Hace quinientos años, Noain fue escenario de la batalla que iba a marcar el destino de Nafarroa. Tras haber sido liberado todo el territorio del yugo de los españoles apenas un mes antes, en mayo de 1521, la derrota franco-navarra supuso la pérdida la independencia.
Domingo 30 de junio de 1521, 17.00 horas (en la actualidad, las 19.00). El intenso calor impregna el ambiente y caldea las armaduras y los coseletes de metal que cubren a miles de hombres. Pero muchos de ellos casi no lo sienten y solo están pendientes del enemigo que tienen en frente, mientras rezan pensando que en breves momentos se van a jugar la vida.
En una campa entre Noain y Ezkirotz, está a punto de librarse el combate que va a marcar el destino de Nafarroa, la única gran batalla campal de la conquista del reino pirenaico. Por un lado, las tropas de Carlos V, que suman casi 15.000 soldados, y frente a ellas, el ejército franco-navarro, con 7.000 efectivos, el mismo que un mes antes había liberado todo el territorio del yugo español. ¿Qué ha sucedido en ese tiempo? ¿Cómo se ha llegado a ese momento crucial?
En mayo de 1521, Francisco I de Francia y Enrique II de Nafarroa, el soberano que gobernaba los territorios de los Albret que seguían independientes tras la conquista española de Nafarroa de 1512, habían lanzado una ofensiva sobre el reino ocupado por el soberano español Carlos V al fracasar la vía diplomática.
La revuelta de los comuneros en Castilla había hecho que muchas tropas fueran retiradas de la Nafarroa conquistada, dejando desguarnecido un territorio en el que agramonteses y una mayoría de beaumonteses, hartos de una década de ocupación, miraban con buenos ojos el retorno de los Albret, los legítimos soberanos de Nafarroa.
Con el apoyo de buena parte de la población, el ejército liderado por el señor de Lesparre, o Asparrots como le llamaban los navarros, había liberado todo el reino en un mes y a las alturas del 6 de junio se encontraba en Viana.
Entonces, el general decidió continuar con su ofensiva cruzando el Ebro y poniendo cerco a Logroño. Lo hizo siguiendo las órdenes del rey Francisco I, que quería hacer el máximo daño posible a Carlos V, su gran rival por la hegemonía en el continente europeo, penetrando en Castilla para apoyar a los comuneros que seguían resistiendo al poder real después de su derrota en la batalla de Villalar.
Sin embargo, Logroño aguantó bien defendida por su guarnición, mientras las tropas de Lesparre no conseguían imponer un estrecho sitio a la ciudad y ellas mismas pasaban por problemas de abastecimiento. Además, no llegaban noticias de los comuneros, a los que Lesparre había enviado cartas para que se enfrentaran a las tropas de Carlos V como apoyo a su ataque.
Mientras, los gobernadores que el rey español había dejado al mando durante su ausencia para tomar la corona imperial, habían formado un ejército para responder a la ofensiva franco-navarra y avanzaban hacia Logroño con el apoyo de los beaumonteses que habían salido huyendo de Nafarroa con la llegada de los legitimistas.
Ante esa amenaza, Lesparre levantó el cerco de Logroño, cruzó el Ebro y acampó en Viana el 12 de junio, con el duque de Nájera, el virrey que había escapado de Iruñea un mes antes, y su cuñado el conde de Lerín apareciendo en la zona con sus unidades de caballería.
Esas posiciones se mantuvieron unos días, mientras el ejército español iba aumentando sus dimensiones gracias a la llegada de más efectivos. De los comuneros seguía sin haber noticias y se diluía la posibilidad de que atacaran por la espalda a las tropas que iban a lanzarse sobre los legitimistas.
Siguiendo el consejo de sus capitanes navarros Jaime Vélaz de Medrano, el señor de San Martín y Valentín de Jaso, Lesparre decidió replegarse hasta el curso bajo del río Arga, una posición más fácil de defender. El 19 de junio, el ejército franco-navarro se puso en marcha deteniéndose en su camino en Andosilla y Villafranca.
