Entre las lecturas de este verano, me ha inquietado ‘El libro negro de la nueva izquierda. Ideología de género o subversión cultural’, los ensayistas argentinos Agustín Laje (1989) y Nicolás Márquez (1975), editados por el conocido y polémico lobi ‘Hazte Oír’. Pensaba que sería un panfleto. Lo es, aunque sólo de manera tangencial, o en las hojas finales, cuando a una extensa, aunque no exhaustiva documentación, se le añadía el argumentario teórico y el discurso anticomunista clásico en este tipo de obras, en el que los autores expresan unas opiniones que, en el fondo, son las que quiere leer el público al que va destinada la obra. Como el título sugiere, la obra, que arranca con una ambición intelectual destacable -y que va decayendo a medida que el prejuicio y la ideología se adueña de las páginas- trata de contemplarse en el clásico ‘El libro negro del comunismo’ (1997) en donde documentadamente se enumeran los diversos crímenes en nombre de la revolución mundial y que establece un discurso (bastante aceptado hoy entre el gremio de historiadores contemporaneístas) del comunismo como una especie de religión laica al mismo tiempo que milenarista.
La primera lección que deberíamos tomar cuando nos enfrentamos con una obra de estas características, si somos capaces de dejarnos los prejuicios propios olvidados en cualquier rincón, es que el mundo ultraconservador, especialmente vinculado a algunos sectores religiosos, no son recogidos ni indocumentados, como sugiere de manera suicida el mundo bienpensante del progresismo. Al contrario, existe una rica tradición cultural y filosófica que a menudo se vehicula en universidades de referencia, espacios de alta cultura, cátedras y escuelas de pensamiento con muchas cosas que decir en el pasado y el presente. Efectivamente, hay un montón de universidades vinculadas a una iglesia heterogénea (de hecho, las universidades son un invento de la iglesia) que han hecho grandes aportaciones al pensamiento contemporáneo. Desde una superioridad moral propia de necios, buena parte de la izquierda tiende a ignorar o despreciar esta tradición. Un error grave y demasiado común, que tiende a presentar como ignorantes y cortos de entendederas a los oponentes políticos. La periodista y corresponsal en Roma de El Punt Avui, Alba Sidera, recientemente publicó un libro muy interesante -‘Fascismo persistente’- sobre cómo este desprecio ha atizado la emergencia de un fascismo que se presenta de manera muy diferente al de la caricatura elaborada por el progresismo.
El libro al que hago referencia, contiene elementos bastante interesantes porque permite hacer una especie de anatomía del discurso reaccionario que está triunfando entre sectores cada vez más amplios de la sociedad. Y, como el patrocinador del libro es la organización conservadora ‘Hazte Oír’, debía centrarse en este tema -diría, “casi-monotema”- de la izquierda actual: las discusiones y polémicas relativas al género y las “nuevas” sexualidades (pongo entre paréntesis “nuevas”, porque servidor de ustedes, hace veinte años, publicó una tesina sobre el discurso anarquista de finales del siglo XIX-principios del XX sobre sexualidades, con conceptos como “poliamor” que hoy parecen muy nuevas, y en realidad son tan viejas como el ir a pie). El libro de Laje y Márquez hace un análisis muy bien centrado sobre la construcción del discurso alrededor de las disidencias sexuales -en su terminología, “ideología LGTBIQ +”- que implica un bastante exhaustivo repaso a la genealogía del movimiento, el análisis de sus principales ideólogos y axiomas, y una crítica contundente (y bastante documentada) de sus ideas-fuerza. Especialmente severos son contra la última ola feminista que -según los autores- ha impuesto una visión sobre el sexo y la familia que pretende destruir el capitalismo, a pesar de que en la práctica, parece sólo dispuesta a cargarse las convenciones familiares. Hay, también, por parte de los ensayistas, algunos elementos de pirotecnia efectista cuando seleccionan algunos fragmentos desafortunados e ideas de algunos autores y autoras como Sulamith Firestone (1945-2012), Judith Butler (1956), Michel Foucault (1926-1984), Monique Wittig (1935-2003) o Beatriz Preciado (1970). Son especialmente ácidos cuando critican la ideología ‘queer’, que consideran una herramienta de subversión y desestabilización que buscaría la disolución de los vínculos interpersonales y estructuras sociales. Los autores, para desacreditar estas teorías utilizan abundantes episodios biográficos oscuros de las pensadoras, aderezado con algunas estadísticas sórdidas -como la esperanza de vida, notoriamente más corta que las criticadas familias heterosexuales convencionales, el impacto del SIDA, los problemas psicológicos entre determinados perfiles o la irrelevancia demográfica de la disidencia sexual (y, servidor de ustedes, un escéptico profesional, contrastó algunas de las afirmaciones y constató que no faltan elementos -no siempre- de veracidad).
