Gilles Kepel: “La religión y el petróleo son enemigos de la democracia”

El experto en el mundo árabe y musulmán publica en España ‘El Profeta y la pandemia’

El catedrático Gilles Kepel recibe a La Vanguardia en su despacho de la Escuela Normal Superior, uno de los templos del saber franceses, fundada en 1794. Experto en el mundo árabe y musulmán, Kepel ha publicado en España El Profeta y la pandemia (Alianza Editorial), minuciosa radiografía de la situación, país por país, y del “yihadismo de atmósfera”, el fenómeno de los terroristas que actúan de modo espontáneo, sin una organización detrás, fanatizados por las redes sociales. Kepel acompañó al presidente Macron en la reciente gira por los Emiratos Árabes Unidos, Qatar y Arabia Saudí.

-Usted dibuja un escenario muy inquietante del mundo árabo-musulmán. ¿Hay esperanza de un futuro democrático y estable?
-Las razones por las que no hay democracia en el mundo árabe y musulmán son múltiples. Tienen que ver, en primer lugar, con la relación con la religión. Cuando se coloca la voluntad divina por encima de la voluntad del pueblo no puede haber democracia. Esto se ha visto reforzado por el hecho de que el recurso principal de estos países, desde hace cincuenta años, sea el petróleo y la renta petrolera. El petróleo es el enemigo de la democracia.

¿-Por qué?
-Porque permite a una pequeña elite controlar esa renta enorme. El petróleo no cuesta nada de producir, cinco dólares el barril, y puede venderse por hasta 120 dólares. Eso supone el control de la política por el ejército, como en Argelia, o por una familia. La gente que trabaja de verdad, los empresarios, no tienen poder porque no son necesarios para hacer funcionar el sistema. Pero creo que hay un cambio, debido a la pandemia de la covid.

-¿Qué tipo de cambio?
-Por primera vez en la historia, el barril de petróleo alcanzó en mayo del 2020 un precio negativo, de -37 dólares el barril (por la acumulación de stock). Luego volvió a 80 dólares y el dinero fluye de nuevo, pero ha hecho tomar conciencia, sobre todo a los líderes de los países del Golfo, que la dependencia de la renta petrolera es muy frágil y peligrosa. Por eso se sumaron a los acuerdos de Abraham (establecimiento de relaciones con Israel), para preparar la transición a las energías renovables. Eso probablemente democratizará las sociedades. Quienes trabajan en las energías renovables, como los ingenieros, favorecerán la participación de la sociedad. A medio plazo podría pensarse que la combinación del petróleo y una concepción teocrática del islam que provocó la ausencia de democracia en el mundo musulmán deberían evolucionar, aunque quizás yo no lo veré…

-No todos los países musulmanes viven de la renta petrolera.
-Casi. Mire los vecinos de España. Argelia solo vive de la renta petrolera. El sistema político está completamente condicionado por ella y es incapaz de reformarse. La eliminación de Buteflika se tradujo en un mero cambio de clanes en la cúspide del poder. Se ha visto que el hirak , el movimiento democrático, no ha podido hacer nada. En Marruecos es diferente. Tiene los fosfatos pero su economía es dinámica y diversificada. El conjunto de la situación libia, argelina y tunecina es muy preocupante porque la guerra civil no termina en Libia, las elecciones se han aplazado y el favorito, si las hubiera, sería el hijo de Gadafi, lo cual es una paradoja terrible.

-En el libro insiste en la fecha del 24 de julio del 2020, la reislamización de la antigua basílica de Santa Sofía en Estambul. ¿Fue un acontecimiento clave?
-Se produjo en un contexto simbólico muy importante. Era el peregrinaje anual a la Meca, pero Arabia Saudí lo suspendió para evitar un cluster de contaminación masiva. Erdogan aprovechó para organizar esta reislamización. Eligió la fecha por razones internas. El 24 de julio de 1923 se firmó el tratado de Lausana. Gracias a la fuerza militar, (Kemal) Atatürk recuperó el territorio que le habían querido quitar en el tratado de Sèvres. Erdogan emuló al Atatürk militar para torcer el brazo al Atatürk laico, que había convertido Santa Sofía en un museo como regalo a la humanidad. De esta manera proyectó la Turquía en la que sueña, una nueva potencia otomana en expansión. Pero Erdogan tiene un gran problema: carece de amigos y su economía está en quiebra.

-La política turca es contradictoria, pues es miembro de la OTAN. ¿A qué juega?
-Es un juego a corto plazo que coloca a Erdogan ante contradicciones permanentes. Turquía es miembro de la OTAN pero compró misiles a Rusia, así que no pudo tener los aviones F-35 americanos. Al mismo tiempo se ha enemistado con Putin porque vende drones a Ucrania. En Siria apoya a los islamistas contra los rusos y Asad. Y en Libia sostiene a Trípoli contra (el mariscal) Haftar. Con Europa las relaciones son muy malas. Turquía sufre un aislamiento muy fuerte porque Erdogan quiere jugar por encima de sus posibilidades. Además ha querido sostener a los Hermanos Musulmanes, en alianza con Irán y Qatar, contra Egipto, Arabia Saudí y otros, pero esto está cambiando porque Qatar se ha reconciliado con Arabia Saudí.

