En las democracias completas y consolidadas, que aspiran a ser justas, el papel social, o la función política, que corresponde a la memoria de las víctimas –de todas las víctimas de todas las violencias– es el de catalizadores o impulsores de la reconciliación para la paz, basada en la libertad y en la igualdad. Nada menos que eso; pero sola y exclusivamente eso. Y para ello es estrictamente imprescindible una condición, que es la imagen de la reconciliación en la memoria de las víctimas
Nada menos que eso. Porque las víctimas son no solo el recuerdo, la pena y el dolor humano, personal y familiar, sino que constituyen social e ideológicamente la prueba irrefutable de la necesidad de la reconciliación para la paz. Son la evidencia de que ninguna violencia –ninguna, ni siquiera la eufemísticamente llamada legítima– debe ser utilizada ni para ganar, ni para imponer, ni para condicionar nada en política. Las víctimas son el testimonio perpetuo de que la verdadera paz solamente se puede asentar en la igualdad de sin vencedores ni vencidos. Ese es su papel emblemático.
Solamente eso. Porque si las víctimas se utilizan para otros objetivos, específicamente para el supuesto aprovechamiento político de su imagen, queda contaminada y prostituida su memoria y se dinamita su emblemática función social. La única fuerza de las víctimas es su memoria y su ejemplo; pero lo es en la medida en que se impulse la reconciliación social. Lo más lamentable es ver que a veces son sus propios allegados y familiares quienes consienten e incluso quienes alientan su aprovechamiento político partidista y excluyente, prostituyendo así la dignidad de su memoria y reduciendo su imagen al mísero papel de argumento contra otros.
La condición imprescindible para que las víctimas puedan cumplir su papel emblemático en la construcción de la paz es que su ejemplo y su imagen se presenten reconciliados. Tomás Caballero es víctima y Germán Rodríguez también. Mikel Zabalza es víctima y José Javier Múgica también. Miguel Ángel Blanco es víctima y Joxe Arregui también. Ordóñez es víctima y Gladys del Stal también. Jáuregui es víctima y Mikel Arregi también. Las del cuartel de Zaragoza son víctimas y las de la matanza de Pasaia también… Y así, cientos y cientos, que mientras no se proclaman reconciliados, dejan de ser y no pueden ser ni acicate ni catalizadores de reconciliación, sino solamente banderines de enganche de cada frente. La diferencia ética hoy por hoy es que mientras unos tienen plazas, otros no han tenido ni juicio.
El más infame y nauseabundo ejemplo de la utilización política de las víctimas para fines políticos fue la teorización y aprovechamiento de los caídos, no solo en cuanto a los monumentos como tal. Los rebelados –Franco, Mola, Sanjurjo y cia, que esos sí que cometieron rebelión– fueron los responsables y culpables últimos no solo de los miles y miles de fusilados y enterrados inhumanamente en las cunetas, y de cientos y cientos de mujeres que, con el pelo rapado al cero y mientras les caía la mierda por las piernas por haberles echo ingerir aceite de ricino, eran paseadas en público, sino también de todos los muertos en los dos frentes, tanto en el legal o republicano, como en el mal llamado nacional. Yo mismo, como tantas y tantos otros, tengo dos tíos carnales muertos y muchos otros familiares que sufrieron de todo en el ejército de los sublevados. Franco y el franquismo se pegaron 40 años queriendo justificar su alzamiento con la Causa General, que era un intento de relato oficial, que nunca lograron acabar en los 40 años, y en la cual la criminal y deleznable teorización de los caídos era la columna vertebral.
Sin embargo, algunas iniciativas y pretensiones actuales son un intento de imitación y reproducción de aquella teorización ideológica franquista. La insistente terminologíca de las víctimas de ETA (como si no hubiese otras), la reduccionista expresión de nunca debió existir (como si en el surgimiento y actuación de ETA no hubiese habido razones políticas) están contagiadas de ese reduccionismo. Uno de los hitos de ese intento es el Museo Público de Vitoria-Gasteiz y sus publicaciones, en cuyas carroñas se nutren Florencio Domínguez y otros gusanos, y en cuyos lodos se ha embadurnado el estado, el rey, Marlasca y otras sabandijas.
No obstante la sociedad llana actual tiene –tenemos– delante una ocasión sin precedentes para poder dar pasos en el camino de una reconciliación verdadera, porque la paz vasca es una paz sin precio político, basada en una decisión unilateral y que constituye un precedente original y nuevo. ETA, que fue fundada por motivación política, tanto en contra de la dictadura como por la inactividad de la oposición política, cesó en la lucha armada y se desarmó y disolvió por razones políticas internas y de su entorno… Aunque de ello no se quieren enterar aún los mastines, que se quedarían sin trabajo, sin negocio y sin justificación si desapareciesen los lobos. Ni en el franquismo llegaron a tener un relato oficial único; no lo van a lograr ahora estos pendejos.
A las 24 horas de ser asesinado Caballero, con quien había coincidido y debatido en luchas obreras, escribí lo que sigo suscribiendo; tras el atentado a Ordóñez me levanté en público con otros dos miembros de la Mesa Nacional de entonces; cuando los dos días de Blanco pedí públicamente a ETA el respeto por su vida apelando al derecho internacional; tras la muerte de Múgica, salimos a la plaza de Leitza con un breve escrito del recién fundado Aralar preparado por Javier Eskubi, cuya memoria reivindico, en donde estuvimos todo el arco político desde Batasuna a UPN junto con familiares del propio José Javier… Habrá quien ha hecho más y todas y todos hemos hecho demasiado poco por la paz, que siempre llega demasiado tarde, pero nadie debe morderse la lengua, ni antes ni ahora.
Estoy convencido de que la reconciliación ya está llegando a las personas y gentes humildes, y de que el buen ejemplo de muchos jáuregis, jiméneces, zabalas, zabalzas, arregis y un largo etcétera prevalecerá. La reconciliación es más que el respeto al diferente; es comprender, reconocer y sentir el dolor ajeno, el dolor del contrincante político, del adversario social, que en la dialéctica de la vida tienen que seguir siendo adversarios y contrincantes. La paz es el común denominador de los que luchan en la vida. Y los que creemos en otro relato debemos seguir –y seguiremos– luchando por ese relato alternativo al oficioso, lucrado y esterilizador de los Marlasca, Borbón, Domínguez y cia. El monumento a los Caídos de Iruña (que nunca cambiará de nombre mientras esté en pie) y el Museo de Gasteiz, montado en el antiguo Banco de España, deben ser derruidos.
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