La gestión del agua en Iruñea: del pozo al grifo, pasando por la ‘escocesa’ fuente del león

La gestión del suministro del agua en Iruñea ha vivido varias fases, que han pasado del abastecimiento a través del río Arga y los pozos hasta llegar al agua corriente del grifo, tras pasar por las fuentes, con los monumentales surtidores de Paret y la mítica fuente del león, de origen escocés.

Del pozo al grifo, pasando por las monumentales fuentes de Luis Paret y la mítica del león, que no es autóctona y cuyos orígenes se encuentran en Escocia. Este recorrido por la historia sobre la gestión del suministro del agua en Iruñea fue una de las cuestiones tratadas en las jornadas ‘Kultura-el agua como patrimonio’, organizadas por Nabarralde Fundazioa y celebradas recientemente.

Entre los expertos que participaban en esas jornadas figuraba Víctor Manuel Egia, médico y estudioso del patrimonio de Iruñea, que conoce al detalle cómo ha sido la historia de la gestión del suministro del agua en la ciudad.

Hasta finales del siglo XVIII, Iruñea se surtía de agua fundamentalmente a través del río Arga, aunque también lo hacía del Elortz, y de sus abundantes pozos. Como comenta Egia, ya en el siglo X se decía que en la ciudad «había tantos pozos como días tiene el año» y un catálogo realizado en 1870 vino a dar la razón al dicho popular, ya que contabilizó 346, muchos de los cuales se conservan, como «en el Condestable o en Napardi».

Ese notable número de pozos es consecuencia de las características geológicas de la meseta en la que se asienta Iruñea y que está integrada por margas, las denominadas popularmente como tufas. En ellas se terminaba reteniendo la abundante lluvia que caía en la ciudad, haciendo que en el subsuelo se acumulara el agua.

Además de los numerosos pozos, Iruñea contaba con dos manantiales. Uno de ellos se encontraba debajo del actual emplazamiento de la Plaza de Toros, lo que se llamaba Fontana Viella y que, a través de una conducción, en el siglo XVI llevaba agua hasta la fuente de Santa Cecilia, que se encontraba en la confluencia de las calles Curia, Calderería, Mercaderes y Mañueta.

El otro manantial importante era Iturrama, como ya su nombre en euskara indica. Se encontraba hacia la confluencia de la calle Serafín Olave con Fuente del Hierro y desde ese punto se abastecía a fuentes como las de San Antón, plaza del Consejo o la situada cerca de San Lorenzo.

A pesar de contar con estas fórmulas de abastecimiento, en el siglo XVIII, al calor de la Ilustración, se produjo un desarrollo del urbanismo de las ciudades al que Iruñea no fue ajena y que supuso una modernización de la gestión del agua.

Así, en 1767 se realizó la red de saneamiento. Hasta entonces, las aguas sucias se tiraban por la ventana al grito de «¡Agua va!» e incluso había normativa sobre a qué hora se podía tirar esas aguas sucias.

Para canalizarlas, se construyó la mineta, que recorría todas las calles de la ciudad y trasladaba esas aguas hasta el río. Esa estructura «fue destruida cuando se hizo la nueva mineta con la entibadora», recuerda Egia, quien destaca la pérdida que supuso su supresión, ya que «era de las mejores de la península del momento y la envidia de ciudades como Madrid, Sevilla o Zaragoza. Era la más importante del Estado en aquella época».

Pero no bastaba con desprenderse de la sucia, sino que se necesitaba más agua limpia y con ese objetivo se acometió la traída de aguas desde Subitza, completada en 1797. Fue un proyecto «muy importante que realizó un arquitecto francés y que después modificó un poco Ventura Rodríguez, el mismo arquitecto que hizo la actual fachada de la catedral. El fue el diseñador, aunque el que lo hizo fue Santos de Ochandategi, de Durango», explica el estudioso del patrimonio de Iruñea.