Una vez reforzados, los españoles también se movilizaron para invadir de nuevo Nafarroa. El 22 de junio, las tropas dirigidas por el condestable y el almirante de Castilla, y el duque de Nájera cruzaron el Ebro y tras acampar en Mendavia, siguieron avanzando por tierras del señorío del conde de Lerín, donde los soldados se dedicaron al saqueo sistemático de los pueblos que atravesaban para saciar su hambre a pesar de ser territorio beaumontés.
Los espías de Lesparre le informaron de que el ejército español contaba con unos 1.500 jinetes y unos 10.000 infantes, es decir, ya era una fuerza más grande que la que dirigía. Así que el general decidió seguir retirándose y obtener refuerzos mediante la llamada al apellido de los navarros, con el objetivo de reunir unos 4.000 soldados de la tierra.
Triunfos legitimistas en Lizarra y Zegarren. En ese avance hacia la capital, tropas españolas se acercaron a Lizarra para tomarla, pero el capitán Jaime Vélaz de Medrano salió al encuentro de los invasores y consiguió rechazar al enemigo.
Este no sería el único choque de armas favorable a los legitimistas. Para apoyar la ofensiva lanzada desde Logroño, tropas guipuzcoanas y navarros beaumonteses intentaron abrirse paso hacia Iruñea avanzando por Sakana, un ataque que ya se esperaban los partidarios de Enrique II.
Estos habían reunido en Altsasu hombres del mismo valle, además de milicianos de Iruñerria y de Lizarra, dirigidos por el señor de San Martín, hasta formar un contingente de unos mil soldados, que decidieron hacer frente al ataque en las inmediaciones de Irurtzun, en los campos de Zegarren. Las dos fuerzas se enfrentaron con violencia el 27 de junio, hasta que los legitimistas terminaron imponiéndose y haciendo prisioneros a los líderes de la fuerza atacante, los señores de Andueza y Berastegi.
Estas dos victorias reforzaron la impresión de Lesparre de la importancia de contar con más navarros en su ejército, que para cuando se produjo la batalla de Zegarren, ya se encontraba acampado entre Gares y Obanos, esperando a que se reunieran las milicias llamadas a movilización general y que Iruñea fuera abastecida en previsión de fortificarse en la capital. En esta particular ‘guerra’ de movimientos, las tropas de Carlos V se habían desplazado del soto de Lerín hasta Baigorri, desde donde se enviaron fuerzas invasoras a Lizarra, que había quedado desprotegida ante la retirada del ejército legitimista. La noche del 28 de junio se presentaron las tropas españolas y la saquearon. En el castillo mayor se encontraba atrincherado el vizconde de Zolina, que poco después entregó la fortaleza ante la imposibilidad de defenderla.
El siguiente paso de Lesparre fue trasladar sus tropas hasta Tiebas para hacerse fuerte en ese punto. Su intención era cortar el avance español hacia la capital protegiendo el estratégico paso entre las sierras de Erreniega y Alaitz, pensando que un ejército solo podía acceder a Iruñerria por esa zona. El general necesitaba tiempo. En cuatro o cinco días, Iruñea estaría abastecida con el trigo que se estaba cosechando en ese momento, lo que le permitiría encerrarse en la capital y esperar al ejército de socorro que Francisco I estaba formando y que estaba integrado por unas 300 lanzas de caballería y 6.000 mercenarios suizos y alemanes, las tropas de elite del momento.
La jugada de Francés de Beaumont. Lesparre parecía tener la situación controlada, pero entonces entró en escena alguien que lo iba a cambiar todo. Se trataba de Francés de Beaumont, un joven pero experimentado militar navarro que era el primogénito del señor de Arazuri.
