Con esta historia por detrás, no es extraño que en 1936 acogieran y protegieran a nacionalistas
Impresionado como estaba, no pensé que cuando, con toda mi familia, estuve en el acto organizado en la abadía benedictina de Belloc, poco antes de la llegada de la pandemia, aquel lugar tan cargado de historia iba a cerrar tan pronto. Uno piensa que todo en la vida es como en la película De aquí a la eternidad con final feliz y ocho Óscars. Dos años después no lo ha sido porque entre la pandemia, la alta edad de los monjes benedictinos, unas instalaciones demasiado amplias y la ausencia de vocaciones, uno de los faros vascos se nos apaga ante nuestras narices. Y recuerdo vivamente aquel acto al que acudimos invitados por Gogora y con presencia del lehendakari Urkullu y del presidente de la Mancomunidad de Iparralde, Jean René Etchegaray, y del presidente de los Pirineos Atlánticos, Jean Jacques Lasserre, donde Urkullu agradeció a los monjes la asistencia y protección ofrecida a vascos refugiados entre 1936 y 1940, entre ellos a nuestro aita. Se prevé que se muden esta primavera a un convento cercano. Las instalaciones serán adquiridas por la asociación cristiana Habital&Humanisme, si bien la iglesia, el cementerio y la biblioteca seguirán en sus manos. Como otros muchos pueblos de la zona, Aldude y su valle, en la Baja Navarra, mantienen una especial cercanía con la orden.
En casa nos habíamos pasado toda la vida oyendo hablar de la abadía y de los monjes. Y ese 24 de febrero de 2020 visitamos las dependencias del convento y al final el lehendakari pronunció unas sentidas palabras, “huían de lo peor y encontraron la mejor condición humana”, antes de entregarles una placa de reconocimiento. En aquella mañana departimos con los quince monjes que allí vivían en comunidad y con los familiares de aquellos jóvenes que estuvieron allí acogidos. Después compramos un queso riquísimo. Estuvo muy bien aquel acto que saldaba una deuda con aquellos beneméritos benedictinos que dieron techo y comida a unos perseguidos. El acto no tuvo mucho eco como no lo está teniendo su cierre. Vivimos sumergidos, como la rana, en una información donde priman las Ayusos, los Mañuecos, las vacas, Garzón, Nadal y el sursum corda, pero no hechos de calado como este cierre que no ha tenido ni un segundo en ETB. Y lo siento.
Y eso que hay ríos de historia por detrás. Por lo que parece, el sacerdote Aitzol quiso refugiarse en la abadía pero el general Mola, enterado de los intentos de Ariztimuño, envió un mensaje al abad del convento de los benedictinos de Belloc en el que le amenazaba que en caso de que se le permitiera la estancia, tomaría represalias contra los también benedictinos del convento de Lazkao. Ante semejante chantaje, Aitzol abandonó su residencia en Belloc y decidió partir a Bilbao el 15 de octubre de 1936 en el buque Galerna, que salió de Baiona. El buque fue capturado en alta mar y el sacerdote fue apresado y llevado a Pasaia, y de allí a la cárcel de Ondarreta donde fue torturado y el día 19 fusilado en el cementerio de Hernani. La falsa cruzada católica de Franco reprimía con inusitada dureza a los vascos y no dudó en fusilar a 17 sacerdotes, entre ellos a Aitzol, por considerarlo nacionalista, sindicalista y precursor de la doctrina social cristiana.
Txiki Benegas me contó que le impresionó el que en los últimos momentos de vida de su padre, José Mari, antiguo abogado del PNV, estando ya delirando antes de su muerte, en sus entrecortadas palabras solo hablaba de que no llegaba el barco de Aitzol. La impresión sobre aquel terrible episodio en la vida de Benegas lo debió llevar muy dentro para que aflorase con tanta fuerza en sus últimos momentos. Algo parecido a aquella palabra que reiteradamente pronunciaba el ciudadano Kane antes de su fallecimiento.
