En el editorial de ayer (1) dije que si las circunstancias me lo permitían complementaria al análisis del desastre político institucional en el que nos encontramos con un texto sobre cómo creo que debería actuar el independentismo. Por fuerza este texto debe ser largo y más que un editorial será, pues, un pequeño ensayo. Lo he estructurado, para que la discusión sea más fácil, en tres partes.
Supongo que no hace falta ni decirlo, pero yo no soy “un político” ni tengo interés personal alguno en este terreno. Soy “político” como lo es todo el mundo desde que nace y mi trabajo es analizar la realidad e intentar ayudar a comprenderla. Y es desde esta convicción como espero que nadie busque tres pies al gato ni quiera hacerme servir para batallitas particulares o de canonjía, para atacar a este o aquel partido. Y si lo hace que conste de antemano que tendrá mi educada disconformidad.
- Las tres claves del discurso: la unilateralidad, la autoafirmación y la comprensión del otro como un todo indivisible
Puede parecer extraño que empiece hablando de lo que alguien llamaría teoría, pero me parece que es imprescindible. En estos últimos tres años la bifurcación del independentismo en rupturistas y reformistas ha hecho que estos últimos, especialmente en el caso de algunos teóricos de ERC, para diferenciarse de los demás, propusieran auténticas barbaridades conceptuales, que significan la asunción del marco mental español y, consecuentemente, paralizan el proyecto independentista. Me refiero a cosas tales como la estigmatización del nacionalismo, la normalización del castellano como lengua propia o esta idea de que no puedes ser independiente si la otra mitad del país, o determinadas comarcas o incluso alguna ciudad van en contra.
Si queremos salir adelante hace falta ante todo discutir con persistencia y sin miedo estas fabricaciones que no aguantan un soplo. Y consolidar socialmente tres ejes que son clave en cualquier movimiento de liberación y que el independentismo catalán ya asumía, en la mayor parte, en la etapa anterior a 2017.
El primero de estos ejes es la unilateralidad. Entendámonos. La manifestación del 10-J de 2010, por la sentencia contra el estatuto, era convocada con el lema “Somos una nación, nosotros decidimos”. No “Somos una nación, nosotros negociamos”. Y menos “Somos una nación, veamos si podemos hacer alguna cosita”. La ecuación era clara y debe ser clara. El movimiento democrático catalán por la independencia es la expresión de la voluntad de la nación catalana y la nación, como tal, no se somete a ninguna otra voluntad que la propia. No es una cuestión de porcentajes ni de ideologías: nosotros decidimos.
El segundo eje es la autoafirmación. Complementario del primero. Si somos una nación debemos saber qué elementos nos permiten constituirnos en una nación, ser únicos en el mundo y hacernos fuertes en él. Y estos elementos no se pueden recortar ni diluir sin que el proyecto nacional salga dramáticamente roto. Hago referencia especialmente, muy especialmente, a la lengua. Porque es el catalán lo que hace Cataluña.
El tercer eje es la comprensión del otro como un todo indivisible. Aquí hay una nación contra una nación y sólo se puede entender si vemos claro esto. Cataluña contra España. O los Países Catalanes contra España, si son de los míos. O este es un diálogo-enfrentamiento entre naciones o es subordinación pura y dura. Y esto implica que el Estado español es un todo, completo. Y, en el todo que es, es responsable de todo lo que nos hace. No hay un gobierno bueno y unos jueces malos. Hay un Estado que aplica todas las armas que tiene a su alcance para conseguir un objetivo político: aniquilarnos como nación. Y si no nos acostumbramos a entenderlo todo dentro de este marco no pasaremos de ser un regionalismo… español. No se puede pues pactar una diputación, un ayuntamiento o un presupuesto en Madrid como si estas acciones políticas se pudieran desligar del objetivo republicano.
Evidentemente, estas formulaciones tienen implicaciones diarias, se transforman cada día en acciones que quiero resaltar que no dependen de los políticos sino de cada uno de vosotros. Al respecto, valoro muy especialmente la validez en nuestro país del discurso anticolonialista y de liberación, cuando explica que hay que quitar el impulso del ahogo, que existe el deber de ser irrespetuosos con la opresión o que hay que dar siempre valor y practicar la autodefensa.
- Las tres grandes lecciones del periodo 2017 a 2020: nosotros sabemos cómo ganar, ellos saben cómo frenarnos y la autonomía es un obstáculo
El proceso de independencia, en esta etapa de primeros del siglo XXI, tiene fases muy bien definidas. De 2010 a 2014, una fase de propaganda y asentamiento teórico del proyecto. De 2014 a 2017, la fase parlamentaria y popular de la consulta y la traducción institucional correspondiente. Y de 2017 a 2021, hoy por hoy, la fase de la lucha contra la violencia española, el debate sobre qué camino seguir y la demolición, por las grandes contradicciones que implica la represión, de la arquitectura institucional del Estado español y su credibilidad exterior.