Conocía la sierra de Erreniega a la perfección y los pasos de arrieros que llevaban a Iruñea a través del monte. La noche del 29 de junio cruzó la sierra por esos caminos, que no estaban siendo vigilados, y con 50 jinetes acorazados, se internó sin oposición por territorios situados detrás del ejército legitimista para después regresar a las posiciones españolas e informar de lo fácil que había resultado su incursión.
Al amanecer del domingo 30, los generales españoles se reunieron y decidieron evitar el fortificado paso de Tiebas y cortar la retirada de Lesparre hacia Iruñea llevando su ejército por la misma ruta utilizada la noche anterior por Francés de Beaumont.
Guiadas por beaumonteses, las tropas españolas ascendieron por Erreniega y, tras cinco horas de marcha, terminaron llegando a las inmediaciones de Ezkirotz, donde empezaron a levantar su campamento. Habían conseguido rebasar a los franco-navarros.
Al mediodía llegó a la posición legitimista de Tiebas la sorprendente noticia de que los españoles estaban a sus espaldas. Lesparre había quedado copado por un enemigo que empezaba a descansar tras la larga marcha y que todavía podía recibir más efectivos, ya que se enviaban refuerzos desde Aragón.
El general consideró que no quedaba más opción que combatir y cuanto antes, a pesar de que si esperaba unas horas, podría ver reforzadas sus filas con los navarros que habían respondido a la movilización general, pero que todavía estaban en camino. De hecho, la mitad de los hombres movilizados en toda Nafarroa no llegaron a tiempo para participar en la batalla.
El ejército franco-navarro partió de Tiebas y, tras rebasar Noain, se situó en un extremo de la meseta en la que se encuentra actualmente el aeropuerto, según apunta Peio Monteano, uno de los historiadores que más ha estudiado los pormenores de esta batalla. Al conocer su presencia, los españoles se prepararon con rapidez para combatir.
7.000 frente a 15.000. Hacia las 17.00 horas, los dos ejércitos estaban desplegados frente a frente. El franco-navarro contaba con unos 1.200 jinetes, 5.500 infantes y 11 grandes cañones; y el español con unos 2.000 jinetes, 12.500 infantes y un número desconocido de piezas de artillería, según cifras recabadas por Monteano.
Ante su clara inferioridad en infantería, Lesparre fiaba el triunfo en la inminente batalla a la artillería y la caballería pesada francesa, los temidos gendarmes. Los once cañones fueron emplazados en un pequeño altozano y por detrás se situó la infantería en tres escuadrones. El central y uno de los laterales estaban integrados por gascones y en el otro flanco estaban los navarros, dirigidos por Pedro de Navarra, hijo del encarcelado mariscal. Completando las dos alas se encontraba la caballería pesada francesa y la ligera, integrada por navarros.
El ejército español se distribuyó en tres escuadrones de infantería de unos 4.000 hombres cada uno y en vanguardia se situaron medio millar de jinetes dirigidos por el duque de Nájera, que estaba acompañado por el núcleo duro de los beaumonteses, con el conde de Lerín a la cabeza. Por detrás se encontraba la batalla real, es decir, un millar de hombres de la caballería pesada y finalmente medio millar de jinetes ligeros. La batería de campaña que habían conseguido trasladar en su paso por Erreniega estaba en una posición demasiado baja para resultar efectiva.
La batalla comenzó con la artillería francesa abriendo fuego. Las once bocas de bronce alcanzaron a los escuadrones de infantería españoles. La caballería ligera se dispersó y muchos soldados salieron huyendo o se tiraron al suelo para salvar la vida. Aprovechando que se había roto la formación, Lesparre se lanzó al ataque con la caballería pesada encabezando la carga en persona. El desconcierto se apoderó de las filas españolas y parecía que el ejército franco-navarro podría hacerse con la victoria.
Pero entonces los generales españoles reaccionaron avanzando su posición para frenar la estampida de sus soldados al grito de «Acordaos que sois españoles». Al mismo tiempo, la caballería cargó para apoyar a la infantería, que consiguió rehacerse y se revolvió contra los jinetes franceses.
