Unos Juegos Olímpicos de Invierno en el Pirineo son una mala idea.
Son una mala idea porque no miran al futuro de los Pirineos, ni al futuro de las vidas que deben crecer y prosperar allí. Tratan sólo de apurar las últimas migajas del pasado. Las proyecciones de cambio climático auguran que el ocio de nieve se irá reduciendo tanto como se reduzca la nieve. Invertir en infraestructuras, para un sector que no puede crecer, es derrochar el dinero de todos los catalanes invirtiendo en el pasado en vez de invertir en el futuro.
Son una mala idea, también, porque el modelo económico que promueve, los trabajos que busca mantener o crear, ya sabemos cuáles son: camareros, chóferes, trabajadores de hotel, monitores de esquí y toda la industria que se relaciona con los servicios al turismo de masas. Esta Cataluña es también la del pasado y ya sabemos a dónde lleva: sobreexplotación del territorio, salarios bajos y precariedad. ¿De verdad queremos reproducir el modelo de la costa en la montaña? ¿Queremos que la peor herencia de Barcelona 92, la ciudad adocenada para turistas, suba hasta las cimas del Pirineo? ¿Es éste el modelo económico que el govern de la Generalitat quiere para nosotros y nuestros hijos? Quieren condenar a generaciones de catalanes a una vida que nadie quiere, o que sólo quiere si no tiene más remedio.
Un gobierno responsable debería ayudar a construir un futuro rico y lleno, de oportunidades, que se adapte a las posibilidades del futuro, no que quede estancado en las escombreras del pasado, mientras los comisionistas y constructores de siempre se llenan las bolsillos durante una década y los demás se empobrecen.
La historia nos enseña que los gobernantes que entienden hacia dónde va el mundo pueden hacer que sus países avancen y aprovechen las virtudes de la gente y del territorio para ofrecer prosperidad –y también justicia-. Los países que son gobernados por quienes sólo miran un beneficio a corto plazo, una explotación de ideas gastadas o el contento de grupos de interés y empresarios afines, caen en pozos de decadencia de los que cuesta mucho salir. Es el caso de la Cataluña del proyecto de los Juegos Olímpicos de Invierno, un proyecto que ni se ha pensado ni enfocado a mejorar el país en ningún sentido mínimamente sostenible. Cataluña lo tiene todo para convertirse en un lugar de industria puntera y trabajos de gran cualificación y los Pirineos son un entorno ideal para promover economía del conocimiento.
Pero toda esa discusión es propia de un país independiente. Existe un impedimento previo a todas estas consideraciones: son unos Juegos Olímpicos españoles. Y esto coloca el debate económico y ecológico en el terreno del surrealismo. ¿Nos hemos sorbido el seso? Ésta no es una cuestión menor, sino todo lo contrario: es central. Promover estos juegos con España es condenar al país a la subordinación nacional, y no simbólica. Alimenta el expolio económico del país en beneficio de las élites españolas y su proyecto político, a costa de destrozar el territorio y ahogar las oportunidades de la gente.
Contrariamente a lo que afirmaba la consellera Vilagrà hace unos días, cuando el presidente aragonés dejó plantado al president Aragonés en Balaguer, una candidatura olímpica, unos Juegos Olímpicos, son un proyecto político. De hecho, son, sobre todo, un proyecto político: copan programas electorales, marcan el debate público, vertebran una legislatura o dos consecutivas, determinan el legado de sus organizadores, centran campañas diplomáticas y de proyección exterior de gran envergadura, tienen un enorme poder transformador. Pero, sobre todo, generan emociones compartidas y forjan identidades: unos Juegos Olímpicos son fuente inagotable de nacionalismo banal y explícito de primer nivel. ¿Es que no recordemos a la ministra española que, mucho antes del proceso, ya justificaba endeudar a España hasta las cejas para desplegar un AVE que debía servir para “coser España con cables de acero”?
Asisto atónita a este debate. ¿Alguien cree que España no se asegurará, ahora más que en 1992, de que estos Juegos no son el eje de la rueda para la sumisión de los catalanes? ¿Es que no son, precisamente, la oportunidad que buscaban? Los Juegos serían, por fin, el plato de lentejas que la España “fraternal” puede ofrecer a Cataluña sin dejar de conciliar con la derecha española. Nos hemos pasado diez años, desde el fracaso del estatuto, repitiendo que España no tiene ningún proyecto político para Cataluña. Cinco de estos últimos años, explicando que lo único que ofrece España a Cataluña es violencia y prisión. Y ahora nosotros, desorientados hasta el mareo, estamos a punto de brindar al Estado el garrote que precisa para dar un golpe definitivo al conflicto durante la próxima década.
¿Estamos aquí, realmente? Cuatro años después del Primero de Octubre y con un conflicto político que nadie niega, ¿algún independentista cree que ahora nos corresponde embarcarnos en unos Juegos Olímpicos españoles?
Asisto atónita al debate, pero asisto igualmente atónita a los silencios dentro de los partidos que se llaman independentistas. Creo especialmente chocante no oír ninguna voz disidente dentro de Junts. Un grupo importante e influyente de Junts ha visto en los Juegos una oportunidad para recuperar un espacio y un perfil propio desdibujado desde hace tiempo, como un acto reflejo, pero degradado, de lo que podía representar Convergència en su día. Pero en Junts hay, espero, otro grupo de gente que, con su silencio, sortea el conflicto o disimula su incapacidad de ofrecer alternativas. Sin embargo, estoy segura de estar acompañada en este estado de estupor, sé que hay más gente que espera que se rompan estos silencios. Todo el independentismo debe decir un no claro a la candidatura de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2030, no a unos Juegos Olímpicos coorganizados con Javier Lambán, no a unos Juegos Olímpicos auspiciados por España.
VILAWEB