Estos días se han publicado numerosos mapas para explicar lo que significa el cierre del gasoducto Magreb Europa. Si el lector se fija bien observará una anomalía en esa cartografía. La península Ibérica apenas está conectada con la red europea. El problema de los ferrocarriles y de la electricidad se repite con el gas. La isla ibérica. La balsa de piedra, según dejó escrito José Saramago.
Existe una única conexión con Francia a través del País Vasco. El gasoducto Euskadour, de 360 kilómetros, conecta una planta de regasificación ubicada en Zérbena (Bizkaia) con el depósito subterráneo francés de Lussagnet, un acuífero natural que es uno de los mayores almacenes de gas del sur de Europa. Capacidad: 2 bcm anuales, seis veces menos que el gasoducto magrebí que acaba de cerrar Argelia en su estrategia de la tensión con Marruecos. Inversión de 180 millones de euros. Una buena infraestructura para la economía vasca.
Cómo llega el gas de Argelia a España y Portugal
No hay ninguna otra conexión a lo largo de la barrera pirenaica. La sección mediterránea del Medgaz, el único gasoducto que hoy conecta España con los yacimientos argelinos, muere en Hostalric, a unos cien kilómetros de Francia. El gran proyecto paneuropeo del gas quedó atascado en Catalunya. Vamos a explicar por qué.
A finales de los años cincuenta, Francia quiso promocionar el gas del Sáhara para favorecer el desarrollo económico de Argelia. Era el último intento de evitar la independencia. Proyecto ideado por el militar y diplomático francés Guillaume Georges-Picot, amigo del general De Gaulle, conocedor de Argelia y profundamente afectado por la tragedia francesa en Indochina. Se creó la Association Eurafricaine Minière et Industrielle (Assemi), abierta a agentes económicos europeos. La España de Franco no fue invitada de manera oficial, pero se ofreció una plaza al Banco Urquijo, que contaba con apoyos en París. El Urquijo delegó en el ingeniero catalán Pere Duran Farell, entonces directivo de Catalana de Gas. El proyecto estelar de la Assemi fue el Eurafrigas, un ambicioso plan para transportar gas del Sáhara hacia el corazón industrial de Europa: de los yacimientos argelinos de Hassi R’Mel a la ciudad alemana de Essen, en la cuenca del Rin, pasando por Cartagena, Barcelona, Lyon, París, con un ramal hacia Italia. Un gasoducto de 2.600 kilómetros de los cuales doscientos serían submarinos. El corredor mediterráneo del gas, por decirlo con una categoría actual. 10.000 millones de metros cúbicos anuales para la industria europea, una décima parte de los cuales se quedarían en España.
Tiempo de guerra fría. El muro de Berlín estaba en pie y la Unión Soviética no vendía gas a Alemania Occidental. Eurafrigas se adelantaba treinta años a los dos gigantescos gasoductos rusos que hoy llegan a Alemania a través del Báltico. La independencia de Argelia en 1962 y la posterior tensión entre París y Argel frenó el proyecto.
En España, la ideó topó con el estatalismo franquista. Con gran tenacidad, Duran Farell logró gasificar el área metropolitana de Barcelona en los años sesenta con gas licuado libio y argelino, pero el INI exigió el control de toda la red española. El gasoducto Magreb Europa se construyó en los años noventa, bajo el mandato de Felipe González. Y el Medgaz, más reciente, se inauguró bajo la presidencia de José María Aznar.
La idea de llegar a Essen la retomó Mariano Rajoy durante la última gran crisis económica. A Rajoy la política internacional no le cautiva mucho, pero vio una buena baza ante Angela Merkel. Llevar gas argelino a Alemania para disminuir la dependencia de Rusia. Traer gas ruso a España para disminuir la dependencia de Argelia.
La interconexión con Francia (proyecto Midcat) fue tumbada en enero del 20019 por la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia y por el regulador francés, la Commission de Régulation de l’Énergie, que pusieron en duda su rentabilidad y conveniencia ante un previsible ocaso del gas en la economía europea. Numerosos grupos ecologistas y colectivos locales se oponían al proyecto.
Argelia tomó nota. Quizás hoy, con la que está cayendo, se vería de otra manera.
LA VANGUARDIA