La esperanza, contra todos los violentos del mundo

La invasión de Ucrania por Rusia es más que probable que, en el futuro, la veamos como ese acto que cerró un período de la historia. A finales del siglo pasado la caída del Muro de Berlín, la desintegración de la Unión Soviética y los logros de los movimientos liberadores y democráticos en varios continentes, muy especialmente el fin del apartheid en Sudáfrica, nos hicieron imaginar que el mundo podía caminar hacia un período en el que el autoritarismo fuera arrinconado por una forma más o menos estable de democracia y de paz entre las naciones.

Pero la ilusión que esos años generaron se ha ido apagando. Por un lado, porque occidente, que quería hacernos creer que salía victorioso de la guerra fría, ha fallado una y otra vez y ha acabado mostrando su peor cara. Desencadenó la guerra criminal en Irak, que ha sido un fracaso completo pero que ha destruido, y me da la impresión de que por muchos años, una de las zonas más sensibles y difíciles del planeta. El imperialismo americano, ese complejo militar-industrial que tanto criticaba al presidente Johnson, entró como un elefante en una cacharrería en el Levante. Lo desestabilizó completamente y llevó a sus habitantes una cantidad impensable de dolor y angustia. Y Occidente, después, también falló en casa. La crisis del 2008 y la que ha originado la pandemia del coronavirus han llevado al límite el sistema y han hecho abrir los ojos a mucha gente: eso no es lo que se esperaba.

No esperábamos ese maltrato diario del que somos víctimas, pero todavía estábamos menos preparados para digerir el aumento veloz del autoritarismo en el mundo, no en un continente o en una zona, sino por todas partes. La lista, hoy mismo, da pavor. De Narendra Modi en la India a Viktor Orbán en Hungría. De Recep Tayyip Erdoğan en Turquía a los militares de Birmania. De Rodrigo Duterte en Filipinas a Jair Bolsonaro en Brasil. Y tantos y tantos malvados más. En África han vuelto los golpes de estado, en los últimos meses con una asiduidad que no se veía hacía décadas. Taiwán contiene la respiración mientras Hong Kong asiste atónito a su asesinato. Y los dictadores han decidido que ya no es necesario disimular con elecciones y han vuelto a nombrarse eternos, para siempre, como hizo el primer Xi Jinping. Y no sólo eso: la Unión Europea ha admitido que contiene estados que no son democráticos y ha tolerado como si no fuera suya la violenta reacción española contra el movimiento democrático catalán.

Putin, como es obvio y notorio, representa un punto y aparte en ese panorama. El mundo le ha permitido demasiados años demasiadas cosas por miedo a enfadar a un gran poder nuclear. Y él ha olvidado que existen límites. Primero fue la guerra brutal de Chechenia y el ataque contra Georgia. Occidente le aplicó sanciones y no ocurrió nada más. Luego ocupó Crimea. Y el mundo le aplicó sanciones y no pasó otra cosa. Ahora ha atacado a Ucrania y los ucranianos se han encontrado solos y en la calle, con sus solas armas, abandonados por las potencias occidentales –como nosotros mismos lo estuvimos en 1936-. Ahora habrá sanciones importantes, sí. Pero Putin las resistirá, salvo que los ucranianos saquen la fuerza de no sé dónde y puedan frenarle en sus ríos, en sus carreteras, en sus ciudades, en sus calles. O que Rusia se despierte de un sueño que parece mucho más que profundo.

El mundo se ha vuelto ciertamente un lugar inhóspito, donde los abuelos mueren solos en los hospitales o no pueden sacar su dinero porque no entienden los cajeros, donde cuatro grandes empresas globales han extendido los tentáculos por todas partes y han borrado las tiendas callejeras, donde los jóvenes deben buscar trabajo en la otra punta del mundo, donde las mujeres pueden ser asesinadas, donde las lenguas pueden ser asesinadas, donde cada móvil se ha convertido en un espía, donde las fronteras se han convertido en inmensas tumbas solamente cubiertas por el agua del mar.

Y contra todo esto, sí, estamos solos. Más vale saberlo y asumirlo. Si no olvidamos, sin embargo, cuando, sentados detrás de todo tipo de pantallas, enojados, cabreados, coléricos, indignados, cansados, peleados pero conjurados en nuestra estricta soledad a no bajar nunca los brazos ni a agachar nunca la cabeza ante nada ni nadie, nosotros somos la esperanza.

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