La voluntad y la fortuna

Se acostumbra a considerar maquiavélico a quien cree que el fin justifica los medios. Sin embargo, no se sabe a ciencia cierta que Nicolás Maquiavelo hiciese nunca esta afirmación, o yo no la recuerdo en ‘El príncipe’ ni en ninguno de sus textos que he leído. Junto con Rousseau, Maquiavelo es el escritor político con mejor pluma literaria. De hecho, es muy recomendable ‘La mandrágora’, una deliciosa comedia escrita por el autor en uno de los obligados exilios a los que lo arrastró su complicada relación con la familia Medici.

Leyendo a Maquiavelo es fácil sacar conclusiones contradictorias. Por un lado, parece perseguir una monarquía moderna; por otro, se declara republicano, entusiasta admirador de la antigua república romana. Por un lado, parece predicar el uso de la fuerza; por otro, considera superior la persuasión a la fuerza. Es el gran anunciador de la razón de estado, pero también es un ferviente partidario de la libertad individual. Podría creerse que Maquiavelo es el extremo del cinismo político, tal como con frecuencia se ha opinado. Me inclino, más bien, por observarlo como alguien que pone de manifiesto las profundas contradicciones de la naturaleza humana. El hombre no tiende al bien o al mal: tiende al error.

Como buen humanista, Maquiavelo se pregunta con frecuencia cuál es el papel de la voluntad en un mundo presidido por el azar. Sus respuestas varían. Sin embargo, hay una, memorable, que es la mejor que he leído nunca. La voluntad no puede competir con la fortuna, pero sí echarle una mano: en un naufragio todos pueden morir, aunque los que ha aprendido a nadar tiene más posibilidades de salvarse. Una metáfora exquisita que explica por qué Maquiavelo puede ser a la vez un fatalista y un optimista.

ARA