El Estado español, mediante su brazo judicial, y sin necesidad de consignas para una administración que, demasiado a menudo, en vez de impartir justicia hace política vengativa, inhabilitó el presidente Torra, elegido por el Parlament y, en plena pandemia, fijó la fecha electoral, pese a no contar con el apoyo de la mayoría de partidos que se presentaban a las elecciones, partidarios de aplazarla debido al alto peligro de contagio para miembros de las mesas electorales y electorado en general.
Se trataba, simplemente, de recordar quién manda, todavía, en Cataluña. Contando con toda la caballería judicial, militar, mediática, real, política, legal, empresarial y cultural se abalanza sobre el pueblo catalán para asustarlo, hacerle perder la esperanza y garantizar el éxito de la operación reconquista protagonizada por el candidato socialista (?!). Pero a pesar de la represión, la intimidación, la pandemia, la lluvia, el frío y el miedo, los ciudadanos actuaron con coraje y optaron por la hora valiente, aquella en la que, de forma mayoritaria en escaños y en porcentaje, hicieron posible con su voto una victoria independentista resplandeciente.
La gente, esa a la que todos los partidos apelan y a cuyo lado quieren situarse, con ella o entre ella, ya ha cumplido, pues, con su deber cívico. Ahora es el momento de que los partidos independentistas actúen con espíritu constructivo, se pongan a la altura de la gente y tengan la osadía de dar el paso, también, hacia su hora valiente, reconociendo los resultados, analizándolos y asumiendo las consecuencias que, para cada sigla, deberán conllevar necesariamente.
Todos ellos deberán ser conscientes de que el pueblo nunca falla, ni el primero de octubre ni el 14 de febrero. Por ello, no es cuestión de pasar página del alto nivel de abstención conseguido, ya que no todo es atribuible a la agresividad de la pandemia ni a una meteorología adversa. Ha habido cientos de miles de personas, partidarias de la independencia nacional, que se han quedado en casa por voluntad propia, en plena fatiga cívica, ante el espectáculo desmovilizador que, frecuentemente, han protagonizado las siglas amigas.
Peleas descorazonadoras, deslealtades constantes, filtraciones interesadas, rivalidades ridículas y, a veces, comportamientos de un nivel político de vuelo gallináceo, sin brújula, con mar de popa y nadie al timón. Todo ello acompañado de un gobierno que ha gobernado muy poco y no sólo por la represión, sino también por el hecho de que alguno de sus integrantes no ha estado en absoluto a la altura y la mediocridad se ha adueñado de más espacios de los esperables. Hay la abstención por desafección política y la abstención superior al 90% en algunos barrios que debería preocupar más de lo que lo hace, ya que significa que hay gente que vive al margen y no se siente concernida por un debate político que no mejora su vida.
ERC, blanco predilecto de los demás independentistas por su relación con el gobierno de España, ha conseguido el liderazgo dentro del bloque independentista, con un escaño y unos miles de votos por encima de Junts, porque es lo que la gente ha querido. Junts, que ha arrastrado la etiqueta de postconvergente pesar de ir sin el PDECat, deberá reconocer su posición de segundo dentro el bloque, situación que nunca agrada a nadie, pero es la que ahora ha votado la gente. Junts debe respetar a ERC y a su candidato, como ERC debe hacer lo mismo con Junts.
Y los buenos resultados de la CUP con su candidata, opción menospreciada y estigmatizada por los demás, en esta encrucijada represiva y de tanta desorientación y desánimo colectivo exigirán que se remangue, asuma responsabilidades ejecutivas y no se limite a ser la siempre necesaria voz combativa de la conciencia, atentos a que los otros no se arruguen cuando haya que avanzar. Todos, absolutamente todos, como los que han optado por opciones extraparlamentarias, son necesarios y será necesario el concurso de todos para construir, desde cimientos renovados, el ambicioso edificio de la libertad nacional.
Al Govern deben ir, de verdad, los mejores. No los mejores amigos dentro de cada sigla, sino los más competentes, los más capaces, los más preparados, porque no nos podemos permitir más amateurismo allí donde se llevará el timón de Cataluña, en una etapa que no puede traer más frustración, más desconcierto, ni más desengaño. Debemos poner gente en el Govern de la que nos sintamos orgullosos y no que nos hagan avergonzar. El president debe presidir, contando con miembros de partido y con nombres independientes a su lado, el Govern tiene que gobernar y el Parlament debe ser la cámara donde se dibuje, con leyes y resoluciones, el país futuro que queremos.