Algunas lecciones aprendidas de estas tres fases creo que son importantes. La primera y fundamental es que sabemos cómo se gana. Porque ganamos en 2017. Y se gana aplicando la coherencia teórica que señalaba antes, con la unidad, llevando siempre la iniciativa y haciendo propuestas regeneradoras en favor de la mayoría. Se gana con Juntos por el Sí o, si lo desean, con la combinación de Juntos por el Sí y la CUP. Se gana aprobando leyes lógicas, beneficiosas para la gran mayoría del país que el Estado, el régimen, no puede aceptar. Se gana desmontando el franquismo y la transición que se originó, como se hizo en aquellas maravillosas sesiones parlamentarias del 6 y el 7 de septiembre de 2017 -y si los españoles braman tanto en su contra es porque se tocó el corazón de la bestia-, aquello sí que les hizo daño. Se gana con la unidad popular como el Primero de Octubre.
Ya lo sé: ahora me dirán que no estamos en este estadio y que estamos más divididos que nunca. Permítanme que ponga en duda eso. Lo que era Convergencia y ahora es, cuando menos, PDECat y Junts, lo que es ERC y lo que es la CUP no han estado ni han querido estar nunca unidos. El 9-N es una historia horrible de desunión, personalismos y luchas cainitas, que arrancan en las anteriores elecciones europeas, en las que ya se deshace ‘in extremis’ una lista única independentista que en las encuestas que hicieron los partidos se preveía que podía superar el 54% de los votos. Y sin embargo aquellos dos fiascos, aquellas dos malas experiencias desde el punto de vista de los partidos (para la gente el 9-N no fue una mala experiencia) dan paso a las elecciones del 27 de septiembre de 2015, al referéndum de autodeterminación del primero de Octubre y a la proclamación de la independencia.
Es cierto que fueron unidos a la fuerza por la calle y por la decisión ciudadana. Con unos instrumentos, la ANC sobre todo, que no sé si hoy está en condiciones de repetir la maniobra. Todo esto es cierto. Y quizás el error más grande que se cometió fue frenar la movilización para priorizar las instituciones. Pero la gran diferencia está dentro de cada uno de nosotros. En ese momento sabíamos que teníamos la fuerza para dar órdenes a los políticos y ahora nos parece que se nos pitorrean y no podemos hacer nada. Cambiar esto, volver a donde estábamos, es la cosa más básica de todas.
La bifurcación de 2017 hizo que los reformistas, Esquerra y PDECat principalmente, optaran por aplazar la independencia y priorizar los pactos en Madrid y la gestión de una Generalitat que no se mantiene en pie y prácticamente ya es sólo una justificación profesional para el ‘sottogoverno’. Es esta una actitud sin embargo, que ya se ve que se agotará porque los resultados son y serán nulos. Y porque el PSOE no respeta nada de nada. Y por lo tanto hay que pensar en la nueva etapa. Hay quien reclama resolverlo desempatando gracias a un voto en masa el 14-F a las opciones rupturistas. Pero cuidado con la confusión: Junts no es Juntos por el Sí, ni mucho menos, ni se ve una unidad muy grande tampoco entre Junts y la CUP. Otros, muy pocos y muy discretos, tratan de manera inteligente de preparar la pista de aterrizaje de los reformistas para cuando la cosa ya no dé más jugo. Y hay incluso quien propone la alternativa de quemarlos a todos e inventar un proyecto diferente.
De cualquier modo, pensar que continuaremos en este lodazal donde estamos hoy es poco realista, porque, tarde o temprano, por convencimiento o por los votos de la gente, el reformismo deberá asumir que su camino es inexistente. O deberá abandonar la independencia. La ruptura del movimiento ‘abertzale’ en los años ochenta ya dejó claro cómo acaban estas maniobras: algunos dentro del PSOE -¡que todavía hoy utiliza las siglas de Euskadiko Ezkerra, nacidas de una escisión de ETA!- y los otros volviendo a lo que siempre han sido en realidad.
He dicho que nosotros sabíamos cómo ganar, pero también que ellos saben cómo frenarnos. La aplicación del viejo “divide y vencerás” lo explica, como acabo de exponer, casi todo. Pero hay que añadir todavía la represión y la violencia.
La represión es eficaz, sobre esto no se debería engañar a nadie. Cansa. Agota. Nubla la vista. Por eso los españoles la aplican, incluso pagando el precio que saben que tiene también para ellos, en términos de reputación. Hace falta, por tanto, saber cómo responder y asumirla. Hay que poner a los presos en su sitio y a los exiliados en su sitio. A los multados y represaliados por cualquier cosa, en el suyo. A los perseguidos de todo tipo, en el suyo. Y esto significa, sobre todo, que no se puede dejar que la lucha antirrepresiva sustituya y cancele la lucha por la independencia. La emoción que todos sentimos es difícil de controlar, pero hay que hacerlo.
Y en este ámbito es donde creo que se ha visto más claramente la pérdida total de poder y de sentido político de la Generalitat. La actuación de los Mossos y las denuncias de Interior a personas que se movilizan en la calle son intolerables. Y, sobre todo, no sé de ningún otro movimiento de liberación, en ninguna parte del mundo, que tenga a sus prisioneros encerrados -¡y de qué manera!- en sus cárceles. ¿De qué demonios va entonces todo esto?
- Las tres claves del futuro inmediato: institucionalizar la república, poner al Estado español contra la pared y disputarle el poder y el territorio
Avanzo, a partir de esta constatación, hacia el tramo final.