Dentro de la conducción desde el manantial, que está en la ladera de Erreniega, y como infraestructura más importante de ese proyecto, figura el acueducto de Noain. Egía detalla que «el agua venía a Iruñea por gravedad. Pasaba por Noain, seguía por detrás de las Mutilvas hasta llegar a la parte inferior de Mendillorri a la Fuente de la Teja. De ahí pasaba por la Media Luna y entraba en la ciudad por el Baluarte de la Reina. El depósito estaba en el emplazamiento de la actual iglesia de San Ignacio y desde ahí, se llevaba a las diferentes fuentes. Entonces se construyeron las cinco famosas fuentes diseñadas por Luis Paret».

Este refuerzo del abastecimiento de agua de Iruñea consiguió aportar suficiente suministro a la ciudad durante un tiempo, hasta que cien años después llegó el momento de mejorarlo. A finales del siglo XIX, ya tenía más de 20.000 habitantes, que contaban «con váteres, pero no había agua corriente y era necesario acudir a las fuentes para conseguirla», señala Egia.

La solución para mejorar el abastecimiento pasaba por traer agua del manantial de Arteta, pero ese proyecto resultaba caro. Por ese motivo, no lo acometió el Ayuntamiento de Iruñea, sino que se constituyó una empresa privada, Aguas de Arteta Sociedad Anónima, para llevarla a cabo.

La traída de aguas desde Arteta se inauguró durante los sanfermines de 1895 y supuso que ya se pudieran instalar grifos en las casas, ya que aportaba agua en cantidad y presión suficiente para subir a los hogares.

Entonces se construyeron los depósitos de Mendillorri y desde ahí se distribuía el agua a la ciudad a través de la red de conducciones que se creó. El control lo tenía la sociedad Aguas de Arteta, a la que los usuarios pagaban los enganches, hasta el punto de que ella decidía «dónde poner grifos o dónde poner fuentes». Esta situación cambió en los años 30 del pasado siglo, cuando se municipalizó el servicio.

Al llegar la década de los 60 del siglo XX, una vez más, el incremento de población de Iruñea hizo que se buscaran más fuentes de suministro. Entonces fue cuando se decidió construir el pantano de Eugi, que fue levantado entre los años 1968 y 1973, y se ampliaron los depósitos de Mendillorri. Desde entonces, la ciudad se abastece con el agua de Arteta y de Eugi, a la que se ha sumado en determinados momentos la del pantano de Itoitz.

De Paret al león ‘escocés’

Aunque algunas ahora ya tienen un componente especialmente ornamental, sin perder su esencia de saciar al sediento, las fuentes siguen estando muy presentes en el paisaje de Iruñea, como huella de una época en la que eran vitales para abastecer de agua a los hogares.

Así, cuando se produjo la traída de aguas de Subitza, se consideró necesario incrementar el número de surtidores de la ciudad, ya que las fuentes que existían eran «pocas y pequeñas», señala Egia. Entonces es cuando se encargó hacer una serie de fuentes a Luis Paret. El elegido era conocido por haber sido pintor de la Corte del rey español Carlos III, pero, tras caer en desgracia, fue desterrado en Puerto Rico y cuando pudo regresar a la península, se instaló en Bilbo ante la imposibilidad de hacerlo en Madrid.

Ventura Rodríguez, que entonces estaba inmerso en la traída de aguas de Subitza, conocía a Paret y por ese motivo, fue elegido para que diseñara cinco fuentes, que fueron realizadas en los últimos años del siglo XVIII, hacia 1796.

Una de ellas estaba en la plaza del Castillo y era la fuente de la Beneficiencia, ya que estaba coronada por una estatua alegórica de esa figura. Se mantuvo en ese lugar hasta 1912, cuando «para adecentar la plaza», como se dijo en la época, fue derruida. Se conservó la estatua, conocida también como la Mari Blanca, que tras pasar por la plaza de San Francisco, terminó en la Taconera, donde todavía se encuentra.

Otra fuente de Paret fue proyectada para ser instalada en la plaza del Consejo, frente al palacio de Guendulain. En esa época, el alcalde de Iruñea era precisamente el conde de Guendulain, quien al ver la fuente que se estaba instalando, le gustó tanto que se la llevó al interior de su palacio, donde todavía se conserva, sin que se sepa «si pagó o no por ella, no hay constancia documental», desvela el estudioso del patrimonio de Iruñea. Como sustituta, se instaló en ese lugar la que iba a ser ubicada en la Taconera, es decir, la fuente de Neptuno niño, que sigue en esa plaza.

