Europa padeció una ola de frío polar. Se helaron las cañerías de París, ocupada por los nazis, y los caminos de la capital en dirección sur estaban abarrotados por un gentío que huía a pie de la ocupación, debido al colapso ferroviario, allegándose a los campos congelados de la Provenza, con las tiesas matas que florecerían en intenso color lila difuminando el perfume esencial en un verano que los caminantes esperaban fuera mejor que el invierno que les aquejaba, aunque los hombres del mal, dueños de Europa, vaticinaban un imperio sórdido y militar de mil años.
A la guerra declarada en septiembre de 1939 le siguió la invasión en mayo del 40, firmándose un armisticio con repartición del territorio francés, quedando bajo el mando nazi la capital y zona atlántica, delimitando la Francia libre de Vichy, zona en la que entraba Marsella, importante puerto mediterráneo. Miles de personas permanecían allí, durmiendo en las frías calles, sin comida ni bebida ni vestimenta apropiada para aquel doble temporal, esperando tomar un barco al único destino que parecía seguro, América.
Desde diciembre del 40 el Alsina estaba anclado en el espigón nº 7 del puerto. Permanecía a la Sociedad Marítima Francesa de Transportes, botado en 1921, lo cual lo convertía en un trasatlántico relativamente nuevo. Exhibía dos chimeneas, tres cubiertas y un puente de mando de tres pisos. Pesaba 8.604 toneladas, poseía dos hélices, era propulsado por turbinas de reducción doble y su velocidad de servicio era de quince nudos. Su misión, que parecía imposible y lo fue, era abandonar el Mediterráneo, donde campeaban los submarinos alemanes, pasar por la costa de Catalunya, en poder franquista, cruzar la zona de Gibraltar, dominio británico, allegándose al Atlántico y, tras paradas en Casablanca y Dakar, acceder a México y Cuba, etapa final del viaje. Se calculaban quince días de expedición. Fue posiblemente el último mercante que salió del Mediterráneo y nunca llegó a América.
El Alsina exhibía bandera francesa, lo que podía librarle de un ataque alemán, pero no de los británicos, que no aprobaban la posición francesa en la guerra que empezaba y en la que Londres sufría terribles bombardeos. Las personas que embarcaban en el Alsina era heterogéneas y heterodoxas, configurando tres grupos que se comunicaban entre sí por portavoces: judíos mercaderes de Amberes, españoles republicanos militares, médicos y políticos, encabezados por el expresidente de su derrocada Segunda República por un golpe de Estado, Niceto Alcalá Zamora, y hombres vascos de valía política e intelectual a los que a última hora pudieron unirse esposas e hijos.
Señalo algunos personajes vascos: Telesforo Monzón, concejal de Bergara, diputado a Cortes y consejero de Interior del Gobierno de Agirre; Francisco Basterretxea, diputado a Cortes y vocal del Tribunal de Garantías Constitucionales, padre de Néstor, el famoso escultor que hizo el viaje con 18 años; Tellagorri, seudónimo de José Olivares, periodista y escritor, y Bingen Ame-tzaga, euskerólogo, escritor y poeta, director de Primera Enseñanza del Gabinete de Agirre, precursor de las primeras ikastolas, ambos de Algorta; Luis Bilbao, organizador de servicios médicos de los refugiados vascos en Francia; Lucio Aretxabaleta, actor que encarnó a Pedro Mari de Arturo Campion, esa parte del alma nacional vasca valedera en tiempos bélicos en los teatros de los batzokis de Euskadi; Mª Teresa Agirre, hermana del lehendakari Agirre, desaparecido en Dunkerque, 1940, activa emakume del batzoki de Algorta.
Detenía la salida del Alsina el temporal extremo que cubría con manto gélido el cuerpo del barco y azotado por los vientos glaciares que activaban la sequedad y violencia del Mistral que sopla del noroeste, y a más, una orden esgrimida por la mano negra del comisario Pedro Urraca, quien meses atrás consiguió la detención y fusilamiento de Lluís Companys. El comisario Urraca exhibía autoritariamente, apoyado por la Gestapo, ante las relativamente pasivas autoridades francesas portuarias documentos con sellos de la Embajada de España, con listado de los pasajeros que intentaban huir de Europa llevando en sus alforjas de exiliados desde 1937-39 ni más ni menos que el oro de España. La detallada lista está incluida en mi libro Alsina Pasajeros de la Libertad (1981) y en el nuevo que viene: Cartas desde la Libertad.
El Alsina, aquel gélido atardecer del 15 de enero, fue sometido a la última inspección del policía Urraca –consiguió desembarcar a varias personas, no tantas como quiso–, y a quien Franco condecoró por sus servicios, y fue condenado a muerte por la Francia verdaderamente libre del 45. Zarpó el barco entre la niebla hacia su destino atlántico, vadeando entre las fuerzas peligrosas que le acosaban, exponente del doloroso conflicto humano de todos los tiempos. Fuerzas del Mal contra Fuerzas de la Vida. Palabra versus cañón. El deseo de unos de establecer baremos de convivencia pacífica e igualitaria contra la potestad insolente de quienes, esgrimiendo armas, virtuales o reales, decretan sumisión o muerte a quienes osen rebelarse a sus arrogantes cometidos dictatoriales.
Cada día, cada hora, un barco intenta zarpar enarbolando al viento un ideal libertario que logre comunicación pacífica entre la Humanidad, y cada día hay quien, desde el pavimento del puerto, decide amarrarlo impidiendo la navegación que debiera ser motor al horizonte de fraternidad y felicidad, condiciones a las que la Humanidad debe y puede ofrecerse a sí misma.
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