28 de Abril, el día nacional de Cerdeña

MARCEL A. FARINELLI

El 28 de abril es, para la mayoría de ustedes, un día como cualquier otro día del año. Para nosotros sardos es un día especial, es ‘Sa die de Sa Sardigna’, nuestro día nacional. Como por todos estos tipos de festividad, la efeméride recuerda un episodio de la historia en el que los sardos se encontraron unidos ante un peligro —una invasión— y que los intelectuales, décadas después de que se produjeran estos hechos, consideraron fundamentales para la formación de una identidad nacional. Nada nuevo, para quien sea familiar con los nacionalismos y las naciones sin Estado. De hecho, el rol de esta festividad para los sardos no es tan diferente a aquel del 11 de septiembre para los catalanes, pero hay un elemento que los distancia: los sardos no celebran una derrota, sino una victoria, una de las pocas que puedan recordar. Se conmemora “su scommiattu”, es decir la expulsión de todos los continentales desde Cerdeña.

Qué se celebra

Los hechos se refieren a un episodio ocurrido en medio de un período de fuertes tensiones políticas y sociales, para Cerdeña y para toda Europa. Los Saboya dominaban la isla desde 1720, pero en realidad no tenían demasiado poder sobre una sociedad y unas instituciones que todavía funcionaban como si la Corona de Aragón estuviera de pie. Para obviar esta situación, fruto de los tratados con los que se acabó la guerra de Sucesión, los Saboya basaron su poder en funcionarios provenientes del Piamonte, y en el mismo momento introdujeron por primera vez el italiano en la administración (hasta entonces se utilizaban el castellano y, sobre todo en Alguer, el catalán). El personal continental servía para “despagnolizzare” la sociedad sarda, una tarea que debería ser completada por la introducción del italiano en las escuelas públicas, y por la promoción de una nobleza de toga sarda que debería haber desplazado a la antigua aristocracia feudal, que hacía décadas que había abandonado Cerdeña. Todo ello creó tensiones entre isleños y continentales, con estos últimos que mostraron en más de una vez el desprecio hacia Cerdeña y sus habitantes, que consideraban un pueblo bárbaro (pensemos que los primeros se hacían llevar incluso el agua de Piamonte). Las tensiones, sin embargo, explotaron definitivamente en medio de la Revolución Francesa.

En 1793 los jacobinos organizan una expedición que, desde Córcega, debería haber liberado Cerdeña, donde la población vivía bajo la opresión del despotismo de los Saboya. Las clases dirigentes sardas, alarmadas, organizan la defensa de la isla (reactivando instituciones de raíz catalana), mientras los piamonteses y la Corona no parecen preocuparse. Prefieren que los franceses ocupen Cerdeña, y les dejen el Piamonte. Contra todo pronóstico, la expedición francesa, fue detenida por una milicia compuesta de campesinos, artesanos y nobles locales que, una vez ganada la batalla, exigieron algo a cambio. Habían evitado la invasión del reino, solos, sin ayuda de los continentales.

Para organizar la defensa se tuvieron que reunir los Estamentos, es decir el parlamento sardo. La institución no se reunía desde la víspera de la guerra de Sucesión. Fue como abrir la caja de Pandora: los consejeros, después de la victoria convirtieron la sesión en permanente y enviaron cinco peticiones al rey, que estaba en Turín. En las peticiones, destacaba la petición de que los sardos cubrieran las plazas de funcionarios del reino, entonces reservadas casi exclusivamente a los piamonteses. Después de meses, el rey rechazó todas las peticiones, arrestó a algunos de los líderes del movimiento político, y además otorgó unas condecoraciones por la defensa de la isla a unos aristócratas piamonteses, que nada habían hecho. Esto hizo estallar la rabia de los artesanos, pescadores y comerciantes de Cagliari, que habían soportado todo el peso de la resistencia (la ciudad fue asediada y bombardeada por los franceses), y el 28 de abril de 1794 asaltaron el barrio del Castillo. Ésta era una verdadera ciudad prohibida para los sardos, en la que sólo los piamonteses residían, así que entrar ya era un gesto revolucionario. Además, los sublevados cogieron a todos los continentales y los metieron en un barco, rumbo hacia Italia (algunos, sin embargo, acabaron en algunos islotes alrededor de Cerdeña). Poco después, en Alguer hicieron lo mismo, como en otros centros, y este gesto dio paso a un trienio revolucionario, llamado ‘Sarda Rivolutzione’ (1794-1796). Es un momento convulso, en el que los Estamentos —el parlamento— intentan introducir reformas liberales en medio de un clima de guerra (Francia está en guerra con el Piamonte). Pero no era sólo el jacobinismo el que inspiraba a los revolucionarios sardos, porque muchos de ellos miraban a Córcega, donde Pasquale Paoli había liderado entre 1755-1768 el primer experimento de Estado-nación moderno, y que en 1794 obtuvo una semiindependencia gracias a la ayuda británica. Los revolucionarios sardos, tras este empuje inicial, se acabarán dividiendo en dos alas, una partidaria de una república sarda y de la abolición del feudalismo, y una contraria a soluciones tan radicales. Después de una inevitable confrontación armada, los más conservadores ganaron y los piamonteses, con el rey, regresaron a Cerdeña en 1797. No se fueron hasta 1946, cuando nació la República Italiana.