La cuarta fuente es la que se encuentra en la plaza de las Recoletas. En principio iba a ser instalada en la plaza de la Fruta, la actual plaza Consistorial, pero el obelisco que la adorna iba a resultar demasiado grande y se terminó ubicando en la plaza donde ahora se encuentra, pero más cerca de la fachada de la iglesia de San Lorenzo, hasta que fue movida y ubicada en su actual emplazamiento.

Y el quinto surtidor de Paret es el que está en Navarrería. Inicialmente se instaló en la plazuela de Santa Cecilia, en la confluencia de Curia, Calderería, Mercaderes y Mañueta, donde estuvo hasta 1912, cuando fue trasladada al lugar donde se encuentra.

A estas fuentes más ornamentales se suma la de la calle Descalzos, que ha llegado a ser atribuida a Paret, pero que, en realidad, «se hizo 50 años más tarde y fue diseñada por el arquitecto municipal Villanueva». En origen, estuvo emplazada en la plaza de Santiago, detrás del Ayuntamiento, pero cuando se quemó el mercado, la alhóndiga y el almudí en 1876, fue trasladada a su actual emplazamiento.

También destacan otras dos fuentes, en este caso de metal, frente a las precedentes, que son de piedra. Se trata de la de los delfines de la plazuela de San José y el surtidor de la Taconera, cerca de Larraina.

Estas fuentes se compraron en 1876 a una casa de París, Ducel, y estaban previstas para adornar el interior y la zona exterior del nuevo mercado de Santo Domingo.

La que actualmente está en la Taconera se puso en el patio interior del mercado, pero era muy grande y salpicaba, y finalmente fue trasladada. Fue instalada ante el Palacio de Diputación, donde permaneció hasta que se construyó en ese emplazamiento el Monumento a los Fueros. Entonces se llevó a la Taconera para ser ubicada en el espacio que actualmente ocupa el Monumento a Gayarre. Precisamente la construcción del mismo hizo que en los años 50, esta particular ‘fuente viajera’ fuera ubicada en su actual emplazamiento.

Por su parte, la de los delfines es una peculiar ‘fuente farola’, que actualmente tiene tres luminarias, pero ya en sus orígenes contaba con una. Permaneció instalada en el centro de la plaza de Santiago hasta 1952, cuando se derribó el edificio del Ayuntamiento para construir uno nuevo en el mismo lugar. El nuevo inmueble se apropió de varios metros de la plaza, lo que arrinconaba a la fuente, que fue trasladada a la plazuela de San José, donde continúa.

En este recorrido a los surtidores de Iruñea, no podía faltar una referencia a las fuentes del león, «tan características de la ciudad y que se consideran autóctonas, pero no es así», aclara contundente Egia.

Las fuentes originales del león en realidad provenían de Escocia. «Se compraron en 1896 en París, pero eran una patente escocesa, de Kennedy&Glenfield. Se trajo una y se probó. A los tres meses se compraron 12 más y algunas de ellas todavía existen, cuatro en concreto. Una incluso se encuentra en su lugar original, delante del hotel Pamplona Catedral, en la calle 2 de mayo. Otra de esas primeras fuentes escocesas está en el Vergel, en un aska; otra curiosamente en el patio del instituto Iturrama y la cuarta junto al lago de Mendillorri», detalla el estudioso del patrimonio. Son fáciles de identificar, ya que en el pie figura el nombre de la empresa escocesa.

Si solo se compraron 13, ¿cómo se multiplicaron esos surtidores del león? La explicación consiste en que en los años 50 se hizo un modelo en la fundición de Sancena, en Arrotxapea, donde se forjó en serie y entonces empezaron a aparecer en muchos parques de la ciudad, de tal manera que ahora hay cientos de aquellas fuentes del león, «que no son únicas de Iruñea, porque hay en muchos lugares de Inglaterra, de Irlanda, incluso en las islas Malvinas. Ni son exclusivas de Iruñea, ni son autóctonas, ni se pintaban de verde, sino que eran grises de hierro fundido», concluye Egia, desmontando todo un mito iruindarra sobre el abastecimiento del agua de la ciudad.

Naiz