Las cosas han cambiado mucho entre e 2017 y 2021, algunas para mejorar y algunas para empeorar. Y por lo tanto ahora no se puede aplicar mecánicamente la estrategia que se aplicó entonces. Estoy convencido de que hay tres pilares sobre los que hay que construir el nuevo envite, capaz de llegar a la cima, como ya llegamos el 27 de octubre de 2017, pero también, ahora, capaz de resistir.
En 2014 se pensó en el paso de la ley a la ley, y por tanto la Generalitat era el instrumento para hacer la independencia. Ahora ya no. La violencia española, la falta de una reacción democrática por parte del Estado español, ha dejado claro que ese camino no se puede seguir a menos que haya un milagro inesperado en Madrid que nadie sabe imaginar. Por lo tanto hay que tirar por otro lado. ¿Cuál?
Para mí hay tres factores clave, los pilares, que cuanto antes se activen más deprisa iremos. Son la institucionalización de la república proclamada -o como alternativa, la institucionalización de la sociedad liberada-, la continuación de la destrucción institucional del Estado y eso que el Consejo para la República llama disputa del poder -no únicamente digital o cultural, sino también físico, en las calles-.
Curiosamente o no, todas las líneas que puedo imaginar como parte de este proyecto en la realidad ya han sido impulsadas por iniciativas más o menos diversas, del Consejo por la República o de la ANC, por ejemplo. Sin embargo, hay que decir que no parecen arraigar, es decir, que no se apunta la gente que sería necesario que se apuntara.
El caso más claro es el del Consejo por la República que es, sin duda, el principal instrumento que tenemos para la liberación del país. La gente parece que no lo entiende; y seguramente su gestión, que va a trompicones y a veces respondiendo a pulsiones de partido, no ha ayudado a ello. Pero ahora parece que ha encarrilado de manera definitiva la fase de la institucionalización con el anuncio de las primeras elecciones a la asamblea constituyente. Bueno, pues no cuesta tanto entender qué significaría que dos millones de catalanes construyeran desde abajo, con plena libertad y de manera coordinada, un contrapoder nacional, una autoridad nacional, reconocida en la vida diaria por una parte muy sustancial de la sociedad. Y en todos los terrenos: desde la organización como consumidores contra el IBEX a la representación internacional de la nación.
El Consejo ha propuesto en el documento “Preparémonos” la disputa del poder al Estado español y es esto efectivamente lo que hay que hacer. Es una disputa que se deberá cumplir en la calle cuando la pandemia pase, resiguiendo y reempalmando con el ciclo de movilizaciones fuertes y poderosas que hubo de octubre de 2019 a febrero de 2020. Pero hay que estudiar también como liberar parcialmente territorios, “distritos”, que decía el Vietcong. Si la república se hubiera implantado de hecho en el distrito de Girona en octubre de 2017, hoy no estaríamos donde estamos. Ni en Girona. Ni en Tortosa. Ni en Elx o Perpinyà. Ni en Madrid. Ni en Bruselas. Urquinaona es en este sentido una experiencia única porque demostró en la práctica que el Estado español podía perder el control del territorio. Y esto es de un gran impacto.
Especialmente si se combina con el tercer factor clave, que es la continuación de la demolición de la credibilidad del Estado español y de su funcionamiento institucional. Si no hay acuerdo, y no lo habrá, la independencia deberá salir adelante en forma de conflicto, como un conflicto abierto -y esto no será responsabilidad nuestra, sino de los que rechazan el diálogo y la votación-. Y en cuanto a eso tenemos que ser conscientes de que la situación ha cambiado mucho en relación con 2017. Porque la represión sobre los presos políticos y la acción del exilio han puesto en la picota la credibilidad democrática de España.
La justicia europea es lenta y todos tenemos mucha prisa. Pero hay que ser conscientes de que la parte más decisiva del camino ya se ha hecho. Y que ahora, como en el judo, es necesario utilizar la desesperación del contendiente para tumbarlo. Ya está claramente dicho por los tribunales alemanes y belgas que no hubo rebelión ni sedición. Y no sólo eso, sino que se ha hecho evidente, en Bélgica, que España reaccionó no como una democracia y ni siquiera respetando sus leyes y su marco constitucional. Y que hay una discriminación evidente contra los catalanes, como minoría nacional. El precio final que España pagará, judicial y de reputación, será muy fuerte y no tardará ya mucho.
Acabaré, por tanto, esta largo trabajo situando un punto en el horizonte inmediato. Cuando la justicia europea obligue a España a anular el juicio, su reputación y su capacidad de control de la situación caerán a su punto más bajo. La cuestión es saber si ese día nosotros estaremos preparados para dar el paso decisivo. Quizás lo estaremos de todos modos, quien sabe, pero seguro que lo estaremos si desde aquí hasta entonces hemos institucionalizado de verdad la ciudadanía republicana, si ya disputamos a España el poder en todos los terrenos posibles y si evitamos o reconducimos como hicimos en 2014 los errores que nos debilitan, particularmente la pelea partidista y la debilidad teórica, este pensamiento tan flojo que tenemos, o que quieren que tengamos, sobre qué es la nación. Sobre qué somos.