-¿La política de Erdogan le sobrevivirá?
-Me sorprendería porque está basada en una visión ideológica, que es la de los Hermanos Musulmanes, de expandir el islamismo a escala mundial. Hoy los Hermanos Musulmanes pasan por grandes dificultades.

-Qatar es la otra gran contradicción. Lo define como el “banquero de los Hermanos Musulmanes”, de Hamas, y al mismo tiempo alberga la mayor base aérea de EE.UU. fuera de su territorio.
-Creo que está evolucionando. Qatar quiere entrar en el pacto de Abraham y, por tanto, reducirá su apoyo a los Hermanos Musulmanes. Al Jazira no les da la palabra como antes.

-¿Por qué estos súbitos cambios?
-Sí, ha sido muy rápido. Macron reconcilió a los enemigos. Fue a Dubái, Doha y Yida. Hace un año este viaje hubiera sido imposible. A todos los estados del Golfo les inquieta Irán, que está en muy malas condiciones financieras y políticas pero dispone de un gran arsenal de armas no convencionales. Hay una especie de solidaridad en la península porque Irán no quiere volver al acuerdo nuclear y alcanza el sesenta por ciento de enriquecimiento de uranio. El hecho de que pueda tener en breve capacidad para acceder al arma nuclear es un factor de gran desestabilización regional. Vemos que los países del Golfo se aproximan al otro país nuclear, Israel.

-Es bastante crítico con Obama. ¿Fue demasiado iluso con las primaveras árabes?
-Obama creía que los Hermanos Musulmanes serían el futuro del mundo árabe, un componente de la vida democrática. Los apoyó como la mejor manera de evitar el caos. Pero no funcionó. Ni en Egipto ni en Túnez ni en otros países. Eso se combinaba con la negociación con Irán. Esta política no dio verdaderos resultados. Hoy Estados Unidos, escaldado por los fracasos, ha optado por una retirada de la región. La retirada de Kabul es la señal más clara. La quería Obama, fue explicitada por Trump y realizada por Biden.

-¿Y Europa?
-Ante ese repliegue de Estados Unidos es muy importante que Europa pueda tener una política de seguridad y de defensa común. Para nosotros el problema no es Oriente Medio sino Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, de donde llegan cada día barcas con inmigrantes. No puede ser que, cuando la gente cruza, la Cruz Roja española les dé un billete de tren para que vayan a Francia. Lo mismo en Italia. Hoy los países europeos compiten entre ellos para vender sus submarinos y otro material. Ante gente como Erdogan o con la inmigración, es una política suicida para Europa. Espero que la presidencia francesa (de la UE) podrá dinamizar este proceso. Si no, soy muy pesimista.

-¿Cree que Ceuta y Melilla presentan un peligro para España después de que Marruecos entrara en el acuerdo de Abraham y Trump reconociera su soberanía sobre el Sahara Occidental?
-La entrada de Marruecos en el pacto de Abraham le permite renegociar sus relaciones con Europa presentándose como el principal socio de Estados Unidos, aunque no sé si a Biden le interesa mucho. También significa un fuerte apoyo israelí. Marruecos está en un proceso de negociación más duro con Europa y se distancia de Francia. Hay una campaña para suprimir el francés y enseñar inglés en su lugar.

-¿Y con España?
-En el caso de Ceuta, hay que preguntarse si fue una buena idea que España acogiera en secreto al líder del Polisario. La reacción marroquí fue castigar a España, pero proyectó una imagen terrible, al dejar pasar a gente que no sabía nadar. Y mostró una solidaridad europea con España. Ceuta fue un ensayo, difícil de gestionar. Me sorprendería que Marruecos volviera a intentarlo. Dio pie a que fuera acusado de una política como la de Erdogan o de Lukashenko, de usar los inmigrantes como medio de presión.

-Volviendo a Francia, Éric Zemmour es el único candidato que presenta al islam como un peligro existencial para el país. ¿Qué opina de Zemmour?
-Es paradójico porque él mismo se considera un judío bereber y dice que es un ejemplo de integración republicana perfecta. Pone el dedo en un problema que otros políticos no quieren tratar, que la sociedad francesa ha cambiado. Francia siempre ha sido un país de inmigración. Yo mismo tengo un apellido checo. Mi abuelo llegó de Praga. La presencia de personas de origen magrebí no supuso problemas. Se asimilaron completamente. No fue problema hasta la reivindicación islamista, la voluntad de crear enclaves, lo que Macron llama “separatismo islamista”, una de cuyas consecuencias fue el terrorismo. A partir de entonces hubo una reacción de la sociedad francesa. Hemos dado demasiado espacio a gente como Zemmour para que prospere. Yo, que me he ocupado del tema desde hace años, lo constato con tristeza. En Francia vivimos bajo la dictadura de la Escuela Nacional de Administración, de una aristocracia de Estado completamente incapaz de pensar sobre las mutaciones de la sociedad.

-¿Qué ocurrirá?
-No creo que Zemmour tenga un gran futuro porque es solo capaz de hablar de un tema. No puede ser elegido presidente sobre esa única base. Se va a deshinchar. Pero otros candidatos asumirán sus argumentos. Si el duelo es entre Macron y Pécresse (la aspirante de la derecha) y Pécresse se aproxima demasiado a Zemmour, perderá una parte de su electorado, que se inclinará por Macron.

La Vanguardia