Vuelve Orwell

Ayer se cumplió el 232 aniversario de la toma de la Bastilla. No es una conmemoración redonda, pero, dado que el mundo no va bien, como ya previó Tony Judt, reivindicar hoy la Revolución Francesa es más necesario que nunca. El siglo XX violentó el espíritu de la Ilustración con las ideologías totalitarias que no han desaparecido en el siglo XXI. El ascenso de la extrema derecha por todas partes es un síntoma de ello. Quien no entienda que China es una amenaza, porque es el estado comunista —y por tanto dictatorial— más grande y poblado del planeta, es que no ha entendido que la expansión económica del capitalismo autoritario chino pasa, también, por desterrar los valores democráticos que se sostienen precariamente en Europa y América. En la última cumbre de la OTAN, celebrada el pasado mes de junio, el secretario general de la organización atlántica, el noruego Jens Stoltenberg, indicó que “todo el mundo ha reconocido que China está aumentando sus capacidades militares y que ha continuado con su comportamiento coercitivo”. El gobierno chino replicó que eso eran “calumnias” dirigidas a devaluar “el desarrollo pacífico de China”, y denunció que “la OTAN sigue manteniendo una mentalidad propia de la Guerra Fría”. Quizás sí. China replica a las críticas sobre su autoritarismo con la agresividad impuesta por la denominada “diplomacia del lobo guerrero”, inspirada en una serie de películas que vendrían a ser la versión china de Rambo, e incluso imponiendo sanciones comerciales contra los estados críticos.

El comportamiento coercitivo de China no es, ciertamente, militar (si bien el gasto militar chino haya crecido mucho), sino económico. El PC chino ha adoptado a pies juntillas la teoría estalinista del “comunismo en un solo país” por puro nacionalismo, que se ha visto reforzado por el vacío de valores causado por el fracaso ideológico del modelo comunista. Un nacionalismo que considera Hong Kong, Taiwán y el Tíbet su país (del mismo modo que Gibraltar es España para el nacionalismo español) y se muestra implacable y policial para reprimir a quien lo cuestiona. El mundo ve como Hong Kong está siendo asimilado a la dictadura y no reacciona o su condena es verbal. Es muy significativo que el mismo año que cayó el Muro de Berlín que acabó con la herencia de la Revolución de Octubre en la URSS y en la Europa del Este, meses antes los tanques chinos acabaran con la protesta democrática de jóvenes, obreros e intelectuales en la plaza de Tiananmen y el nacionalcomunismo quedara reforzado. En Occidente se rasgaron las vestiduras, pero nadie se atrevió a enfrentarse directamente con el gigante asiático. Se teme el creciente protagonismo de China en un orden multipolar (por eso Donald Trump insistía en pararle los pies), pero muchos políticos y empresarios occidentales querrían imitar el modelo económico chino, basado en un crecimiento expansivo y un autoritarismo político que destruye el espíritu democrático de 1789 y las posteriores oleadas revolucionarias liberales de 1830 y 1848. Biden ha puesto fin en la guerra comercial entre los EE.UU. y China iniciada el 2018, y la UE no sabe cuál será su papel en un orden mundial donde China ya ejerce de gran potencia, por encima de Rusia, compitiendo con las inversiones de los estados, también totalitarios (porque el islamismo que imponen lo es) de Oriente Medio. Arabia Saudí tiene el honor de ser una dictadura más antigua (1932) que la china (1949), pero su poder en el mundo no pasa para favorecer una invasión comercial, sino que opta por desplegar la hidra financiera y la compra de voluntades. El control de los grandes equipos de fútbol europeos es una muestra de esa forma de actuar.

El modelo chino ya seducía a empresarios e inversores y los petrodólares han conseguido imponer un relativismo moral global. Es la nueva globalización

Cuando en 2001 China entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC), hubo quien creyó que “le doux commerce”, como lo denominaban los franceses, permitiría una apertura del régimen comunista chino. El comercio puede que haya sido dulce, más para los chinos que para otros, pero la represión y el autoritarismo interno es tanto o más amargo que anteriormente. La pandemia ha facilitado los acuerdos entre los EE.UU. y China, dejando descolocada la UE, que se refugia en la “doctrina Sinatra”, denominada así por la canción My Way (“A mi manera”), con la que Europa intenta establecer distancias entre las dos grandes superpotencias. Las declaraciones de las democracias occidentales evocan los principios de 1789 cuando hablan de China, pero callan ante los abusos y persecuciones de los jeques saudíes. Muchos políticos (entre otros, Matteo Renzi, David Cameron, o François Fillon) y jefes de estado (como el monarca español Juan Carlos) se han enriquecido con la venta de armamento e infraestructuras o bien con los generosos honorarios que les paga el Instituto FII (Future Investment Initiative), que es la plataforma que utiliza Mohammed Bin Salman, el príncipe saudí que un informe de la inteligencia estadounidense responsabilizó de la muerte del periodista Jamal Khashoggi, para los sobornos institucionalizados. Comercio (dictadura china) y petrodólares (dictaduras árabes) contra la democracia.

El modelo chino ya seducía a empresarios e inversores y los petrodólares han conseguido imponer un relativismo moral global. Es la nueva globalización. La pandemia se ha convertido en la excusa de los gobiernos occidentales para tomar medidas que, si no vamos con cuidado, acabarán por identificar los regímenes democráticos con estos sistemas autoritarios. Baste con un ejemplo, que además es español, para verlo. La reforma de la ley de seguridad nacional ha generado polémica porque esta iniciativa legislativa del gobierno de coalición español presidido por Pedro Sánchez, que desarrolla la anterior de Mariano Rajoy, prevé la “requisa de bienes y servicios”, la “movilización” forzada de ciudadanos sin ninguna indemnización, un control exhaustivo de la información, sin aplicación de la ley de transparencia, y un plan de inteligencia e información para tener bajo control todos los recursos que un estado podría menester en una “situación de seguridad nacional”, así como la “suspensión” del libre mercado y parar las “inversiones extranjeras”. ¡Uy!, qué miedo. Leído el anteproyecto de este gobierno que se considera “progresista”, de pronto me vino a la cabeza un episodio protagonizado por los gobiernos chino y australiano. Cuando el primer ministro australiano Scott Morrison pidió a la Organización Mundial de la Salud (OMS) que investigara si China tenía algún tipo de responsabilidad en la propagación del coronavirus, el gobierno chino respondió imponiendo aranceles del 80,5% sobre las exportaciones de avena australianos y suspendiendo licencias que afectaban al 35% de las exportaciones australianas de ganado vacuno en China. Todos los gobiernos sueñan con el control férreo de la libertad de los ciudadanos. Unos lo practican sin complejos. Otros todavía recurren a la neolengua, el idioma ficticio que aparece en la famosa novela de George Orwell 1984, para actuar como las dictaduras puras y duras y disimular con mucha verborrea.

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