La ausencia de China y Rusia en las cumbres de Roma y Glasgow ha rebajado las expectativas para alcanzar acuerdos de larga duración en el equilibrio económico global, en el cambio climático y en la distribución de la energía a precios asequibles.
Vladímir Putin tiene la llave de la calefacción de media Europa y Xi Jiping domina los capitales que controlan infraestructuras económicas clave en África, América Latina y el Sudeste Asiático. La penetración económica china en Europa es considerable, así como la dependencia de nuestro tejido industrial, condicionado por las piezas que nos fuimos a fabricar a China, Vietnam, Bangladesh o Taiwán porque eran más baratas y se podía prescindir masivamente de trabajadores locales.
Fue un mal negocio y un error estratégico el deslocalizar la producción europea y norteamericana hacia zonas con sueldos irrisorios. Dependemos de una mano de obra tan barata que ha acabado resultando ser muy cara y que condiciona nuestra economía.
La dependencia de Rusia es más sencilla pero muy imprescindible. El gas que calienta las viviendas centroeuropeas procede mayormente de Rusia y Putin puede cometer todos los atropellos que le convenga para mantenerse en el poder sin temor a una reacción hostil europea. En el 2014 se tragó de un zarpazo Crimea, y Ucrania se quedó sin una península propia que le abría ampliamente las aguas del mar Negro. Unas cuantas sanciones económicas occidentales y nada más.
Mientras, Putin se inmiscuye en las elecciones de EE.UU., en el Brexit, en el litigio de Catalunya con España y en cualquier operación que pueda debilitar la fuerza de la UE. El líder de la oposición, Alexéi Navalni, está en la cárcel y con problemas serios de salud con acusaciones, que el Kremlin niega, de que fueron agentes rusos los que le provocaron la enfermedad. Los abogados y simpatizantes de Navalni se juegan el tipo dentro de Rusia y recorren las capitales occidentales defendiendo la democracia y las causas de los perseguidos por orden del Kremlin.
Se da la paradoja de que el Partido Comunista, tachado de estalinista por Putin, está en la oposición y es el que defiende los derechos humanos y el fin de la tortura en las cárceles rusas. Los jóvenes comunistas no añoran el estalinismo, pero se acogen al partido para combatir un régimen corrupto en manos ahora de los que un día formaron parte de las oligarquías soviéticas.
China y Rusia se sienten incómodas con los sistemas occidentales que combatieron durante buena parte del siglo pasado. Europa ha sobrevivido. Pero es urgente que se reaccione ante esta doble dependencia que viene del Este. Hace falta una política energética propia. No podemos depender ni de Argelia ni de Rusia. Y también un sistema defensivo.
Hay que revisar las certezas con las que se prescindió de la energía nuclear sin tener alternativas a nuestro alcance. Francia acaba de aprobar la creación de diez centrales nucleares modernas que le aseguran el consumo energético durante varias generaciones. Y para exportar a España, donde hemos acordado que las centrales nucleares que quedan tienen que desmantelarse.
Lo ideal son las energías renovables y sostenibles, limpias y suficientes, accesibles desde ya. Esto no podrá ser así de inmediato y, mientras tanto, hay que ser más realistas y menos ideológicos en cuestiones que afectan al bienestar general de la población y que nos ponen en manos de sistemas tan autoritarios como China y Rusia.
Publicado en La Vanguardia el 3 de noviembre de 2021
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