Hay un ingrediente en la visión crítica de los autores que resulta especialmente inquietante. Hay una referencia a un episodio de la guerra fría que es conocido por la mayoría de los especialistas, y que sin embargo, no aparece demasiado en el debate público. En la batalla secreta para desestabilizar al adversario, a lo largo de las décadas de 1960 y 1970 al KGB y otras agencias de inteligencia del bloque oriental, propiciaron un proceso de infiltración en los movimientos sociales occidentales -un ejemplo claro, el movimiento pacifista, el desarme, los derechos civiles, el ecologismo- que perseguía cierta desestabilización interna de los Estados Unidos y sus aliados (a modo anecdótico, algún episodio de estos se puede ver en la serie ‘The Americans’, donde cuenta la historia real de unos espías del KGB que aparentan ser una familia convencional en Washington). Pues bien, según los autores, la promoción de los discursos de género y las disidencias sexuales habrían constituido esta estrategia que buscaría crear caos y confusión en las propias sociedades occidentales. Esto explicaría el contraste que ofrece la hostilidad que mostraría la actual Rusia (con un presidente ex-agente del KGB) o de países como Hungría o Polonia hacia la homosexualidad o las cuestiones relativas al género que verían en el movimiento LGTBIQ+ como un peligro para la cohesión interna de los propios países.
Al final, los autores del libro, aunque adictos al sofisma, hacen un ejercicio argumentativo potente -si hubieran sido alumnos míos, no bajarían del 9-, se les ve el plumero. Primero, disimuladamente; más adelante, a velocidad de crucero, se van soltando en sus obsesiones reaccionarias, especialmente en sus obsesiones contra los homosexuales o en su radical oposición a la interrupción del embarazo. O en el culto a un modelo familiar que desprende un aroma apolillado -con las mujeres como claras perdedoras-. Forman parte de unas derechas latinoamericanas, sociedades rotas transversalmente con base en desigualdades cósmicas y un neoliberalismo que ha destrozado toda ligadura social y posibilidades de cohesión nacional. Su animadversión contra unas izquierdas latinoamericanas, las cuales, ciertamente han sufrido una violencia indescriptible a raíz de dictaduras despiadadas, al final también terminaron adquiriendo formas y contenidos similares a los de las caricaturas que proyectan unas derechas rancias y salvajes donde quedó desterrado todo indicio de empatía social.
La procedencia latinoamericana no es una casualidad ni un dato sin importancia. En este mes de agosto, el diario Público (y otros medios europeos y americanos) se han hecho eco de las nuevas remesas de filtraciones a Wikileaks, según las cuales, precisamente ‘Hazte Oír’, junto con ‘CitizenGo’ (cofinanciadores del libro) y la secta paramilitar mexicana ‘El Yunque’, han estado detrás de la financiación de Vox (y otras derechas de ambos continentes). Detrás, Eulen, El Corte Inglés y otras conocidas empresas del Ibex 35 con apellidos que nos invocan la derecha reaccionaria y franquista de toda la vida, combinada con un nuevo ingrediente tóxico: la del neoliberalismo que promueven Banon y la mayoría de nuevos grupos de extrema derecha que se extienden por todas las instituciones europeas. Todo ello una contaminación que está empujando a las derechas, no sólo en contra del elemento de libertad personal que implica vivir la propia sexualidad según se considere oportuno, sino también con un darwinismo social que nos remite a lo más cruel del capitalismo desregulado y a una sociedad de modelo victoriano -o nacional-católico-.
Como afirmaba al principio, haríamos bien en no menospreciar este enemigo de la civilización. La virtud del libro, e incluso de ‘Hazte Oír’ es que precisamente pone el dedo, más que en la llaga, en el punto débil de las izquierdas occidentales, demasiado engrosadas de superioridad moral, ignorancia, ausencia de rigor y esterilidad política. Quizá porque en el fondo, están actuando con una especie de guion previsto según el cual los elementos de privacidad -y la manera sobre cómo cada uno vive su (o sus) sexualidades es un paradigma- ocupan el espacio público central, en detrimento de elementos mucho más trascendentes: cómo afrontamos la globalización; cómo se reparte el trabajo y la riqueza; cómo se corrigen las desigualdades; qué hacemos con la especulación inmobiliaria, … La izquierda parece haber caído en la trampa de utilizar un esquema mental propio de religiones laicas (a menudo con una inquisición moral vigilante en las redes), desatendiendo la racionalidad, mientras que los sectores reaccionarios utilizan la racionalidad -y la filosofía- para imponer los principios más carcas y oscuros de la religión. Escribo esto el día que, según las agencias internacionales, los talibanes parecen a punto de capturar Kabul e imponer su agenda de neoliberalismo económico acompañado de rigorismo moral. Esto también puede ocurrir aquí, mientras, las izquierdas, por el contrario, parecen discutir sobre si los ángeles son ‘queer’.