La institución de la fiesta

Estos hechos, por mucho tiempo, fueron una memoria incómoda, o que necesitaba ser adaptada a la retórica nacional italiana. Hasta la mitad del siglo XIX, cuando los Saboya eran una de las dinastías más reaccionarias de toda Europa, la represión fue tan dura que no se podía hablar de la revolución sarda. Durante el ‘Risorgimento’, los líderes del movimiento sardo fueron interpretados como unos predecesores de los patriotas italianos, debido a su lucha contra el despotismo. Pero es durante los últimos cincuenta años cuando la fiesta ha adquirido su carácter de celebración nacional, y finalmente fue oficializada en 1993. ¿Por qué tan tarde? A diferencia del catalanismo, el sardismo no evolucionó hacia un verdadero nacionalismo hasta la década de los setenta del siglo XIX, cuando la descolonización y la situación política en Córcega estimulan tal evolución. Entonces, desde varios grupos políticos se recupera la memoria de la ‘Sarda Rivolutzione’, y cuando la isla es gobernada por una coalición en la que el principal partido sardista (Partido Sardo de Acción) tiene un peso importante, se propone la fecha como celebración nacional del pueblo sardo, y el canto “Su patriotu sardu a sos feudatarios”, como himno. Los años ochenta se caracterizan en Cerdeña por el crecimiento electoral del nacionalismo y por un debate sobre los límites de la autonomía. Es también un momento en el que algunos dirigentes políticos y militantes sardistas —Presidente de la Región incluido— están bajo proceso por un “complot separatista”, en una vicisitud judiciaria que nunca ha sido del todo aclarada. Uno de los resultados de esta fase histórica del nacionalismo sardo es el establecimiento del 28 de abril como fiesta nacional, no sin polémicas.

Una fiesta poco institucional

Visto desde Barcelona, ​​donde el catalanismo tiene una dimensión institucional y un peso electoral mucho más evidentes, la fiesta nacional sarda parece un día aguado. No hay una celebración oficial e institucional que pueda compararse al 11 de septiembre, ni tampoco las celebraciones populares igualan a las catalanas, probablemente por la crónica falta de solemnidad de las instituciones sardas. La población, más allá de la militancia nacionalista, no siente esta fiesta, también porque poco se ha hecho para enseñar esa parte de la historia en las escuelas de la isla. Yo mismo he estudiado los eventos de 1794-96 cuando hacía el doctorado en la Universidad Pompeu Fabra, porque en las escuelas o universidades italianas (yo he estudiado en Florencia) el tema no interesa. Aún así, pese a esta falta de solemnidad institucional, ‘Sa die de sa Sardigna’ es un potente símbolo identitario, que evoca la lucha de los oprimidos en contra de los opresores. Se trata de una temática que, en un entorno isleño, toma una gran fuerza simbólica. Pues, mucho antes de que se establezca la fecha como celebración oficial, todo el período revolucionario ha sido interpretado como la primera gran experiencia unitaria del pueblo sardo, la primera de esas experiencias que forma la conciencia nacional. En un momento de nuestra existencia, creo, todos los sardos hemos soñado con la fuerza revolucionaria de esta expulsión de los feudatarios, funcionarios, comerciantes y militares que oprimían a la población de la isla. Piensen que Antonio Gramsci, cuando era un adolescente y aún no había dejado Cerdeña, ya soñaba con la revolución, pero su consigna estaba en el mar de los continentales.

RACÓ CATALÀ