Pido disculpas por la longitud, pero un texto como éste no puede ser más condensado. Espero que sirva, a quien lo quiera, para discutir tanto como sea necesario. Por mi parte, estoy plenamente dispuesto a ello.
VILAWEB
(1) EDITORIAL VILAWEB 2021/01/20
Elecciones aplazadas: el precio de obedecer todo es que pasas a ser nada
“Soñar ahora, como hacen prácticamente todos los políticos independentistas, que se puede ir tirando y pasando las semanas intentando justificar el cargo con la recuperación aunque que fuera de una brizna de lo que un día fue la Generalitat es simplemente un autoengaño”
Vicent Partal
2021/01/21
En el editorial de ayer (1) dije que si las circunstancias me lo permitían complementaria al análisis del desastre político institucional en el que nos encontramos con un texto sobre cómo creo que debería actuar el independentismo. Por fuerza este texto debe ser largo y más que un editorial será, pues, un pequeño ensayo. Lo he estructurado, para que la discusión sea más fácil, en tres partes.
Supongo que no hace falta ni decirlo, pero yo no soy “un político” ni tengo interés personal alguno en este terreno. Soy “político” como lo es todo el mundo desde que nace y mi trabajo es analizar la realidad e intentar ayudar a comprenderla. Y es desde esta convicción como espero que nadie busque tres pies al gato ni quiera hacerme servir para batallitas particulares o de canonjía, para atacar a este o aquel partido. Y si lo hace que conste de antemano que tendrá mi educada disconformidad.
- Las tres claves del discurso: la unilateralidad, la autoafirmación y la comprensión del otro como un todo indivisible
Puede parecer extraño que empiece hablando de lo que alguien llamaría teoría, pero me parece que es imprescindible. En estos últimos tres años la bifurcación del independentismo en rupturistas y reformistas ha hecho que estos últimos, especialmente en el caso de algunos teóricos de ERC, para diferenciarse de los demás, propusieran auténticas barbaridades conceptuales, que significan la asunción del marco mental español y, consecuentemente, paralizan el proyecto independentista. Me refiero a cosas tales como la estigmatización del nacionalismo, la normalización del castellano como lengua propia o esta idea de que no puedes ser independiente si la otra mitad del país, o determinadas comarcas o incluso alguna ciudad van en contra.
Si queremos salir adelante hace falta ante todo discutir con persistencia y sin miedo estas fabricaciones que no aguantan un soplo. Y consolidar socialmente tres ejes que son clave en cualquier movimiento de liberación y que el independentismo catalán ya asumía, en la mayor parte, en la etapa anterior a 2017.
El primero de estos ejes es la unilateralidad. Entendámonos. La manifestación del 10-J de 2010, por la sentencia contra el estatuto, era convocada con el lema “Somos una nación, nosotros decidimos”. No “Somos una nación, nosotros negociamos”. Y menos “Somos una nación, veamos si podemos hacer alguna cosita”. La ecuación era clara y debe ser clara. El movimiento democrático catalán por la independencia es la expresión de la voluntad de la nación catalana y la nación, como tal, no se somete a ninguna otra voluntad que la propia. No es una cuestión de porcentajes ni de ideologías: nosotros decidimos.
El segundo eje es la autoafirmación. Complementario del primero. Si somos una nación debemos saber qué elementos nos permiten constituirnos en una nación, ser únicos en el mundo y hacernos fuertes en él. Y estos elementos no se pueden recortar ni diluir sin que el proyecto nacional salga dramáticamente roto. Hago referencia especialmente, muy especialmente, a la lengua. Porque es el catalán lo que hace Cataluña.
El tercer eje es la comprensión del otro como un todo indivisible. Aquí hay una nación contra una nación y sólo se puede entender si vemos claro esto. Cataluña contra España. O los Países Catalanes contra España, si son de los míos. O este es un diálogo-enfrentamiento entre naciones o es subordinación pura y dura. Y esto implica que el Estado español es un todo, completo. Y, en el todo que es, es responsable de todo lo que nos hace. No hay un gobierno bueno y unos jueces malos. Hay un Estado que aplica todas las armas que tiene a su alcance para conseguir un objetivo político: aniquilarnos como nación. Y si no nos acostumbramos a entenderlo todo dentro de este marco no pasaremos de ser un regionalismo… español. No se puede pues pactar una diputación, un ayuntamiento o un presupuesto en Madrid como si estas acciones políticas se pudieran desligar del objetivo republicano.
Evidentemente, estas formulaciones tienen implicaciones diarias, se transforman cada día en acciones que quiero resaltar que no dependen de los políticos sino de cada uno de vosotros. Al respecto, valoro muy especialmente la validez en nuestro país del discurso anticolonialista y de liberación, cuando explica que hay que quitar el impulso del ahogo, que existe el deber de ser irrespetuosos con la opresión o que hay que dar siempre valor y practicar la autodefensa.
- Las tres grandes lecciones del periodo 2017 a 2020: nosotros sabemos cómo ganar, ellos saben cómo frenarnos y la autonomía es un obstáculo
El proceso de independencia, en esta etapa de primeros del siglo XXI, tiene fases muy bien definidas. De 2010 a 2014, una fase de propaganda y asentamiento teórico del proyecto. De 2014 a 2017, la fase parlamentaria y popular de la consulta y la traducción institucional correspondiente. Y de 2017 a 2021, hoy por hoy, la fase de la lucha contra la violencia española, el debate sobre qué camino seguir y la demolición, por las grandes contradicciones que implica la represión, de la arquitectura institucional del Estado español y su credibilidad exterior.
