He twiteado en la Red, es decir, a los cuatro vientos, que hasta que no haya un acuerdo de gobierno, cualquiera que sea, me desconecto de las negociaciones para conseguirlo. La razón es simple: no me creo nada de nada de lo que declaran unos y otros, y no me gusta que me tomen el pelo. Y no es por razones antipolíticas, sino todo lo contrario. Hay momentos en los que la buena política, y si se quiere la alta política, no puede ni debe enseñar las cartas. Si en unas negociaciones -en una partida- una de las partes dice la verdad, es que es un muy mal negociador. Y si no la dice para conseguir ventajas en el trato, aunque no es garantía de una buena transacción, no voy a caer en la trampa de tragarme la maniobra y hacerme mala sangre inútilmente.
Como no tenemos memoria de Estado, en nuestro país suele campar una concepción bastante ingenua del poder. Josep Tarradellas, en la negociación de su regreso, un perro viejo, señaló el buen camino: mentir sobre las entrevistas que tenía con Adolfo Suárez, asegurando que habían ido magníficamente bien, era la mejor manera de ganar fuerza teniendo tan poca. Ahora estamos en un punto similar, y nada me decepcionaría tanto como que los partidos contaran la verdad de qué negocian y de cómo les va. En la formación del govern hay buenos en todas partes, hay envites astutos y se puede ir de farol. Escandalizarse es ridículo.
Que Salvador Illa haga ver que sigue aspirando a la presidencia es una estrategia que debe tener una razón de ser que desconozco, pero no es tan burro como para decirlo en serio. Que ERC comience las negociaciones con la CUP puede ser señal de unos planes justo en la dirección contraria a la que señalan. Que Junts salga eufórico del primer encuentro con ERC sugiere que debía ir muy mal. Que Albiach insista en un acuerdo improbable es que quiere vender cara su debilidad electoral. Y no hace falta decir que las líneas rojas que marca cada partido no tienen otra objetivo que definir un terreno de juego que les sea favorable, más que expresar las objeciones ideológicas aducidas.
El caso es que mis valoraciones de todas estas hipotéticas maniobras no pasan de ser juicios de intenciones condicionados por los sesgos políticos propios y sin ningún fundamento. Aún más: suponiendo que me llegara alguna confidencia de aquellas de las de “no se lo digas a nadie” -y que son las que corren más deprisa, como la moneda falsa-, tengo la certeza de que tendría la intención de intoxicarme. En mis tiempos de trabajo en la redacción de un diario, recuerdo perfectamente aquellos ‘off the record’ del político de turno, alrededor de la mesa de un buen restaurante -¡qué tiempos, aquellos!-, cuyo objetivo no era decir la verdad sino llevarte a vender. Eso sí, simulando una gran confianza en tu discreción… Todo ya es bastante confuso como para dejarnos llevar por los mercadeos, los chantajes, los envites y las jugadas ful. Lo repito: cuando hayan llegado a un acuerdo, que nos avisen. Y, si me aceptaran un consejo, cuanto más discretos fueran, menos complicado lo tendrían después para justificarlo.
Obviamente, no estoy diciendo, cínicamente, que cualquier acuerdo me parezca bien. Los resultados del 14-F señalan algunas mayorías que habría que respetar con un verdadero espíritu democrático. Y sería una pena, como ha ocurrido antes, que los resentimientos viscerales o las rivalidades ególatras -generalmente entre quienes están ideológicamente más cerca- se impusieran a la voluntad popular. Pero también en esto ya estamos curados de espantos y hemos comprobado cómo en los resultados de estas animadversiones, ningún cheposo se ve su chepa. Y esperar que una coalición de gobierno sea una balsa de aceite, aquí y en Tombuctú, es hacerse ilusiones. Lo vimos en las experiencias de los anteriores gobiernos tripartitos, lo vemos al gobierno español de ahora y es perfectamente comprobable en cualquier país europeo con gobiernos de este tipo.
Mi opinión es que simular que la decisión clave es entre un gobierno independentista o un gobierno de izquierdas, forma parte de una voluntad interesada de confusión. No está claro que el PSC sea más de izquierdas que Junts, o que Junts sea mucho más de derechas que ERC. Y del independentismo de unos y otros, habría mucho que decir si nos atenemos a los perfiles de los votantes, sobre todo cuando los cuatro de cada diez de los que dicen que votan a los más independentistas del mundo no quieren -quizás todavía- la independencia. Afortunadamente, los pactos finales de gobierno tomarán en consideración más variables que este falso dilema.
En cualquier caso, cualquier relato que tienda a simplificar la complejidad del mapa político actual, que oculte la incertidumbre en la posibilidad de alcanzar los compromisos electorales y de gobierno, que pretenda reducir el combate político a un juego a dos, es de desconfiar. La política siempre juega a la butifarra.
(1) https://www.nhfournier.es/como-jugar/butifarra/
Publicado el 1 de marzo de 2021
Núm. 1916
EL TEMPS