Independencia o barbarie

La evolución de España hacia una recomposición del poder del Estado en clave de reconquista franquista, bajo la máscara democrática, es algo que salta a la vista de todos. Se está produciendo la sustitución del franquismo doméstico del PP por el franquismo sin complejos de Vox. La crisis nada tiene que ver con Europa, el gas ni Ucrania: es una crisis autárquica. La oligarquía madrileña de Estado quiere convertir el chupador económico de la capital en redil político de todo el territorio y utiliza la jauría rabiosa de los subordinados –Ayuso, Abascal: la política sin normas, sin moral, sin razones–, porque los jefes del PP ya les son inservibles –aún viven encastados en la competición bipartidista con el PSOE, pero lo que pide la situación de los futuros ganadores de la crisis es el partido único que lo arrase todo. La cruda barbarie de un poder caníbal.

Ustedes dirán que poco hay de nuevo bajo el sol, por estos pagos, dado todo lo que hemos tenido que tragarnos –y lo que nos queda por pasar– con los ‘aporellos’, los ‘piolines’, la represión oficial y la enterrada, la conculcación de derechos, la desnaturalización del parlamento… Pero lo que les faltaba, a saber, la soldadura entre represión franquista y representación parlamentaria, no es una posibilidad teórica: la tienen muy cerca. En este sentido, la crisis del PP y la parálisis del gobierno “progresista” van de la mano: de hecho, si establecemos una comparación nada atrevida con los momentos históricos en los que los partidos burgueses, atemorizados y desorientados por la crisis de entreguerras y el ascenso del comunismo, posibilitaron el ascenso del fascismo al poder, en la España actual, los socioliberales del PSOE y los socialdemócratas de Podemos, cada uno con sus responsabilidades, dejan un agujero en la relación entre los gobernantes y la calle –la pseudo-reforma laboral es un ejemplo patente– que es llenado por un fascismo travestido gracias al juego equívoco de la democracia liberal, que, en caso de crisis de representación, se decanta por dejar paso a la defensa autoritaria del Estado en lugar de propiciar un salto democrático adelante para resolver su crisis de legitimidad. Las víctimas propiciatorias inmediatas habrán sido los partidos auxiliares (Podem, Ciudadanos), que pretendían transfundir sangre nueva en el torrente circulatorio de un Estado esclerótico, pero un manotazo del Leviatán los ha tumbado en un santiamén.

En esta coyuntura, Cataluña es la presa a cazar por los perros de Estado a fin de conseguir que la soldadura por arriba, con el mito de la unidad de España como referente ideológico, toque con los pies en el suelo a escala material gracias a una represión en masa y planificada (poner el independentismo en la ilegalidad) a fin de reconquistar el poder territorial (liquidación de la autonomía). Desde 2017, la aplicación del artículo 155 y las condenas a prisión les han señalado el camino. La estrategia no es a medio o largo plazo, sino que va a paso de carga, en una tarea de propaganda y desgaste que tiene como objetivo profundizar la crisis con las elecciones regionales (Andalucía) y municipales que deben realizarse hasta en 2023. La citada parálisis del gobierno “progresista” respecto de Cataluña no es mera, sino mentalmente, productora de una ceguera espantosa, que, coloca al independentismo no practicante en el estado catatónico de quienes piensan que apoyando el “mal menor” levantarán una muralla contra los acosadores (‘sancta simplicitas’: ¡se trata de una duna…!).

Entretanto, si el PSOE y Podemos no hacen ni dejan hacer, nuestros independentistas no practicantes no dejan hacer ni hacen. Todos juntos circulan por una especie de cinta de Moebius de la que no podrán salir si no es apelando a una movilización de energía desde abajo en la que han dejado de creer tanto allí como aquí. Una impotencia que alimenta menos la fuerza real del franquismo en ascenso que las sombras que despliega y proyecta sobre el horizonte de la gente en términos de pesimismo histórico, depresión moral y absentismo político. Los falsos progresistas de allí y los independentistas no practicantes de aquí son dos gemelos pegados por el ombligo en la quietud de un líquido amniótico narcotizante.

¿Qué hacer?, se preguntarán ustedes. En términos estratégicos, mantener la revolución democrática que propugna la independencia como salida específica a la crisis nacional, económica y social de Cataluña frente a España para crear nuevas y más hondas contradicciones en Europa. En términos tácticos, realizar un programa de mínimos que permita recuperar el paso de la movilización democrática y social rompiendo la parálisis impuesta por el gobierno “progresista” y el independentismo no practicante. En términos organizativos, realizar un programa de acción unitario, enganchar todo el territorio y forjar una dirección nacional en los términos concretos (y la visibilidad) que solicite cada situación.

O, modestamente, la barbarie.

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