Algunas lecciones aprendidas de estas tres fases creo que son importantes. La primera y fundamental es que sabemos cómo se gana. Porque ganamos en 2017. Y se gana aplicando la coherencia teórica que señalaba antes, con la unidad, llevando siempre la iniciativa y haciendo propuestas regeneradoras en favor de la mayoría. Se gana con Juntos por el Sí o, si lo desean, con la combinación de Juntos por el Sí y la CUP. Se gana aprobando leyes lógicas, beneficiosas para la gran mayoría del país que el Estado, el régimen, no puede aceptar. Se gana desmontando el franquismo y la transición que se originó, como se hizo en aquellas maravillosas sesiones parlamentarias del 6 y el 7 de septiembre de 2017 -y si los españoles braman tanto en su contra es porque se tocó el corazón de la bestia-, aquello sí que les hizo daño. Se gana con la unidad popular como el Primero de Octubre.
Ya lo sé: ahora me dirán que no estamos en este estadio y que estamos más divididos que nunca. Permítanme que ponga en duda eso. Lo que era Convergencia y ahora es, cuando menos, PDECat y Junts, lo que es ERC y lo que es la CUP no han estado ni han querido estar nunca unidos. El 9-N es una historia horrible de desunión, personalismos y luchas cainitas, que arrancan en las anteriores elecciones europeas, en las que ya se deshace ‘in extremis’ una lista única independentista que en las encuestas que hicieron los partidos se preveía que podía superar el 54% de los votos. Y sin embargo aquellos dos fiascos, aquellas dos malas experiencias desde el punto de vista de los partidos (para la gente el 9-N no fue una mala experiencia) dan paso a las elecciones del 27 de septiembre de 2015, al referéndum de autodeterminación del primero de Octubre y a la proclamación de la independencia.
Es cierto que fueron unidos a la fuerza por la calle y por la decisión ciudadana. Con unos instrumentos, la ANC sobre todo, que no sé si hoy está en condiciones de repetir la maniobra. Todo esto es cierto. Y quizás el error más grande que se cometió fue frenar la movilización para priorizar las instituciones. Pero la gran diferencia está dentro de cada uno de nosotros. En ese momento sabíamos que teníamos la fuerza para dar órdenes a los políticos y ahora nos parece que se nos pitorrean y no podemos hacer nada. Cambiar esto, volver a donde estábamos, es la cosa más básica de todas.
La bifurcación de 2017 hizo que los reformistas, Esquerra y PDECat principalmente, optaran por aplazar la independencia y priorizar los pactos en Madrid y la gestión de una Generalitat que no se mantiene en pie y prácticamente ya es sólo una justificación profesional para el ‘sottogoverno’. Es esta una actitud sin embargo, que ya se ve que se agotará porque los resultados son y serán nulos. Y porque el PSOE no respeta nada de nada. Y por lo tanto hay que pensar en la nueva etapa. Hay quien reclama resolverlo desempatando gracias a un voto en masa el 14-F a las opciones rupturistas. Pero cuidado con la confusión: Junts no es Juntos por el Sí, ni mucho menos, ni se ve una unidad muy grande tampoco entre Junts y la CUP. Otros, muy pocos y muy discretos, tratan de manera inteligente de preparar la pista de aterrizaje de los reformistas para cuando la cosa ya no dé más jugo. Y hay incluso quien propone la alternativa de quemarlos a todos e inventar un proyecto diferente.
De cualquier modo, pensar que continuaremos en este lodazal donde estamos hoy es poco realista, porque, tarde o temprano, por convencimiento o por los votos de la gente, el reformismo deberá asumir que su camino es inexistente. O deberá abandonar la independencia. La ruptura del movimiento ‘abertzale’ en los años ochenta ya dejó claro cómo acaban estas maniobras: algunos dentro del PSOE -¡que todavía hoy utiliza las siglas de Euskadiko Ezkerra, nacidas de una escisión de ETA!- y los otros volviendo a lo que siempre han sido en realidad.
He dicho que nosotros sabíamos cómo ganar, pero también que ellos saben cómo frenarnos. La aplicación del viejo “divide y vencerás” lo explica, como acabo de exponer, casi todo. Pero hay que añadir todavía la represión y la violencia.
La represión es eficaz, sobre esto no se debería engañar a nadie. Cansa. Agota. Nubla la vista. Por eso los españoles la aplican, incluso pagando el precio que saben que tiene también para ellos, en términos de reputación. Hace falta, por tanto, saber cómo responder y asumirla. Hay que poner a los presos en su sitio y a los exiliados en su sitio. A los multados y represaliados por cualquier cosa, en el suyo. A los perseguidos de todo tipo, en el suyo. Y esto significa, sobre todo, que no se puede dejar que la lucha antirrepresiva sustituya y cancele la lucha por la independencia. La emoción que todos sentimos es difícil de controlar, pero hay que hacerlo.