En la fotocopia de una fotografía enviada por el actual abad de Belloc, P. Marc, he podido ver nada menos que a Aitzol con txapela, a D. José Miguel de Barandiarán, al literato Antonio Labayen, al sacerdote Román Laborda, al abogado José María Benegas y a D. Leonardo Arteaga que estuvieron allí en 1936. También estuvo quien fuera abad de Lazkao, Aita Mauro Elizondo, Nicolás Ormaetxea Orixe, D. Alberto de Onaindía, el bertsolari Basarri, Ignacio Olabeaga, el escultor José Alberdi, Pello Irujo, Cándido Echeverria, gudaris de todo tipo como Joseba Elosegi, Basurde, los hermanos Zubiria, el organista de Lekeitio Alejandro Valdés y su hijo Imanol. Muchísimos sacerdotes y religiosos, así como gudaris del PNV y ANV, y la flor y nata de la cultura vasca de la épocam siendo visitados continuamente en la abadía por el lehendakari Agirre, Telesforo Monzón, Eliodoro de la Torre, José Mari Lasarte, muchísimos sacerdotes y religiosos así como gudaris del PNV y ANV.
Belloc es un monasterio benedictino en la localidad de Urt situado en la ribera del Adour y a 15 kilómetros de Baiona. Está en el Departamento de los Pirineos Atlánticos, en la región de Aquitania y en el territorio vasco de Laburdi. Lo fundó el P. Agustín Bastres, de Senpere, en Laburdi. En 1874 los novicios vascos del monasterio benedictino de Pierre–que-Vire deseaban fundar una abadía para dedicarse a la actividad misionera y para ello se fijaron en una vieja granja desocupada de Belloc. Cuando en 1902 el Gobierno francés ordenó la disolución de la orden, los monjes se refugiaron en casas vecinas y un grupo se fue a Olza en Navarra y otro a Idiazabal y de aquí pasaron a Lazkao para ocupar un caserón antiguo de carmelitas expulsados por el gobierno español. Hacia 1928 volvían de nuevo a Belloc los monjes benedictinos más los nuevos monjes guipuzcoanos.
Con esta historia por detrás no es extraño que en 1936 acogieran y protegieran a nacionalistas vascos y a republicanos españoles, y durante la ocupación alemana a resistentes franceses y a pilotos enviados por la red Orion. Denunciados por ello, en 1943 el prior y el superior fueron detenidos e internados en Dachau hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. La abadía recibió la Legión de Honor y una estela recuerda este compromiso con la democracia y la libertad de estos monjes.
A partir de 1968 acogió a miembros de ETA, que incluso celebraron alguna de sus asambleas en esta abadía que, como he comentado, fabrica quesos con la leche que producen los rebaños de alrededor. Completan su economía con el cultivo de las viñas, huertas y árboles frutales.
De aquella etapa en Belloc solo recuerdo que una vez me contó mi aita una de las bromas que le hicieron a un gudari recién llegado a la abadía. Le dijeron que era costumbre que, cuando llegaban al refectorio por primera vez, se tumbara en el suelo ante los benedictinos y, con los brazos en cruz, hasta que estos le diesen la orden de levantarse. Y, al parecer, uno de ellos picó el anzuelo e hizo toda aquella ceremonia. También recuerdo haber ido con él en los años sesenta a Belloc pero llegamos a la hora temprana de la comida y no pasamos de la puerta. Su comentario fue que aquello estaba muy cambiado.
¿Qué harían allí? Vivir, alimentarse, trabajar en la huerta, rezar como novicios, ayudar a los monjes, lavar los hábitos, ir a Baiona en bicicleta a vender las legumbres y frutas que cultivaban en la abadía y con lo ganado compraban vituallas para el día a día, ir de excursión a Lourdes, salir y estar con sus compañeros y, sobre todo, verlas venir y lograr no caer encerrados en el campo de concentración de Gurs, ya que sonaban los primeros sonidos de los tambores de guerra, de la II Guerra Mundial.
Es indudable que una época de nuestra reciente historia está desapareciendo. El fallecimiento del primer presidente del Parlamento Vasco, Juanjo Pujana, es asimismo muestra de ello. Una época poco conocida desaparece aunque sea difícil de entender la presente sin la huella de la pasada. Gastamos muchísimo en fiestas, en semanas musicales, en deporte de todo tipo, pero lograr que una institución haga un documental, edite un libro, enaltezca todo este pasado es como ir a un sacamuelas de los de antes. En lugar de promover desde las instituciones que todo este bagaje cultural no se pierda y lo promuevan las personas responsables y con presupuesto, se cubren los servicios mínimos, pero ni un milímetro más.
Belloc se cierra y una llama se apaga. Y si te he visto, no me acuerdo, mientras se nos llena la boca hablando de Iparralde y, cuando fallece Ramuntxo Kamlong o se cierra esta referencia, no le damos la misma importancia. Si nosotros no ponemos en valor lo nuestro, ¿alguien en serio cree que lo harán en Madrid o en París?
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