La superioridad numérica y la veteranía de las tropas españolas empezó a imponerse. Los caballeros galos iban cayendo atravesados por las lanzas o los disparos de las armas de fuego del enemigo.
El propio Lesparre fue derribado por un jinete que le golpeó en el yelmo, destrozándole la visera y dañándole gravemente el ojo izquierdo. En medio de los españoles, el general reconoció a Francés de Beaumont, que años atrás había combatido en el ejército francés, y se rindió a él. A escasa distancia, su segundo, el señor de Tournon, era apresado por el capitán Donamaría. La caballería gala había sido derrotada.
La artillería francesa todavía realizó una nueva descarga, pero no pudo frenar el avance de la infantería española, que se lanzó sobre la legitimista. De nuevo la abrumadora superioridad numérica se impuso y entonces comenzó la desbandada, con franceses y navarros huyendo a la desesperada hacia Iruñea seguidos por el enemigo.
En unas dos horas, los españoles habían ganado la batalla de Noain, imponiéndose gracias al mayor número de efectivos de una infantería bien provista de armas de fuego, en lo que iba a ser la nueva forma de hacer la guerra en el siglo XVI, con la caballería perdiendo preponderancia en el combate.
En el lugar de la batalla yacían los muertos en la lucha, ¿pero cuántos? Los generales españoles que combatieron en Noain estimaron que los franco-navarros habían sufrido 5.000 bajas entre muertos y heridos. El coronel Gómez de Butrón apuntó 2.500 muertos entre los legitimistas y otros cronistas elevaron la cifra a 6.000, frente a 300 españoles. Tomando como referencia los efectivos en lucha y los caídos en otras batallas registradas en esa época, el historiador Peio Monteano considera que las bajas del ejército franco-navarro «no superarían el millar de muertos, que ya es bastante».
Entre los legitimistas caídos en el combate, destacaba Carlos de Mauleón, señor de Traibuenas y sobrino del mariscal. A consecuencia de las heridas sufridas en la batalla, también murió poco después Martín de Xabier, tío del futuro San Francisco de Xabier.
Los partidarios de Enrique II que consiguieron sobrevivir huyeron hacia Iruñea o hacia el norte directamente, mientras los soldados españoles se dedicaban a saquear los pueblos de los alrededores de la capital. Los franco-navarros que se refugiaron en la ciudad descartaron la posibilidad de fortificarse en ella, ya que eran pocos hombres para defenderla (algo más de mil), no contaban con víveres para resistir un asedio y las autoridades eran beaumontesas, aunque en mayo hubieran jurado fidelidad al rey Enrique II. Así que antes del amanecer, abandonaron Iruñea dejando una pequeña guarnición francesa en el castillo de Santiago, la fortaleza levantada en el sur de la ciudad a raíz de la conquista de 1512.
El 2 de julio, las tropas españolas entraban en la capital y tres días más tarde, las negociaciones entabladas entre Francés de Beaumont y el mando de la guarnición terminaron con la entrega del castillo. El 5 de julio, los últimos galos salían de la ciudad camino de Orreaga.
Tras la caída de Iruñea y ante las cartas intimidatorias enviadas por los triunfantes generales españoles, el resto de grandes poblaciones de Nafarroa no tardaron en someterse. Con la misma rapidez con la que el reino se había liberado en mayo de la sumisión de los españoles, cayó de nuevo en poder de los invasores, que además volvían con ganas de revancha tras tener que emplearse a fondo para reconquistar el territorio del que habían salido huyendo hacía unas semanas.
A partir del verano de 1521, los españoles pusieron en marcha una represión sin precedentes para castigar la determinación con que la mayoría de los navarros había colaborado con el ejército legitimista. Sin embargo, ese apoyo volvería a hacerse patente poco tiempo después, en septiembre, cuando una nueva ofensiva liberaría la Nafarroa cantábrica y el castillo de Amaiur, que en julio de 1522 escribiría otra de las páginas más recordadas de nuestra historia.