Y en este ámbito es donde creo que se ha visto más claramente la pérdida total de poder y de sentido político de la Generalitat. La actuación de los Mossos y las denuncias de Interior a personas que se movilizan en la calle son intolerables. Y, sobre todo, no sé de ningún otro movimiento de liberación, en ninguna parte del mundo, que tenga a sus prisioneros encerrados -¡y de qué manera!- en sus cárceles. ¿De qué demonios va entonces todo esto?
- Las tres claves del futuro inmediato: institucionalizar la república, poner al Estado español contra la pared y disputarle el poder y el territorio
Avanzo, a partir de esta constatación, hacia el tramo final.
Las cosas han cambiado mucho entre e 2017 y 2021, algunas para mejorar y algunas para empeorar. Y por lo tanto ahora no se puede aplicar mecánicamente la estrategia que se aplicó entonces. Estoy convencido de que hay tres pilares sobre los que hay que construir el nuevo envite, capaz de llegar a la cima, como ya llegamos el 27 de octubre de 2017, pero también, ahora, capaz de resistir.
En 2014 se pensó en el paso de la ley a la ley, y por tanto la Generalitat era el instrumento para hacer la independencia. Ahora ya no. La violencia española, la falta de una reacción democrática por parte del Estado español, ha dejado claro que ese camino no se puede seguir a menos que haya un milagro inesperado en Madrid que nadie sabe imaginar. Por lo tanto hay que tirar por otro lado. ¿Cuál?
Para mí hay tres factores clave, los pilares, que cuanto antes se activen más deprisa iremos. Son la institucionalización de la república proclamada -o como alternativa, la institucionalización de la sociedad liberada-, la continuación de la destrucción institucional del Estado y eso que el Consejo para la República llama disputa del poder -no únicamente digital o cultural, sino también físico, en las calles-.
Curiosamente o no, todas las líneas que puedo imaginar como parte de este proyecto en la realidad ya han sido impulsadas por iniciativas más o menos diversas, del Consejo por la República o de la ANC, por ejemplo. Sin embargo, hay que decir que no parecen arraigar, es decir, que no se apunta la gente que sería necesario que se apuntara.
El caso más claro es el del Consejo por la República que es, sin duda, el principal instrumento que tenemos para la liberación del país. La gente parece que no lo entiende; y seguramente su gestión, que va a trompicones y a veces respondiendo a pulsiones de partido, no ha ayudado a ello. Pero ahora parece que ha encarrilado de manera definitiva la fase de la institucionalización con el anuncio de las primeras elecciones a la asamblea constituyente. Bueno, pues no cuesta tanto entender qué significaría que dos millones de catalanes construyeran desde abajo, con plena libertad y de manera coordinada, un contrapoder nacional, una autoridad nacional, reconocida en la vida diaria por una parte muy sustancial de la sociedad. Y en todos los terrenos: desde la organización como consumidores contra el IBEX a la representación internacional de la nación.
El Consejo ha propuesto en el documento “Preparémonos” la disputa del poder al Estado español y es esto efectivamente lo que hay que hacer. Es una disputa que se deberá cumplir en la calle cuando la pandemia pase, resiguiendo y reempalmando con el ciclo de movilizaciones fuertes y poderosas que hubo de octubre de 2019 a febrero de 2020. Pero hay que estudiar también como liberar parcialmente territorios, “distritos”, que decía el Vietcong. Si la república se hubiera implantado de hecho en el distrito de Girona en octubre de 2017, hoy no estaríamos donde estamos. Ni en Girona. Ni en Tortosa. Ni en Elx o Perpinyà. Ni en Madrid. Ni en Bruselas. Urquinaona es en este sentido una experiencia única porque demostró en la práctica que el Estado español podía perder el control del territorio. Y esto es de un gran impacto.
Especialmente si se combina con el tercer factor clave, que es la continuación de la demolición de la credibilidad del Estado español y de su funcionamiento institucional. Si no hay acuerdo, y no lo habrá, la independencia deberá salir adelante en forma de conflicto, como un conflicto abierto -y esto no será responsabilidad nuestra, sino de los que rechazan el diálogo y la votación-. Y en cuanto a eso tenemos que ser conscientes de que la situación ha cambiado mucho en relación con 2017. Porque la represión sobre los presos políticos y la acción del exilio han puesto en la picota la credibilidad democrática de España.
La justicia europea es lenta y todos tenemos mucha prisa. Pero hay que ser conscientes de que la parte más decisiva del camino ya se ha hecho. Y que ahora, como en el judo, es necesario utilizar la desesperación del contendiente para tumbarlo. Ya está claramente dicho por los tribunales alemanes y belgas que no hubo rebelión ni sedición. Y no sólo eso, sino que se ha hecho evidente, en Bélgica, que España reaccionó no como una democracia y ni siquiera respetando sus leyes y su marco constitucional. Y que hay una discriminación evidente contra los catalanes, como minoría nacional. El precio final que España pagará, judicial y de reputación, será muy fuerte y no tardará ya mucho.
