Despolarización y democracia

Los climas electorales siempre se calientan más de lo deseado. Pero unas elecciones son como una gran final deportiva que llega después de haber jugado una serie de partidos muy disputados: la pasión es máxima, la rivalidad está a flor de piel y es fácil perder el control de las emociones. No creo que esta vez sea muy diferente de otras elecciones por mucho que los analistas nos hagamos los escandalizados, que es la forma retórica de mostrar superioridad moral y de hacer ver que nos lo sabemos mirar fríamente.

Asimismo, la experiencia muestra que los arañazos que se hacen los partidos en campaña suelen cicatrizar pronto. En cuanto se tienen los resultados hay que curar unas heridas que veinticuatro horas antes parecían incurables. Ahora bien: ¿la polarización electoral deja marcas duraderas entre el electorado? La pregunta es pertinente si damos por hecho que ya se partía de una alta polarización -que no fragmentación- que, sin embargo, las investigaciones muestran que no se ha trasladado a otros ámbitos, en todo caso condicionados por otras tensiones.

La cuestión de la despolarización para el caso estadounidense en la era post-Trump la han vuelto a plantear los académicos de la Universidad de Stanford James Fishkin y Larry Diamond, profesores de comunicación internacional y de ciencia política y sociología del ‘Center for Deliberative Democracy’. Con el programa ‘America in one room’ -una especie de ‘Cataluña un solo pueblo’-, y un método de trabajo, el ‘deliberative polling’, ponen a debatir a ciudadanos de perfiles ideológicos e identidades diversas sobre cuestiones que les suelen dividir. Saben que, en un marco empático, las personas somos capaces de movernos de nuestros sesgos si disponemos de una información completa y si salimos de nuestros círculos endogámicos de confort.

En Cataluña la actual polarización política está definida por el debate soberanista. El llamado eje ideológico, el de derecha-izquierda, es un continuo que admite grados diversos. Y pasaba lo mismo con el llamado eje nacional, que hasta principios de este siglo también era visto como un espacio gradual de vinculación entre España y Cataluña. En cambio, el soberanismo añade una tercera dimensión de naturaleza dual entre independentistas y unionistas, sin que nadie haya sido capaz de definir algún espacio intermedio políticamente creíble.

¿Podría la democracia deliberativa de Fishkin y Diamond -probada también en Irlanda del Norte, e incluso en el País Vasco con Lokarri- despolarizar Cataluña para rehacer “un solo pueblo”? Mi opinión es ésta. En primer lugar, hay un derecho inalienable que como todos los derechos fundamentales en ningún caso se puede someter a deliberación: el derecho a la autodeterminación. Decir que se ejerce de manera “unilateral” o es una redundancia -sí, claro, uno ‘se autodetermina’- o quiere ocultar que la unilateralidad es de quien impide el ejercicio. Donde comienza a ser útil la deliberación, en cambio, es a la hora de ejercer este derecho. Entonces, el debate sobre los porqués de fondo o sobre las ventajas y los inconvenientes es recomendable. Sucede que en la deliberación por ahora sólo ha concurrido una de las partes, mientras que los contrarios a la independencia más que argumentos han corrido a pedir la protección de la violencia del Estado. Y donde sí haría falta un proceso de deliberación democrática es para despolarizar lo que las dificultades para ejercer el derecho de autodeterminación hubieran podido dividir.

Del mismo modo que de aquí a una semana habrá un proceso de ‘deselectoralización’ para poder gobernar el país, después de ejercer el derecho de autodeterminación, y sea cual sea el resultado, será bueno recurrir a un proceso deliberativo para ‘despolarizarnos’ y decidir juntos qué país queremos. Al estilo del Proceso Constituyente liderado por Lluís Llach para imaginar un país independiente. Por ahora, sin embargo, hay que dejarlo claro: si hay polarización no es por falta de deliberación sino porque se impide el ejercicio de un derecho fundamental. Sí: habrá que despolarizar democráticamente todo lo que el Estado haya polarizado autoritariamente.

ARA