Entre les lectures d’aquest estiu, m’ha inquietat El libro negro de la nueva izquierda. Ideología de género o subversión cultural, dels assagistes argentins Agunstín Laje (1989) i Nicolás Márquez (1975), editats pel conegut i polèmic lobi Hazte Oir. Pensava que seria un pamflet. Ho és, encara que només de manera tangencial, o en les planes finals, quan a una extensa, encara que no exhaustiva documentació, se li afegia l’argumentari teòric i el discurs anticomunista clàssic en aquesta mena d’obres, en què els autors expressen unes opinions que, en el fons, són les que vol llegir el públic al qual va destinada l’obra. Tal com el títol suggereix, l’obra, que arrenca amb una ambició intel·lectual destacable –i que va decaient a mesura que el prejudici i la ideologia s’ensenyoreix de les planes– tracta d’emmirallar-se en el clàssic El llibre negre del comunisme (1997) en què documentadament s’enumeren els diversos crims en nom de la revolució mundial i que estableix un discurs (força acceptat avui entre el gremi d’historiadors contemporaneistes) del comunisme com a una mena de religió laica i alhora mil·lenarista.
La primera lliçó que hauríem de prendre quan ens enfrontem amb una obra d’aquestes característiques, si som capaços de deixar-nos els prejudicis propis oblidats en qualsevol racó, és que el món ultraconservador, especialment vinculat a alguns sectors religiosos, no són arreplegats ni indocumentats, com suggereix de manera suïcida el món benpensant del progressisme. Ans al contrari, existeix una rica tradició cultural i filosòfica que sovint es vehicula en universitats de referència, espais d’alta cultura, càtedres i escoles de pensament amb moltes coses a dir en el passat i el present. Efectivament, hi ha un munt d’universitats vinculades a una església heterogènia (de fet, les universitats són un invent de l’església) que han fet grans aportacions al pensament contemporani. Des d’una superioritat moral pròpia de necis, bona part de l’esquerra tendeix a ignorar o menysprear aquesta tradició. Un error greu i massa comú, que tendeix a presentar com a ignorants i curts de gambals els oponents polítics. La periodista i corresponsal a Roma de El Punt Avui, Alba Sidera, fa poc va publicar un llibre molt interessant –Feixisme persistent– sobre com aquest menyspreu ha atiat l’emergència d’un feixisme que es presenta de manera molt diferent al de la caricatura elaborada pel progressisme.
El llibre al qual faig referència, conté elements prou interessants perquè permet fer una mena d’anatomia del discurs reaccionari que està triomfant entre sectors cada vegada més amplis de la societat. I, com que el patrocinador del llibre és l’organització conservadora Hazte Oír, havia de centrar-se en aquest tema –diria, “quasi-monotema”– de l’esquerra actual: les discussions i polèmiques relatives al gènere i les “noves” sexualitats (poso entre parèntesi “noves”, perquè servidor de vostès, fa vint anys, va publicar una tesina sobre el discurs anarquista de finals del segle XIX – principis del XX sobre sexualitats, amb conceptes com “poliamor” que avui semblen molt noves, i en realitat són tan velles com l’anar a peu). El llibre de Laje i Márquez fa una anàlisi molt ben centrada sobre la construcció del discurs al voltant de les dissidències sexuals –en la seva terminologia, “ideologia LGTBIQ+”,– que implica un força exhaustiu repàs a la genealogia del moviment, l’anàlisi dels seus principals ideòlegs i axiomes, i una crítica contundent (i força documentada) de les seves idees-força. Especialment severs són contra la darrera onada feminista que –segons els autors– ha imposat una visió sobre el sexe i la família que pretén destruir el capitalisme, malgrat que a la pràctica, sembla només disposada a carregar-se les convencions familiars. Hi ha, també, per par dels assagistes, alguns elements de pirotècnia efectista quan seleccionen alguns fragments desafortunats i idees d’alguns autors i autores com Sulamith Firestone (1945-2012), Judith Butler (1956), Michel Foucault (1926-1984), Monique Wittig (1935-2003) o Beatriz Preciado (1970). Són especialment àcids quan critiquen la ideologia queer, que consideren una eina de subversió i desestabilització que buscaria la dissolució dels lligams interpersonals i estructures socials. Els autors, per desacreditar aquestes teories fa servir abundants episodis biogràfics foscos de les pensadores, amanit amb algunes estadístiques sòrdides –com ara l’esperança de vida, notòriament més curta que les criticades famílies heterosexuals convencionals, l’impacte de la SIDA, els problemes psicològics entre determinats perfils o la irrellevància demogràfica de la dissidència sexual (i, servidor de vostès, un escèptic professional, ha contrastat algunes de les afirmacions i ha constatat que no hi manquen elements –no sempre– de veracitat).
