Dueñas (Corona castellanoleonesa), 18 de marzo de 1506. Hace 515 años. Fernando el Católico —de 54 años—, y Úrsula Germana de Foix —de 18 años— confirmaban el matrimonio por poderes que habían firmado el 19 de octubre de 1505 y se casaban presencialmente en una íntima y discreta ceremonia. Aquella unión matrimonial culminaba el Tratado de Blois (1505) que ponía fin al conflicto entre las monarquías francesa e hispánica y que tenía su remoto origen a finales del siglo anterior, por el impago de una deuda que Juan II de Catalunya y Aragón (el padre y antecesor del novio) había contraído con Luis XII de Francia (el tío materno de la novia). Aquellas bodas, también, revelaban que el Católico había forzado un giro inesperado en su política que ponía en cuestión el proyecto hispánico. Sin embargo, ¿qué papel jugaba Úrsula Germana de Foix en aquel nuevo escenario?
Vida, muerte y resurrección del sueño de Fernando
Cuando pasó esto, Fernando hacía un año y medio que era viudo (Isabel había muerto en noviembre de 1504). Esta relativa rapidez no respondía tanto a necesidades fisiológicas como estrategias políticas. Fernando había perdido —prematura e inesperadamente— a su único hijo legítimo —Juan de Aragón y de Castilla— en 1497. Y, por lo tanto, el proyecto de los Católicos había quedado, inevitablemente, en manos de los yernos y de sus respectivas familias (los Avis portugueses, los Habsburgo austríacos, y los Tudor ingleses). La muerte del heredero Juan (1497) había enterrado —cuando menos momentáneamente— la ambición de Fernando: convertir la casa real Trastámara en la nueva familia imperial europea. En cambio, aquellas bodas representaban, básicamente, resucitar el viejo sueño del Católico. Situarlo, de nuevo, en el centro de la escena política europea.
Representación de Fernando e Isabel (siglo XV). Fuente: Convento de las Agustinas. Madrigal de las Altas Torres (Castilla)
La elección de Germana
La elección de Germana no fue fruto de la casualidad. Fernando necesitaba a una mujer (naturalmente, del estamento aristocrático) joven y fértil para engendrar a un nuevo heredero (un macho Trastámara) que adelantara líneas y situara a los yernos del Católico en posición de fuera de juego. Pero, por razones obvias, no habría resultado políticamente acertado buscarla entre las familias de los yernos. Y en aquel contexto de estrategias, Ferran fijó la mirada en una joven candidata de los Valois franceses, que le permitiría matar dos gorriones de un tiro. Por una parte alcanzaba un matrimonio que auguraba una abundante descendencia. Y de otra, se aseguraba el fin de las hostilidades con Luis XII y una prometedora alianza con el gallo francés, que le permitiría reequilibrar la balanza política hispánica; en aquel momento claramente favorable a los yernos y a los consuegros.
La jugada maestra de Fernando
A la muerte de Isabel (1504), Ferran había maniobrado para conseguir la corona de la difunta. Pero la oposición de las oligarquías toledanas, que lo habían despachado con un “viejo catalanote, vuélvete a tu nación“, cambiaron el enfoque del ambicioso Fernando y precipitaron los acontecimientos posteriores. Precisamente el fracaso de aquella maniobra sería lo que explicaría las negociaciones con Francia que culminarían con aquellas bodas. Las oligarquías castellanoleonesas que después de la muerte de la Católica se afanaban por coronar a Juana y Felipe (hija y yerno, respectivamente, del viudo Fernando) en Toledo; y que confiaban en que, tarde o temprano, “la Loca” y “el Bello” serían proclamados herederos en Barcelona, tenían motivos para preocuparse. El nuevo matrimonio de Fernando era una jugada maestra, con un perceptible tufo de venganza; que resituaba al Católico en el centro del tablero político.
Los tres yernos de Fernando el Católico. Manuel de Portugal, Felipe de Castilla y Enrique de Inglaterra. Fuente: Museos de Lisboa, de Viena y Tyssen de Madrid
¿Por qué Luis de Francia negoció aquel matrimonio?