Acabaré, por tanto, esta largo trabajo situando un punto en el horizonte inmediato. Cuando la justicia europea obligue a España a anular el juicio, su reputación y su capacidad de control de la situación caerán a su punto más bajo. La cuestión es saber si ese día nosotros estaremos preparados para dar el paso decisivo. Quizás lo estaremos de todos modos, quien sabe, pero seguro que lo estaremos si desde aquí hasta entonces hemos institucionalizado de verdad la ciudadanía republicana, si ya disputamos a España el poder en todos los terrenos posibles y si evitamos o reconducimos como hicimos en 2014 los errores que nos debilitan, particularmente la pelea partidista y la debilidad teórica, este pensamiento tan flojo que tenemos, o que quieren que tengamos, sobre qué es la nación. Sobre qué somos.
Pido disculpas por la longitud, pero un texto como éste no puede ser más condensado. Espero que sirva, a quien lo quiera, para discutir tanto como sea necesario. Por mi parte, estoy plenamente dispuesto a ello.
VILAWEB
(1) EDITORIAL VILAWEB 2021/01/20
Elecciones aplazadas: el precio de obedecer todo es que pasas a ser nada
“Soñar ahora, como hacen prácticamente todos los políticos independentistas, que se puede ir tirando y pasando las semanas intentando justificar el cargo con la recuperación aunque que fuera de una brizna de lo que un día fue la Generalitat es simplemente un autoengaño”
Vicent Partal
01/20/2021
No se puede decir que la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña sobre la convocatoria de las elecciones sea sorpresa alguna. Reconozcan que, quien más quien menos, todos lo tomábamos a broma, porque se veía venir. Cuando el PSOE dijo que no quería aplazar las elecciones recibí enseguida una cantidad ingente de mensajes asegurando que las elecciones serían el 14 de febrero o incluso que aún encarcelarían al gobierno si no se hacían cuando Illa quisiera. ¿Y qué quiere? Es lógico que la gente piense así. Porque toda la legislatura ha sido eso mismo. O, dicho con más precisión: porque toda la legislatura ha sido caer más y más al fondo de este pozo.
Fulminaron al gobierno legítimo. Ellos. Convocaron las elecciones del 21-D. Ellos. Interferieron en el proceso de formación del gobierno elegido por la ciudadanía. Ellos. Decidieron que el president no sería el president. Ellos. Decidieron quién era diputado y quién no lo era. Ellos. Echaron al president de la Generalitat. Ellos. Decidieron de qué se podía hablar y de qué no en el parlamento. Ellos. Decidieron qué se podía publicar y qué no. Ellos. ¡Y cómo quieren, después de todo eso, que no decidieran -¡ellos!- qué día debían ser las elecciones? Ya sólo falta que decidan quién las gana. Ellos…
Cataluña vive en un estado total de anormalidad desde el golpe de estado perpetrado por el gobierno de Mariano Rajoy el 20 de septiembre de 2017. Desde ese día, la normalidad ha abandonado la vida política y con frecuencia la vida pública en general. Nada tiene ninguna lógica más que la lógica de la dominación. Del ejercicio de la dominación contra nosotros. ¡Hasta el punto de que ya ha llegado el momento de que incluso los partidarios de la dominación son dominados! Ver ahora a Carrizosa quejándose de la irrupción extemporánea de la justicia haría reír si no fuera que indigna tanto y más. Hay que tener cara, ¡hay que tener muchísima cara!
Evidentemente, que el momento es complicado, como pocas veces antes, debido a la pandemia. Y no tengo ninguna duda que reclama, por ello, flexibilidad y capacidad de pactar actuaciones incluso extrañas que en una situación normal no serían posibles ni convenientes, ni quisiera adoptar nadie -léase, por ejemplo, esto que explica tan bien Esperanza Campos en este artículo sobre las medidas que al final no ha tenido más remedio que tomar el president Puig (1).
Pero a ellos, a los que han destruido de manera sistemática la normalidad, ahora no les pide que lo entiendan. Porque no son capaces. Es pedirles que piensen, que reflexionen, que miren la realidad, que se adapten a lo que quiere la población, que respeten la política y la voluntad popular. ¿Y cómo quieren que hagan esto ahora si el Estado, España, el régimen, el monarca de la familia corrupta, el PPPSOE y el sursumcorda precisamente les ha encargado hacer lo contrario?
Cuando el Estado español decidió que la única respuesta a la revuelta democrática catalana sería el ejercicio cotidiano, diario y permanente de la violencia -a las manos de la policía y en las manos de los jueces-, las puertas de la normalidad, de la posibilidad de un comportamiento normal de la sociedad catalana, de una vida normal, se cerraron. Y no se volverán a abrir hasta que, como sociedad, como nación, no consigamos doblegar, y derrotar, esta propuesta, el proyecto de los nacionalistas españoles.
Por eso soñar ahora, como hacen prácticamente todos los políticos independentistas, que se puede ir tirando y pasando las semanas intentando justificar el cargo con la recuperación aunque sea de una brizna de lo que un día fue la Generalitat simplemente es un autoengaño. Un autoengaño que tres años después ya cansa, empalaga e irrita. Vascos y gallegos aplazaron las elecciones porque pudieron ejercer su (limitado pero real) poder político y porque siguen siendo considerados por el régimen como una parte, más o menos normal, de su marco constitucional. Y esta es la diferencia que la última astracanada del TSJC pone de relieve: la Generalitat de Cataluña ya no tiene el más mínimo poder político, ni lo tendrá nunca más. El precio de obedecer todo es que pasas a ser nada. Y el país, como tal, no tendrá normalidad alguna porque ellos lo rigen como un país ocupado, con violencia y dominación.
