Setiembre de 1521: Amaiur y Hondarribia, el desquite de Noain

Aunque la batalla de Noain fue un duro revés para la causa legitimista, en setiembre de 1521 y después de que Nafarroa Beherea se sublevara contra los españoles, una nueva ofensiva franco-navarra consiguió liberar la Nafarroa cantábrica, con Amaiur como principal referencia, y tomar Hondarribia.

Aunque la causa legitimista había sufrido un duro varapalo con la derrota del 30 de junio en la batalla de Noain, en el verano de 1521 todavía se veía muy factible que un ejército franco-navarro recuperara el reino ocupado por los españoles. No fue así, pero terminó desquitándose del fracaso de junio liberando la Nafarroa cantábrica y tomando Hondarribia.

Francisco I, soberano francés, decidió lanzar una nueva ofensiva y designó como mando supremo del ejército que la ejecutaría a una persona de su máxima confianza: Guillaume Gouffier, señor de Bonnivet y almirante de Francia.

Bonnivet se reunió en agosto con el rey de Nafarroa, Enrique II, y se fijó el reclutamiento de tropas para lanzar el ataque para un nuevo intento de recuperación del reino, el cuarto en nueve años después de los de 1512, 1516 y el realizado unos pocos meses antes.

Noticias sobre esos movimientos bélicos fueron llegando a la ocupada Iruñea, donde el nuevo virrey, el conde de Miranda, reaccionó tomando una serie de medidas para impedir que se produjera un levantamiento similar al registrado en mayo de ese mismo año. Una posibilidad que temían los españoles ante «la poca fidelidad que siento en los de este reino», según señalaba el capitán de caballería Meneses de Bobadilla en una carta enviada al emperador Carlos V.

Así, el virrey desterró del reino a aquellos navarros que pudieran liderar un nuevo alzamiento, especialmente en Iruñea y las zonas de Zangoza, Tafalla y Tutera, y envió equipos de hombres para demoler los restos de las fortalezas de Tutera, Corella, Tafalla, Cábrega y Elo (Monreal), y las murallas de Irunberri.

En Iruñea, ordenó destruir las construcciones situadas fuera de las murallas, por lo que fueron minados los monasterios y ermitas de San Francisco, La Merced, San Antón y San Lázaro, situados en la Taconera, aunque el virrey se comprometió a reconstruirlos más adelante en el interior de la ciudad. Además, reforzó las murallas de la capital, concentró tropas que retiró de otros puntos del reino ocupado y se aprovisionó de alimentos para hacer frente a un posible sitio.

Mientras, al norte de los Pirineros, se iban reuniendo las tropas franco-navarras, aunque el proceso se alargó más de lo previsto y el ejército no estuvo listo hasta finales de septiembre.

Según los datos recabados por el historiador Peio Monteano, esa fuerza estaba integrada por unos 24.000 infantes navarros, gascones, bearnes, franceses y los famosos lansquenetes alemanes, la tropa mercenaria de élite del momento. Además, contaba con 600 jinetes, la mayoría acorazados, y unas 18 piezas de artillería, entre las que figuraban seis grandes cañones.

Las tropas se dividieron en dos cuerpos. El primero estaba situado en Donibane Garazi, después de que Nafarroa Beherea se hubiera sublevado en favor de Enrique II de Albret tras la sangrienta toma de unos meses antes, y lo dirigían el propio Bonnivet y el rey de Nafarroa. El segundo se encontraba en los alrededores de Uztaritze y estaba a las órdenes del señor de Saint André, gobernador de Guyena, y de Pedro de Navarra, hijo del mariscal encarcelado.

Al mismo tiempo, en Aezkoa, Antonio de Peralta, hijo del marqués de Faltzes, los hermanos de San Francisco de Xabier y otros nobles les esperaban con un contingente de tropas de ese valle y de Zaraitzu y Erronkari, además de 300 jóvenes riberos.

Finalmente, el 27 de setiembre, el ejército franco-navarro se puso en marcha desde sus dos campamentos, con el de Donibane Garazi tomando el castillo del Peñón, en el paso de Orreaga, y el de Uztaritze camino de Amaiur.

