Una transición diferente

Para buena parte de la ciudadanía, el término transición energética sugiere algo parecido a un cómodo y rápido tránsito de una realidad a otra, cuando se trata de algo mucho más complejo: a lo largo de la historia, las transiciones energéticas nunca han sido fáciles, y la actual presenta aún más desafíos.

Uno de estos desafíos es el de la rapidez con la que hoy en día debemos actuar. A este respecto, cabe recordar que la transición de la biomasa al carbón comenzó a principios del siglo XVIII, para luego ganar protagonismo a lo largo del siglo XIX, aunque no fue hasta comienzos del siglo XX cuando el carbón superó a la biomasa como primera fuente de energía del mundo. Además de relativamente lentas, las transiciones energéticas del pasado también se han caracterizado por la adición de nuevas fuentes de energía primaria. Por ejemplo, el petróleo, descubierto (comercialmente) en 1859, no superó al carbón como la principal fuente de energía hasta la década de 1960, posición que sigue ocupando hoy en día, aunque el mundo utiliza casi tres veces más carbón que en la década de 1960.

Sin duda, la actual transición energética es radicalmente diferente. En lugar de adicionar nuevas fuentes de energía, persigue cambiar casi por completo los fundamentos energéticos de la economía mundial. Esta, valorada en términos de PIB en cerca de 86 billones de dólares, obtiene cerca del 81% de su energía primaria de los hidrocarburos (petróleo 30,9%, carbón 26,8% y gas natural 23,2%). La intención es sustituir este sistema energético basado en combustibles fósiles por otro neutro en emisiones de carbono, que en 2050 debería alimentar una economía global con un PIB cercano a los 185 billones de dólares. Ciertamente, materializar esta ambición en menos de treinta años –encarrilando buena parte del cambio en los próximos nueve– va a resultar una ardua tarea.

Entre otras razones, porque somos el hombre del hidrocarburo. No solo por los porcentajes citados, sino porque, de un modo u otro, estos compuestos y sus derivados están embebidos en prácticamente todo lo que constituye la vida moderna, aunque, paradójicamente, no seamos conscientes de ello. En su libro sobre cómo combatir el cambio climático, Bill Gates recurre a un discurso de D.F. Wallace (This is water) para explicar esta paradoja. Wallace se refiere a dos peces, a quienes otro, más experimentado, les pregunta: “¿Qué tal está hoy el agua, chicos?” Cuestión a la que uno de ellos responde: “¿Agua? ¿Qué es agua?” La moraleja es que los peces no son conscientes de la existencia ni de la importancia del agua porque viven inmersos en ella. Algo parecido parece ocurrir con los combustibles fósiles y sus productos derivados. Su uso está tan generalizado en nuestra vida cotidiana que apenas reparamos en su importancia. Y, en consecuencia, tendemos a dar por sentado que la actual transición energética será cosa de coser y cantar. Un grave error de apreciación.

LA VANGUARDIA