- Y, evidentemente también, no hay ninguna duda de que, a menos que el plan sea aceptar la derrota y vivir con la espalda agachada, cada día se impone más un cambio de rumbo total y urgente dentro del independentismo -tanto si lo hacen los partidos, en caso de que todavía sean capaces, como si lo hace la gente. Si puedo, si las noticias del día me lo permiten, mañana me gustaría hablar de eso…
No se puede decir que la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña sobre la convocatoria de las elecciones sea sorpresa alguna. Reconozcan que, quien más quien menos, todos lo tomábamos a broma, porque se veía venir. Cuando el PSOE dijo que no quería aplazar las elecciones recibí enseguida una cantidad ingente de mensajes asegurando que las elecciones serían el 14 de febrero o incluso que aún encarcelarían al gobierno si no se hacían cuando Illa quisiera. ¿Y qué quiere? Es lógico que la gente piense así. Porque toda la legislatura ha sido eso mismo. O, dicho con más precisión: porque toda la legislatura ha sido caer más y más al fondo de este pozo.
Fulminaron al gobierno legítimo. Ellos. Convocaron las elecciones del 21-D. Ellos. Interferieron en el proceso de formación del gobierno elegido por la ciudadanía. Ellos. Decidieron que el president no sería el president. Ellos. Decidieron quién era diputado y quién no lo era. Ellos. Echaron al president de la Generalitat. Ellos. Decidieron de qué se podía hablar y de qué no en el parlamento. Ellos. Decidieron qué se podía publicar y qué no. Ellos. ¡Y cómo quieren, después de todo eso, que no decidieran -¡ellos!- qué día debían ser las elecciones? Ya sólo falta que decidan quién las gana. Ellos…
Cataluña vive en un estado total de anormalidad desde el golpe de estado perpetrado por el gobierno de Mariano Rajoy el 20 de septiembre de 2017. Desde ese día, la normalidad ha abandonado la vida política y con frecuencia la vida pública en general. Nada tiene ninguna lógica más que la lógica de la dominación. Del ejercicio de la dominación contra nosotros. ¡Hasta el punto de que ya ha llegado el momento de que incluso los partidarios de la dominación son dominados! Ver ahora a Carrizosa quejándose de la irrupción extemporánea de la justicia haría reír si no fuera que indigna tanto y más. Hay que tener cara, ¡hay que tener muchísima cara!
Evidentemente, que el momento es complicado, como pocas veces antes, debido a la pandemia. Y no tengo ninguna duda que reclama, por ello, flexibilidad y capacidad de pactar actuaciones incluso extrañas que en una situación normal no serían posibles ni convenientes, ni quisiera adoptar nadie -léase, por ejemplo, esto que explica tan bien Esperanza Campos en este artículo sobre las medidas que al final no ha tenido más remedio que tomar el president Puig (1).
Pero a ellos, a los que han destruido de manera sistemática la normalidad, ahora no les pide que lo entiendan. Porque no son capaces. Es pedirles que piensen, que reflexionen, que miren la realidad, que se adapten a lo que quiere la población, que respeten la política y la voluntad popular. ¿Y cómo quieren que hagan esto ahora si el Estado, España, el régimen, el monarca de la familia corrupta, el PPPSOE y el sursumcorda precisamente les ha encargado hacer lo contrario?
Cuando el Estado español decidió que la única respuesta a la revuelta democrática catalana sería el ejercicio cotidiano, diario y permanente de la violencia -a las manos de la policía y en las manos de los jueces-, las puertas de la normalidad, de la posibilidad de un comportamiento normal de la sociedad catalana, de una vida normal, se cerraron. Y no se volverán a abrir hasta que, como sociedad, como nación, no consigamos doblegar, y derrotar, esta propuesta, el proyecto de los nacionalistas españoles.
Por eso soñar ahora, como hacen prácticamente todos los políticos independentistas, que se puede ir tirando y pasando las semanas intentando justificar el cargo con la recuperación aunque sea de una brizna de lo que un día fue la Generalitat simplemente es un autoengaño. Un autoengaño que tres años después ya cansa, empalaga e irrita. Vascos y gallegos aplazaron las elecciones porque pudieron ejercer su (limitado pero real) poder político y porque siguen siendo considerados por el régimen como una parte, más o menos normal, de su marco constitucional. Y esta es la diferencia que la última astracanada del TSJC pone de relieve: la Generalitat de Cataluña ya no tiene el más mínimo poder político, ni lo tendrá nunca más. El precio de obedecer todo es que pasas a ser nada. Y el país, como tal, no tendrá normalidad alguna porque ellos lo rigen como un país ocupado, con violencia y dominación.
- Y, evidentemente también, no hay ninguna duda de que, a menos que el plan sea aceptar la derrota y vivir con la espalda agachada, cada día se impone más un cambio de rumbo total y urgente dentro del independentismo -tanto si lo hacen los partidos, en caso de que todavía sean capaces, como si lo hace la gente. Si puedo, si las noticias del día me lo permiten, mañana me gustaría hablar de eso…