De la calle a la red, para volver a la calle

Se puede decir, exagerando un poco, que fue gracias a las redes sociales como los catalanes pudimos despegar de la hegemonía de los medios de comunicación mayoritaria -y conservadoramente- autonómicos. Así, el independentismo pudo organizarse y extenderse con éxito en todo el país. En sentido contrario, ahora podríamos decir, volviendo a simplificar un poco, que cuando el independentismo ha abandonado la calle ha quedado recluido peligrosamente en las redes sociales. Y no me parece una buena noticia.

Sobre la primera afirmación no es necesario insistir demasiado. He dicho y repetido que sin las redes no se puede explicar el clic mental que en tan pocos años permitió pasar del autonomismo resignado a la esperanza independentista. Había que romper la lógica de la ‘indefensión aprendida’, es decir, aquel mecanismo que nos hace creer que hay dependencias a las que debemos someternos sin remedio. Y lo hicimos. Lo de “ya me gustaría, pero es imposible” se superó con una rapidez inédita, insólita e imprevista. En la red pudimos reírnos -probablemente de forma demasiado ingenua- de las amenazas y los miedos. Y esto hizo posible encender la mecha de la esperanza y hacerla correr como la pólvora. Gracias a las redes sociales, sí. Los grandes medios de comunicación tardaron todavía algunos años en darse cuenta de que, más allá de la política de los partidos y de los análisis partitocéntricos de los tertulianos, había una realidad paralela que se les acabaría imponiendo. De eso hace quince años.

Ahora bien, el batacazo posterior al 1-O en el que se demostró que la fuerza de un proceso radicalmente democrático no se podía imponer a la brutalidad de un Estado profundamente autoritario, nos ha expulsado de la calle y nos ha acorralado en el espacio virtual. Podemos atribuirlo a tantas causas como se quiera, todas ciertas: la represión y el miedo, un confinamiento sanitario políticamente inoportuno, el encarcelamiento y el exilio de los líderes, los titubeos tácticos y las divisiones estratégicas… Pero el caso es que, después del Aeropuerto y Urquinaona -una especie de estertores finales-, prácticamente el único campo de juego que ha quedado vivo es el que ofrecen las redes sociales. Con una particularidad que les es propia: que en contra de lo que parecen, son fundamentalmente endogámicas. O, dicho de otra forma, las redes han trasladado la antigua confrontación con el unionismo a una confrontación entre independentistas. Así, las redes, aparte de la presencia que tienen algunos medios digitales, pero muy particularmente Twitter y Facebook, se han convertido en un gran campo de batalla entre independentistas, donde se expresan, entre otras cuestiones, irritación, rabia, frustración, revancha, decepción o desánimo.

Afortunadamente, los espacios virtuales no provocan víctimas mortales. Pero las hacen morales. En Twitter y en Facebook se dispara con bala, y si los proyectiles no son de plomo, tampoco se puede decir que sean de fogueo. Duelen. Hieren. Hay víctimas. También vencedores, con buena puntería. Habría que hacer un buen análisis del campo de batalla para hacer un balance lo más preciso posible de bajas. El problema es que a diferencia de lo habitual en las guerras donde suele haber sólo dos contendientes, en Twitter hay más de cuatro y de seis. Los principales frentes los determinan los partidos independentistas, que con representación parlamentaria son ya tres. El combate entre ellos es feroz, y en la red cada día se desmienten las buenas intenciones de ir unidos -cuando las hay- que declaran a los medios convencionales. También intervienen, por supuesto, otros frentes poco o muy estructurados en torno a algunos personajes abiertamente antipolíticos. Y este clima de confrontación hace que ninguna presencia independiente, al margen de su voluntad, se escape de ser marcada como miembro de uno u otro frente. Aparte, claro, de los que simulan ser francotiradores pese a estar al servicio de un partido, o de los infiltrados que juegan a provocar tiroteos de todos contra todos.

Sin embargo, estoy convencido de que la esperanza independentista está por encima de lo que, recordando los tigres de papel de Mao Zedong, podríamos llamar los tigres virtuales de las redes sociales. No porque las batallas entre independentistas en la red sean inofensivas, ya lo he dicho, pero sí porque las redes exageran su gravedad. Y creo que es esa reclusión de la confrontación política en un espacio sin víctimas cruentas, pero cerrado y endogámico por definición, lo que exacerba su violencia verbal y todo parece peor de lo que es. Al contrario del cliché tradicional en el que el desafío fuerte era: “¡esto me lo dices en la calle!”, actualmente, el reto es “¡esto dímelo en Twitter!”.

Probablemente, la distensión de esta elevada irritación entre independentistas en la red sólo llegará cuando se sea capaz de volver a salir a la calle masivamente. Hay que volver a un “¡esto, se lo diremos en la calle!”. Pero una calle que se sepa desvincular tanto de los partidos como del populismo antipartido. No será fácil…

Publicado el 8 de noviembre de 2021

Nº. 1952

EL TEMPS