La situación en el Afganistán se complicó aún más ayer con varios atentados en el aeropuerto de Kabul. Mientras buena parte del mundo contempla atónita el derrumbe descontrolado de un régimen que los norteamericanos y la OTAN pensaron que podía cambiar la historia, la derrota es total y merece varias reflexiones. Una de las cuales, a la que los catalanes somos especialmente sensibles, sobre este tabú absurdo de la frontera inamovible.
Vivimos en un mundo donde, no en todas partes todavía, pero en muchos lugares, podemos cambiar de género o religión, una perspectiva increíble no hace tanto. Yo, que nací hombre y me educaron en el catolicismo, hoy podría declararme mujer y judía, si lo quisiera, y eso me sería reconocido y no causaría ningún gran quebradero de cabeza a nadie. Pero, ¿qué pasaría si me quisiera declarar mujer, judía y catalana no española? Pues que la tercera decisión, que es mil veces más sencilla que las otras dos, causaría un enfrentamiento enorme. Porque el tabú de la frontera inamovible es muy profundo en la sociedad internacional, aunque también cada vez más claro es que no se soporta en pie de modo alguno.
Miremos Afganistán, por ejemplo, y resulta que no entenderemos nada si tratamos de explicar lo que ha pasado mirando sólo el mapa actual del país y sus fronteras actuales, las vigentes hoy en día.
El Afganistán actual es básicamente el fruto de una decisión de Sir Mortimer Durand, un diplomático inglés, que propuso al emir afgano Abdur Rahman Khan el trazado de una línea a partir de la cual el dominio colonial de la India reconocía su existencia. Afganistán era un Estado títere de la corona británica, que había tenido que ceder al imperio de Su Majestad una buena parte de su territorio. En otras circunstancias, lo habrían incorporado a una India que entonces iba de Peshawar hasta más abajo de Rangún. Pero, a los ingleses, resulta que les interesaba tener un Estado tapón con Rusia. Y todo ello tuvo como resultado, más o menos, las fronteras actuales de Afganistán y la existencia del Estado afgano mismo.
Ahora, el precio fue crear un Estado Frankenstein. La línea Durand podría haber pasado por otra parte y hoy nadie discutiría que Afganistán tuviera una forma distinta a la que conocemos. Pero, al trazarla por donde la trazaron, partieron literalmente por la mitad el territorio pastún. Jalalabad era en un Estado, y Peshawar, otro. Esta división, y la lealtad lógica que los pastunes se tienen entre sí a ambos lados, es clave para entender cómo es que la frontera de las llamadas áreas tribales es así de porosa y cómo es que los Estados Unidos tienen tantos dolores de cabeza con el Pakistán.
Pero la cosa no acaba aquí. Porque el viejo imperio afgano llegaba hasta Nueva Delhi, capital actual de la India, y allí nació, en 1867, el movimiento Deobandi, la rama del islam suní que profesan la mayoría de los pastunes y, por tanto, los talibanes. ¿Con qué fin? Con la de luchar contra el dominio colonial inglés sobre una India que no era la India reducida de hoy, para que nadie podía saber que se partiría en los estados actuales.
Mirémoslo, pues, de esta manera: los talibanes representan hoy la evolución de un movimiento islámico pastún, nacido con la intención de liberar una India que aún no había decidido partirse en estados religiosos del dominio colonial inglés. La cosa, de este modo, se ve muy diferente que cuando se trata de explicar todo esto tan sólo mirando el mapa de Afganistán actual.
Pero, como buen estado Frankenstein, el Afganistán actual es, además, una mezcla explosiva. Al norte de Kabul, los pastunes desaparecen y buena parte de la población es uzbeca, tayikistana o turcmana, las tres, etnias que tienen sus estados independientes propios junto a la misma frontera. Pero que están obligadas a convivir con unos pastunes que no han reconocido nunca la división original -Afganistán aún no reconoce la línea Durand-. Entonces, la pregunta surge sola: ¿no sería más razonable modificar las fronteras, integrar estos territorios a Uzbekistán, Tayikistán y a Turkmenistán, para, al menos, salvar buena parte de Afganistán de la tiranía de los talibanes y dejar a los pastunes que decidan si quieren vivir juntos o permanecer separados por una línea artificial? ¿No sería más razonable todo eso que no este desastre que vivimos?
Han pasado muchos años desde que un diplomático inglés decidió que Afganistán era aquello y Pakistán esto y la India lo otro. Con base sólo en su interés y sin pensar en ningún momento qué querían ser los ciudadanos metidos a la fuerza en el nuevo Estado. Sin tener en cuenta para nada ni al islam Deobandi, ni a los pastunes, ni a los uzbekos, ni a los tayikos. Sin preguntarse cómo era que algo nacido al junto a Nueva Delhi, que terminaría siendo la capital de la India hindú, se extendía más allá de las fronteras que él había dibujado caprichosamente sobre un mapa. Sin prever que este enorme despropósito sería la causa de un conflicto mundial enorme que redibuja el mundo entero. Sin darse cuenta de que una frontera, cualquier frontera, sólo es tiempo colocado sobre un espacio.
Ya es hora, por tanto, de que la sociedad internacional reaccione, abandone los tabúes que tanta violencia crean y comience a estructurar una metodología que permita modificar cualquier frontera de manera civilizada y de acuerdo con el deseo democrático de la población. O eso que vemos en Afganistán será nuestro pan de cada día.
VILAWEB