La división política más importante y peligrosa que existe hoy en Europa no está entre los partidarios de la OTAN, por un lado, y los ambivalentes y los rusófilos, por otro. Ni entre imperialistas y antiimperialistas. Tampoco es una división entre pacifistas y belicistas, que es una falsa dicotomía, sino más bien entre dos formas de entender qué es la paz y cómo se obtiene. Hay quienes piensan que cuanto menos armas haya, más paz tendremos, y quienes comprenden que la paz hay que defenderla, y que no nace de la concordia espontánea, ni de la fuerza moral de los valores democráticos, ni del poder del respeto mutuo. Es una división simple, elemental, que explica por qué en la Unión Europea se encarece la libertad mientras avanza el autoritarismo.
La concepción de que la democracia es una especie de estadio neutro que tan sólo se altera cuando la vulnera un perturbado o un psicópata, y no porque los humanos tendamos a manipularla y pervertirla para favorecer nuestros intereses, paradójicamente la devalúa, porque la condena al relativismo. La paz es un fruto de la democracia y la democracia es un fruto de la guerra ganada y de la capacidad de sostener la victoria. No al revés. Cuando se da por hecha, cuando no se entiende que se ha consolidado por la fuerza, la democracia se queda sin recursos para defenderse, porque la paz, que entonces es concebida erróneamente como algo previo, más prioritario incluso que la democracia, nos impide defendernos.
La posición que se sitúa genéricamente en contra de la guerra, y que equidista a la OTAN y a Vladímir Putin, tan sólo puede nacer dentro del privilegio más estúpido, más ignorante de lo que lo sostiene y de sus propias razones. Los europeos hemos sido y somos privilegiados porque ganamos la guerra contra el totalitarismo. En el oasis de la paz europea que después ha venido, se ha dejado cristalizar el pensamiento ingenuo de que lo teníamos todo salvado y que no había vuelta atrás, y eso nos ha hecho desmerecer el coste que tuvo poder disfrutarla. Así, la élite occidental ha podido impulsar una cultura política que nos explotara las debilidades, que nos hiciera ciudadanos blandos, limitados a menudo a la verbosidad gruñona de la resistencia, para que no explotáramos las posibilidades de la democracia. Pero habrá que volver a derrotar al autoritarismo que renace.
Cuando Emmanuel Macron dice que “la guerra ha vuelto a nuestro territorio”, es un aviso de que esta fase de la historia ha terminado. La Unión Europea ha perdido la capacidad de garantizar la seguridad de sus ciudadanos sin defenderse, blandiendo tan sólo la diplomacia moral y económica. Quizás todo parece muy obvio, pero la concepción hegemónica que hay en nuestro país y en buena parte del continente es exactamente la contraria. Vueltos de espaldas a la comprensión cruda de la democracia, nos han infantilizado y nos han hecho creer que bastaba con tener razón. En nuestro país lo hemos visto muy claro: no sólo había muy poca disposición para hacer la independencia, entre nuestros políticos, sino un profundo desconocimiento de cómo funcionan los equilibrios internacionales.
Es absurdo y contraproducente, quejarnos porque el mundo no nos deja ya ser unos pacifistas inmaculados. De lo que deberíamos arrepentirnos los catalanes, si acaso, es de no haber entendido que luchar por la independencia de Cataluña, por la autodeterminación, es nuestra manera de defender la democracia en Europa, de defender una Europa fuerte. Es luchar por la libertad, y luchar por la libertad nunca es una causa circunscrita a uno mismo: defender la tuya siempre es defender la de los demás. No es un lujo, es una responsabilidad.
La equidistancia de la CUP
El triste papel de Europa no erosiona su credibilidad internacional; erosiona su credibilidad interna. Los ciudadanos europeos, incluso los pacifistas, comprobarán cómo Bruselas es incapaz de proveerles de la seguridad que está en la base del contrato social con el Estado, y se aferrarán a los únicos proyectos que les presenten valores duros, que den una sensación de protección, falsa o no; es decir, la extrema derecha. Ante esto, es especialmente preocupante la desorientación graciosa de los partidos independentistas, que son incapaces de aprovechar que todo se pone en circulación para ofrecer una visión dura y unos valores fuertes que puedan hacer frente al autoritarismo, de momento, al menos, internamente, explotando el empoderamiento democrático y liberador que da el independentismo para canalizar el descontento que vendrá, a medida que la paz europea se vaya rasgando.
La CUP ha emitido hoy un comunicado infame en el que dice que denuncia “las acciones militares que sufre el pueblo de Ucrania por parte de Rusia y de la OTAN, así como el papel que ha tenido la Unión Europea”, y hace “una llamada al diálogo y al regreso a las vías diplomáticas”. Esta ingenuidad internacional no tiene coherencia interna alguna con la forma en que defendemos la autodeterminación; la posición de la CUP hace pensar en el argumento de la izquierda española que dice estar en contra de las naciones. Nadie desea tener que defenderse, simplemente hay que hacerlo.
VILAWEB