masa como la española, contra pacíficos ciudadanos electos catalanes? El que esta judicatura española haya sido el hazmerreír de Europa por los fallos adversos de los jueces europeos, la última no acatar la sentencia del TEDH por el caso Atristrain no les ha frenado en nada en su prevaricación y prepotencia. Ellos son así.
No, nada del reinado de Isabel II hubiese sido posible con Juan Carlos I. No le vamos a achacar la totalidad de la responsabilidad, pero no cabe duda de que ha sido un rey corrupto, con una vida personal indecente, una especie de final de estirpe con su risa fácil, campechano dicen sus vasallos, para intentar salir de sus numerosas tropelías. Y en cuanto a su supuesto papel decisivo en la Transición y en el 23-F no creo que la historiografía moderna le otorgue ningún papel relevante, en la Transición ninguno y en el 23-F habría que estudiar su nivel de conocimiento o implicación.
Si las comparaciones son siempre odiosas, esta de la comparación entre los reinados de Isabel II y Juan Carlos I y la situación de los Estados que han dejado, es especialmente sangrante.
Llegados a este punto creo que la ciudadanía vasca en su conjunto, superando el falso discurso de los sentimientos de pertenencia tan caros a los que solo viven de agitar fantasmas, se tiene que plantear qué ventaja nos supone seguir perteneciendo al Estado español y asumir con todas sus consecuencias el ilusionante reto de establecerse cuanto antes como un estado propio en el concierto de las naciones más avanzadas de Europa y el mundo. Ese es nuestro sitio.