El ‘lekuko’ de Jose Ulibarrena

Con motivo del primer aniversario del fallecimiento de D. José Ulibarrena Arellano (Peralta/Azkoien, 1924 – Pamplona/Iruña 2020), la Federación de Ikastolas de Navarra quiere recordar su figura y su contribución a la defensa de la cultura navarra.

Desde su sabia humildad, en su casa de Arteta, vivió como un ermitaño su inmenso amor al arte de la escultura y la etnografía; en constante búsqueda del contacto, la conversación y la redención de un pasado que le hizo sufrir infinitamente: el de la guerra y el de su reino aplastado en 1512.

Con 11 años vive el fusilamiento de su padre. Nunca consiguió borrar la imagen terrible para un niño de unos fusilamientos en la vuelta del Castillo. Después vinieron su paso por la Escuela de Artes y Oficios, su trabajo en Burgos, la beca en París en 1950, con Marcel Gimonde, con quien adquiere la formación que sería decisiva para materializar su propio lenguaje, pleno de monumentalidad y fuerza expresiva.

Su exilio y su trabajo de escultor en Venezuela fructifican en una obra escultórica llena de ritmo y volumen. En el Centro Vasco de Caracas comienza su interés por la promoción cultural. Regresa en 1964, instalándose primero en Berrioplano, y más tarde en el valle de Ollo, donde comienza a reunir patrimonio inmaterial, mezclado con sus trabajos de escultor, que poco a poco se adueñan de la casa y de su vida: crea la fundación Mariscal don Pedro de Navarra, promotora del Museo Etnográfico de Arteta.

Creador de hitos en el paisaje navarro, recorrido palmo a palmo, en un afán mendicante de historias, de tradiciones, de usos agrícolas y ganaderos, Ulibarrena ha representado un papel singularmente notable para el mundo de la cultura en nuestra tierra en el S. XX. Tristemente orillado por la cultura oficial, y por su propio carácter, tan navarro, por otra parte.

Su casa de Arteta ha estado siempre abierta a todo el mundo. Musealizada a su manera, en ella convivía con piedras, metales, textiles aperos de labranza y todo tipo de objetos que tuvieran algo que hubiera despertado su inabarcable interés, dispuestos en un orden imposible, dada su profusión. Por ella pasaron Oteitza, Caro Baroja, Aita Barandiarán y todos los que nos hemos interesado por su labor.

Siempre mantuvo un gran interés por el mundo de la educación a través del arte. Colaboró en publicaciones, donó piezas escultóricas, participó en conferencias y actos organizados por las ikastolas a lo largo de toda la comunidad. El testigo escultórico que él creo para el Nafarroa Oinez ha ido pasando desde el siglo pasado de mano en mano, de ikastola en ikastola, y lo continuará haciendo con la fuerza, expresividad y vida con que él dotó al bloque de madera de nuestros bosques. Hoy ese lekuko descansa en Lizarra Ikastola, muy cerca de otra creación escultórica monumental suya ubicada en el patio, creando un hito con la calle Gustavo de Maeztu que representa la unión, la ilusión y la esperanza, simbolizadas en la estrella, símbolo de la ikastola y de la propia ciudad.

No pretendía producir stock de artistas o de obra, sino más bien esperaba de la educación mejores personas. Para ello, creía esencial concebirla, no como un adorno, ni como una maría sin importancia, sino como asignatura seria, surtidor de ideas, de análisis y de genialidad. Por ser elemento fundamental en la historia del saber humano, más en una tierra con personalidad propia, estado independiente hasta el S. XVI.

La ordenación simbólica de los elementos que integran su obra, su trasunto, aparece definida en la forma que grita en el espacio. La forma de enfrentarse a la injusticia, a la guerra, a la enfermedad, a la transmisión de la vida, a la muerte€ El descubrimiento de sus realidades, de sus episodios, son representados con los materiales que dominaba con maestría: piedra, madera, metal (bronce, cobre, acero, hierro, plomo, estaño, etcétera), o cementos…

Desde Altamira hasta Arantzazu, desde Egipto a las vanguardias del S. XX, Ulibarrena mantiene un diálogo con el espíritu liberador, indagando en el corazón del universo y en su propio corazón.

Ulibarrena disfruta de un horizonte infinito, y sigue mostrándonos que el arte es expresión humana de primer orden. Que abre caminos, comunica, conmemora, ilustra y engrandece los espacios en que se desarrolla la vida de las personas desde tiempo inmemorial. Con lenguajes diversos, propios de cada momento histórico, pero siempre proclamando transcendencia.

Como un viejo ciprés erguido, sus manos y su espíritu comprometido seguirán pinchando en un cielo gris de Nafarroa.

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