Desde que los Católicos habían dado sus primeros pasos conjuntos (1489), la política exterior de la, entonces, flamante cancillería hispánica se había encaminado, abierta y decididamente, a aislar y asfixiar a Francia. Los matrimonios de Juan y Juana (hijos de los Católicos) con Margarita y Felipe (hijos de Maximiliano de Habsburgo) no eran porque Fernando e Isabel se hubieran entusiasmado con “Siete bodas para siete hermanos”. Sino porque los Habsburgo eran la pieza imprescindible en aquel tablero para rodear a Francia, Tanto era así, que París había contemplado aquel despliegue matrimonial con una gran inquietud. Por lo tanto, en el momento en que el viudo Fernando desposó a la joven Germana; la cancillería francesa respiró aliviada. Aquellas bodas no solo disipaban la amenaza sino que, también, provocaban una monumental grieta en el proyecto hispánico.
¿Qué papel tuvo Germana como reina?
Germana, inicialmente, cumplió con la misión que le había sido encomendada: engendrar y parir un retoño para el propósito de Fernando (1507). Un heredero llamado a ocupar el trono de Barcelona; sin embargo, en ningún caso el de Toledo. El joven Juan (el bebé de Fernando i Germana) moriría tan solo unas horas después de nacer. Un contratiempo que no jugaba a favor de Fernando; pero que tampoco representaba un obstáculo definitivo: la juventud de la madre auguraba nuevos embarazos. Sin embargo, en cambio y sorprendentemente, en los siguientes nueve años (hasta la muerte del Católico, 1516) no tuvieron más descendencia. Y no por incapacidad o por falta de voluntad (Germana, en posteriores relaciones, tendría descendencia; y Fernando siempre fue un adicto a los afrodisíacos). Sino por alguna enigmática razón que cubre un misterioso páramo de nueve años.
Vista de Valencia (1563). Fuente: Wikimedia Commons
Germana, reina viuda
El porque más allá del difunto bebé Juan, no tuvieron más descendencia, es un misterio que ha quedado instalado en la umbría de la historia. Pero en cambio lo que sí es público y notorio es la nueva posición de Germana después de la muerte de Fernando. Curiosamente, su papel se redimensiona con su nueva condición de viuda. Germana no había conseguido completar la misión que la había llevado a Barcelona. Pero su participación en aquel proyecto, al margen del éxito o del fracaso, era tan evidente; que una vez viuda tuvo que desplegar todos sus recursos para garantizarse la supervivencia. La personal y la política. Buscó y tuvo una tórrida relación con un adolescente Carlos de Gante, nieto de su difunto marido, nuevo rey hispánico, y doce años más joven. Y se afanó por una posición y por unas rentas hasta que fue nombrada virreina hispánica de Valencia.
Germana, virreina
La historiografía nacionalista española se esfuerza en presentarla como una mujer cultivada que importó el Renacimiento a Valencia. Pero una atenta mirada al escenario lo desmiente rotundamente. Y una atenta mirada al personaje revela que de la necesidad hizo virtud. Si bien es cierto que Germana no era tonta, también lo es que Valencia cap-i-casal ya era una primera capital cultural y económica a nivel continental desde el siglo anterior. La cuestión no era esta, sino que el paisaje valenciano no obedecía a los estándares ideológicos de la cancillería hispánica. Sus clases dirigentes hablaban, escribían, imaginaban, creaban y producían en catalán. Y, en este punto es donde entra en juego la nueva misión de Germana. En Valencia no fue un icono cultural, sino un fiel instrumento del poder hispánico en la castellanización de las clases dirigentes.
Mapa de la península ibérica con los Estados que formaban la monarquía hispánica (1542). Fuente: Cartoteca de Catalunya
Germana, represora.
Hablando de castellanización, otra vez la historiografía nacionalista española justifica aquella maniobra sobre una pretendida asociación entre lengua castellana y cultura universal. Pero otra vez la realidad lo desmiente y explica que en aquel proceso esta asociación tuvo una importancia muy secundaria. El virreinato de Germana se estrenó con el fin de la revolución popular y mercantil de las Germanías (1519-1523), y con el inicio de una brutal represión que se saldaría con miles de ejecuciones y un estado de terror y de confiscaciones que paralizarían y arruinarían el país. En aquel contexto, el castellano se generalizó entre las clases dominantes ganadoras como elemento identificador de los que habían posicionado a favor de la corona y en contra de la revolución. A favor de la monarquía hispánica y en contra de la República valenciana.
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