Hi ha un ingredient en la visió crítica dels autors que resulta especialment inquietant. Hi ha una referència a un episodi de la guerra freda que és conegut per la majoria dels especialistes, i que tanmateix, no apareix massa en el debat públic. En la batalla secreta per desestabilitzar l’adversari, al llarg de les dècades de 1960 i 1970 el KGB i altres agències d’intel·ligència del bloc oriental, van propiciar un procés d’infiltració en els moviments socials occidentals –un exemple clar, el moviment pacifista, pel desarmament, pels drets civils, l’ecologisme– que perseguia certa desestabilització interna dels Estats Units i els seus aliats (a tall anecdòtic, algun episodi d’aquests es pot veure a la sèrie The Americans, on explica la història real d’uns espies del KGB que aparenten ser una famíia convencional a Washington). Doncs bé, segons els autors, la promoció dels discursos de gènere i les dissidències sexuals haurien constituït aquesta estratègia que buscaria crear caos i confusió en les pròpies societats occidentals. Això explicaria el contrast que ofereix l’hostilitat que mostraria l’actual Rússia (amb un president ex-agent del KGB) o de països com Hongria o Polònia envers l’homosexualitat o les qüestions relatives al gènere que veurien en el moviment LGTBIQ+ un perill per a la cohesió interna dels propis països.
Al final, als autors del llibre, malgrat que addictes al sofisme, fan un exercici argumentatiu potent –si haguessin estat alumnes meus, no baixarien del 9–, se’ls veu el llautó. Primer, dissimuladament; més endavant, a velocitat de creuer, es van deixant anar en les seves dèries reaccionàries, especialment en les seves obsessions contra els homosexuals o en la seva radical oposició a la interrupció de l’embaràs. O el culte a un model familiar que desprèn una aroma arnada –amb les dones com a clares perdedores–. Formen part d’unes dretes llatinoamericanes, societats trencades transversalment en base a desigualtats còsmiques i un neoliberalisme que ha trinxat tot lligam social i possibilitats de cohesió nacional. La seva animadversió contra unes esquerres llatinoamericanes, les quals, certament han patit una violència indescriptible arran de dictadures despietades, al final també han acabat adquirint formes i continguts semblants a la de les caricatures que projecten unes dretes ràncies i salvatges on va quedar desterrat tot indici d’empatia social
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La procedència llatinoamericana no és una casualitat ni una dada sense importància. Aquest mes d’agost, el diario Público (i altres mitjans europeus i americans) s’han fet ressò de les noves remeses de filtracions a Wikileaks, segons les quals, precisament Hazte Oír, juntament amb CitizenGo (cofinançadors del llibre) i la secta paramilitar mexicana El Yunque, han estat al darrere del finançament de Vox (i d’altres dretes d’ambdós continents). Al darrere, Eulen, El Corte Inglés i altres conegudes empreses de l’Ibex 35 amb cognoms que ens invoquen la dreta reaccionària i franquista de tota la vida, combinada amb un nou ingredient tòxic: la del neoliberalisme que promou Banon i la majoria de nous grups d’extrema dreta que s’estenen arreu de les institucions europees. Tot plegat una contaminació que està empenyent les dretes, no només en contra de l’element de llibertat personal que implica viure la pròpia sexualitat segons considerin oportú, sinó també amb un darwinisme social que ens remet al més cruel del capitalisme desregulat i una societat de model victorià –o nacional-catòlic–
Com afirmava al principi, faríem bé de no menystenir aquest enemic de la civilització. La virtut del llibre, i fins i tot d’Hazte Oir és que precisament posa el dit, més que a la nafra, al punt feble de les esquerres occidentals, massa engreixades de superioritat moral, ignorància, absència de rigor i esterilitat política. Potser perquè en el fons, estan actuant amb una mena de guió previst segons el qual elements de privacitat –i la manera sobre com cadascú viu la seva (o les seves) sexualitats n’és un paradigma– ocupen l’espai públic central, en detriment d’elements molt més transcendents: com afrontem la globalització; com es reparteix el treball i la riquesa; com es corregeixen les desigualtats; què fem amb l’especulació immobiliària,… L’esquerra sembla haver caigut en el parany de fer servir un esquema mental propi de religions laiques (sovint amb una inquisició moral vigilant a les xarxes), desatenent la racionalitat, mentre que els sectors reaccionaris fan servir la racionalitat –i la filosofia- per imposar els principis més carques i obscurs de la religió. Escric això el dia que, segons les agències internacionals, els talibans semblen a punt de capturar Kabul i imposar la seva agenda de neoliberalisme econòmic acompanyat de rigorisme moral. Això també pot passar aquí, mentre, les esquerres, per contra, semblen discutir sobre si els àngels són queer.
MIRALL