Todo apuntaba a que la fuerza liderada por el almirante se dirigiría hacia Iruñea, pero Bonnivet sabía que la capital estaba preparada para un ataque y, ante la sorpresa y el consiguiente enfado de los capitanes navarros, ordenó que, como el segundo cuerpo de tropas, se dirigiera hacia Baztan, donde se puso cerco al castillo de Amaiur.

La fortaleza rojiza, dirigida por Antón Alguacil, había sido la única que había permanecido en poder de los españoles durante la ofensiva de mayo de 1521. Su guarnición había sido reforzada y se habían mejorado las defensas en el último mes, así que parecía en condiciones de resistir un asedio.

 

Recuperación del castillo de Amaiur

Pero los potentes cañones franceses consiguieron abrir una amplia brecha en las murallas por la que se lanzó al ataque la infantería, generando tantas pérdidas entre los españoles que estos terminaron entregando el castillo el 2 de octubre. Una vez recuperada la fortaleza, al cargo de la misma quedó el veterano capitán navarro Jaime Vélaz de Medrano.

Sin perder tiempo, Bonnivet movilizó su ejército para dirigirse hacia Hondarribia. El 6 de octubre se tomó el castillo de Behobia sin apenas bajas, ya que el fuerte no opuso mayor resistencia. Según el historiador Moret, tras bajar la marea, el conde de Guisa cruzó el Bidasoa con 6.000 lansquenetes y consiguió la retirada de los españoles, quienes, tras ser alcanzado su artillero por el primer cañonazo, rindieron el castillo.

Para entonces, el rey de Nafarroa se había incorporado a esas fuerzas con 6.000 infantes y 600 jinetes pesados.

Ese mismo día comenzó el sitio de Hondarribia, que se realizaría por tierra y por mar. La plaza fue batida por la artillería desde Hendaia con especial fuerza y se lanzaron tres asaltos, pero los defensores, dirigidos por el coronel Diego de Vera, consiguieron rechazarlos.

Sin embargo, según pasaban los días, los sitiados empezaron a desmoralizarse e incluso a huir de la plaza. En vista de la crítica situación por la que pasaba, Vera negoció la rendición y el 18 de octubre entregaba Hondarribia, que quedó custodiada por tropas navarras y gasconas a las órdenes de Jacques d’Aillon, señor de Luda, como alcaide de la plaza y gobernador del castillo de Behobia «en nombre del rey de Navarra».

Entre los navarros presentes en la toma de Hondarribia se encontraban Juan y Valentín de Jaso, además del señor de Olloki, todos primos de San Francisco de Xabier. También figuraban el veterano capitán Juan Remírez de Baquedano, señor de San Martín, además de los Jaureguizar, entre muchos otros, según señala el historiador Pedro Esarte.

 

Parón por la lluvia

La rendición de la plaza disparó todas las alarmas españolas, cuyas autoridades no conseguían reunir tropas con las que dar la vuelta a la situación. Circunstancia a la que se sumó la meteorología, con un otoño que pasó a la historia como uno de los más lluviosos del periodo en toda Europa, según apunta el historiador Monteano. Ese mal tiempo también frenó cualquier otra posible operación militar del ejército franco-navarro, así que la guerra quedó paralizada de facto hasta que llegara la primavera.

Esa ‘tregua’ forzada hizo que los navarros volvieran a gobernar una parte de su territorio, en concreto Nafarroa Beherea y los valles cantábricos, aunque sin perder la esperanza de que la ofensiva se retomara con la llegada del buen tiempo para liberar todo el reino. De hecho, tras el éxito cosechado en la más fortificada Hondarribia, los mandos franceses se arrepintieron de no haber atacado directamente Iruñea, convencidos de que la habrían tomado. Pero era un error remediable, ya que bastaba con esperar a la primavera para marchar sobre la capital navarra.

Mientras llegaba ese ansiado momento, desde Amaiur, Vélaz de Medrano controlaba el valle de Baztan y buena parte de Bortziriak con el apoyo de Miguel de Xabier, acantonado con sus hombres en Elizondo.

Como sucedía también en Hondarribia, el alcaide de la fortaleza rojiza se esmeraba en reparar los daños causados por el sitio, reforzar las defensas y abastecer el castillo en previsión de lo que pudiera suceder.

Vélaz de Medrano era muy consciente de que cuando asomara la primavera, la guerra regresaría con ella. Entonces llegaría otro momento crucial en la recuperación de Nafarroa.

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