Irlanda y nosotros

Todos los procesos de independencia culminan en una mesa de negociación, donde las dos partes (el Estado que pierde una parte del hasta entonces territorio suyo y el nuevo Estado naciente de la separación del anterior) acuerdan aspectos clave como la delimitación de las nuevas fronteras estatales, la continuidad de los acuerdos y convenios internacionales firmados por el Estado dominante, la asunción proporcional o no de la deuda pública, el reparto del tesoro y los bienes (incluidos los que son propiedad del Estado dominante en territorio del futuro Estado libre), las sedes de embajadas, consulados y otros edificios en el exterior, las infraestructuras, equipamientos y material de defensa por tierra, mar y aire, los medios de comunicación audiovisuales de carácter público, el banco de datos para la gestión futura de la fiscalidad, las pensiones, la protección social, etc.

La negociación es el final, la punta del iceberg, y no vale pasar por alto que antes de este paso ha sido necesario dar muchos otros. En la mayoría de ocasiones, ha habido situaciones previas de dificultad extrema, de violencias desatadas, guerras, actos de sabotaje, lucha armada, movilizaciones ciudadanas masivas y reiteradas en el tiempo, desobediencia civil activa y pacífica, huelgas generales, etc. No referirse a ellas es ignorancia o bien tomadura de pelo. Sería una simplificación descomunal asegurar que Argelia, Irlanda o la India fueron independientes gracias a la negociación, ya que si hubo negociación es, justamente, porque antes se habían producido las condiciones de presión persistente que obligaron a los Estados dominantes a sentarse, hablar y acordar, una vez llegado el momento en que salían perdiendo más con el mantenimiento de un conflicto sin resolver, insostenible para su economía y con el desgaste lógico de su imagen internacional, que con la independencia del territorio en cuestión.

No se entiende, pues, la negociación de Évian, previa a la independencia de Argelia, sin el FLN, ni la de la India sin la Marcha de la Sal y una figura mundial como Gandhi, o la de la República de Irlanda, sin el IRA o el Sinn Fein. Quien más quien menos, aunque sea sólo por el cine, todo el mundo se ha podido hacer una idea con ‘La batalla de Argel’, ‘Gandhi’ o ‘Michael Collins’, para saber de qué hablo. Me referiré a Irlanda, ya que su lucha fue seguida en los Países Catalanes, con un interés mayúsculo. Ya en el siglo XIX, J.N. Roca i Farreras, referente del independentismo progresista y de ‘Países Catalanes’, promovió desde el periódico ‘L’Arc de Sant Marti’ el histórico “Mensaje de Adhesión al Pueblo Irlandés”, firmado por más de 6.000 catalanes y dirigido al líder irlandés Charles Stewart Parnell, en abril de 1886.

En 1916 se produjo la Sublevación de Pascua, el levantamiento armado independentista dirigido por el socialista James Connolly, líder de la izquierda irlandesa, y Patrick Pearse, activista del idioma gaélico, aprovechando un contexto adverso para el Reino Unido en plena I Guerra mundial. La acción se focaliza en el edificio central de correos, en Dublín, donde todavía se ven vestigios de la batalla en las columnas de la fachada y en el interior del edificio, conservados para mantener viva la memoria de que sin esfuerzo y coraje ningún pueblo puede ser libre. Aquella gesta, tan idealizada hoy todavía, tuvo una acogida de simpatía, complicidad y comprensión en las revistas con más sensibilidad nacional de Barcelona, ​​Palma, Perpinyà y Valéncia.

Terence MacSwiney (1879-1920), alcalde de Corcaigh, presidente local de la Liga Gaélica y del Sinn Fein, así como comandante del IRA, fundó el diario ‘Fianna Fáil’ y, con la revuelta de Pascua, fue detenido y deportado a Inglaterra hasta junio de 1917. Aquel noviembre volvió a ser detenido por vestir el uniforme del IRA y, en las elecciones de 1918, fue elegido diputado por el ‘Sinn Fein’ y en marzo de 1920, tras el asesinato del alcalde de Corcaigh, T. MacCurtain, le sucedió en el cargo. El 12 de agosto volvió a ser detenido, acusado de fomentar el independentismo y, juzgado sumariamente por un tribunal militar, condenado a dos años de prisión a Briton (Londres). En señal de protesta, inició una huelga de hambre y, ya muy debilitado, envió un mensaje a los compañeros de consistorio recordándoles la importancia del uso del gaélico. Murió el 25, después de 73 días sin comida. Para evitar actos multitudinarios en Irlanda, su cuerpo se instaló en la catedral católica de Saint George de Soutwark (Londres) donde lo homenajearon más de 30 mil personas en desfile silencioso, antes de ser enterrado en Corcaigh. Una antología de sus artículos apareció en 1921, ‘Principles of Freedom’, y su actitud épica impactó notablemente a los padres de la independencia india, Mahatma Gandhi y Jawaharlal Nehru, así como de Vietnam, ya que Ho Chi Minh trabajaba en Londres en aquella época.

En los Países Catalanes, la huelga y su muerte tuvieron un gran impacto, el CADCI promovió una campaña de apoyo al patriota irlandés y pidió su liberación y, ya muerto, organizó una manifestación en Barcelona donde Ventura Gassol arengó a los asistentes con unos versos suyos dedicados al alcalde, Josep Carner le dedicó el poema ‘En la muerte del Héroe’ y J.M. Folch i Torres, con los ‘Pomells de Joventut’, promovió en Molins de Rei una misa por el alma del patriota irlandés, iniciativa religiosa que extendió a otras iglesias, con la asistencia del alcalde barcelonés y del presidente de la Diputación y, en alguna acción cívica, también del presidente de la Mancomunitat. Las entidades catalanistas mantuvieron la bandera nacional izada a media asta, se manifestaron ante el consulado británico y se llamó a la población a lucir un lazo negro en señal de duelo.

A la sombra de Irlanda, nació en Valencia la ‘Joventut Nacionalista Obrera’, independentista y socialista, dirigida por Eduard Buil, y, en 1931, Daniel Cardona fundó ‘Nosaltres Sols’, versión libre de las palabras ‘Sinn Fein’. En 1928, siguiendo los pasos del líder irlandés De Valera, Macià viajó a América a recaudar fondos para la insurgencia nacional entre los catalanes que residían allí. El dirigente de la CNT Joan P. Fàbregas, futuro consejero de la Generalitat, publicó en 1932 ‘Irlanda y Cataluña’, donde establecía un paralelismo político y económico entre los dos países, con la bandera irlandesa, una estelada y los retratos de De Valera y Macià en la portada. Tras el fracaso de la proclamación del Estado Catalán por Companys, en 1934, algunos independentistas catalanes se refugiaron en Irlanda para escapar de la represión española.

La vía irlandesa, armada, influyó en el independentismo catalán de forma que personas tan respetadas y estimadas como Macià se inspiraron en ellos en algunos aspectos. De ello hablé, hace años, con Gerry Adams, el cual se sorprendió favorablemente de una influencia que desconocía. Pero cada país tiene que encontrar sus propias vías para conseguir la libertad nacional. Estamos en el siglo XXI y sin tener que recurrir a la vía militar, por muchos motivos, es una evidencia que la independencia de un pueblo no es nunca una concesión generosa ajena, sino una victoria abnegada propia. Y no se llega nunca al estadio final de la negociación, entre dos partes perfectamente diferenciadas, sin haberlo hecho necesario anteriormente. Sin negociación no hay independencia, cierto. Pero sin presión no hay negociación de verdad.

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