Teniendo en cuenta que ahora habrá, en el Parque de la Ciutadella, 11 provocadores profesionales, A los que pueden tener la tentación de añadirse algunos más, el cargo de president del Parlament no será sólo de una relevancia estética y de un elevado rango institucional, motivo por el que necesitaremos alguien con suficiente autoridad, conocimiento de la mecánica parlamentaria y saber hacer como para impedir que se pretenda convertir la cámara catalana en un circo permanente. Más que nunca, pues, la presidencia del Parlament adquirirá una dimensión muy importante y por este motivo no puede ser ningún premio de consolación, sino que debe ocuparla una persona fuerte, tan dialogante como taxativa, con capacidad para evitar las provocaciones que habrá.
La nueva situación también deberá llevar una redefinición de los liderazgos existentes hasta ahora. El president debe ser Pere Aragonés, no otro, como es Laura Borràs quien debe liderar Junts en las instituciones. No se puede gobernar un país desde la prisión, ni desde el exilio, con un margen de maniobra limitado por la ley represiva o la distancia kilométrica. Pero esto no significa desentenderse de Oriol Junqueras, ni de Carles Puigdemont, sino adecuar su papel a la nueva circunstancia. ERC y Junts han recibido voto independentista, tanto progresista como conservador en ambos casos, y sería un error grave borrar tanto un líder como el otro con sus singularidades diferenciales.
Junqueras es el rostro dialogante y bien visto por un electorado moderado, no siempre explícitamente independentista, pero tampoco plenamente contrario a esta idea. Puigdemont sigue siendo el político catalán más conocido internacionalmente y ligado a la causa de la independencia, con un espíritu rebelde y una firmeza que contagia coraje y convicción. Ambos son necesarios en un papel nuevo. Si las cosas se movieran por el sentido común, Junqueras debería abocarse a incrementar la ascendencia en sectores donde él puede llegar con más facilidad, mientras que Puigdemont debería ser, más que un hombre de siglas, un hombre de país, el rostro ante el mundo de una nación que quiere ser libre, sin bajar a la brega política del día a día. Y el Consejo para la República, con presencia cualificada por parte de todos los agentes, el instrumento útil en el exterior para la causa nacional.
Buscando aliados para temas concretos en lugares diversos de la geografía parlamentaria, el Gobierno tiene que resolver los problemas de la cotidianidad y mejorarla, sobre todo en el caso de los sectores sociales más desfavorecidos, barrios desestructurados y comarcas más necesitadas, adoptando medidas claras y concretas en la fiscalidad, el mercado laboral y la protección social. Y debe explicar la verdad, cruda y desnuda, de por qué no pueden aplicarse cuando la legalidad española lo impide, lo que aumentará las contradicciones de la izquierda (?!) no independentista. Si el Govern no sirve para eso, la Generalitat no sirve, sobre todo porque si los que mandan son los que aspiran a hacerlo en la independencia futura y ahora no tienen éxito, perjudican el proyecto emancipador porque lo convierten en algo nada atractivo y sin credibilidad.
La prudencia no nos puede hacer traidores, pero cuidado con la incompetencia, que nos puede hacer inútiles. Y habrá que tener clara la política de seguridad y un comportamiento inteligente ante la represión y, sobre todo, la condición de los mossos como policía judicial, tan utilizada con criterios políticos por la judicatura. La Generalitat no puede prestar protección a fascistas, reprimir independentistas a golpe de porra, ¡ni denunciarlos ante los tribunales… españoles! No es fácil ligar todo, lo sé. Pero son ellos quienes se han presentado, voluntariamente, a las elecciones y nosotros quienes los hemos votados, libremente.
Se debe negociar rápidamente para no dejar la gestión del momento al candidato de la Moncloa ni repetir elecciones. Los nuestros deben adoptar de una vez una estrategia compartida que combine el ámbito institucional con el apoyo popular en la calle y una acción internacional inteligente y efectiva. Ahora deben estar a la altura y protagonizar también su hora valiente, por el país, la libertad, la justicia, la cultura y el vínculo irrenunciable con todas las causas justas del mundo. Hemos confiado en vosotros, en todos vosotros. ¡No nos defraudéis!
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