Como sabe cualquiera que haya estado a cargo de la supervisión legislativa de los banqueros centrales, a estos no les gusta ver su autoridad cuestionada. Lo primero que harán es defender el misterio de su profesión (el aura mágica que sobrevuela sus palabras) con una mescolanza emocional de trivialidades y chorradas envuelta en una nube de poder y jerga.
Por eso es tan divertido torturar a los banqueros centrales. Es famoso el caso de John Maynard Keynes, que fue el azote de Montagu Norman, gobernador del Banco de Inglaterra (BOE) desde 1920 hasta 1944. Wright Patman y Henry Reuss, dos congresistas estadounidenses que presidieron la Comisión Bancaria de la Cámara de Representantes en los setenta, le hicieron lo mismo al presidente de la Reserva Federal Arthur Burns. Puedo decir que Reuss lo disfrutaba; yo era su asistente en aquel tiempo.
En nuestros días, las voces de la Teoría Monetaria Moderna les quitan el sueño no sólo a los banqueros centrales en actividad, sino también a los retirados. Cual Lady Macbeth rondan los corredores clamando «¡Fuera, maldita mancha!».
Dos casos recientes son Raghuram G. Rajan, exgobernador del Banco de la Reserva de la India, y Mervyn King, exgobernador del BOE. Ambos publicaron hace poco sendos comentarios donde mezclando pomposidad y condescendencia (a partes aproximadamente iguales) declaran verdades de perogrullo con las que en general mal podría uno no estar de acuerdo.
Pero Rajan y King confrontan la TMM sólo en abstracto. No citan o referencian ni una sola fuente, ni nombran persona alguna relacionada con la teoría.
Por ejemplo, King comienza así: «A falta de explicaciones, lo mejor es una sigla. La última en economía es TMM: Teoría Monetaria Moderna o, dicho de otro modo, un truco de magia monetaria». ¿Menciona King que hay libros enteros que explican la TMM, entre ellos The Deficit Myth, éxito de ventas ahora mismo de Stephanie Kelton, una profesora de economía a la que le sobran pergaminos? Claro que no. Tampoco menciona Rajan las obras de Pavlina R. Tcherneva (Bard College) o L. Randall Wray (Levy Institute), por nombrar sólo tres exponentes destacados de la TMM.
No habrá escapado a una lectura atenta la verdad inocultable de que dos de las principales figuras defensoras de la TMM son mujeres. Sería demasiado generoso atribuir el hecho de que no se las nombre a una caballerosidad mal entendida; sobre todo, viendo el trato que suelen recibir las mujeres que trabajan en el área de la economía tradicional moderna. Uno sospecha, por el contrario, que King y Rajan saben muy bien quiénes son Kelton y Tcherneva: dos adversarias vigorosas, formidables, exactamente el tipo que suelen temer los banqueros centrales.
King y Rajan presentan la TMM como un argumento sobre el bajo costo de «imprimir dinero». En la descripción de King, la idea es que el dinero creado por el banco central puede «darse a la gente (…) para que pueda gastar más y así aumentar la producción y el empleo». A continuación afirma que esa estrategia ya se probó «desde los emperadores romanos, pasando por Enrique VIII y la República de Weimar, hasta Zimbabue y Venezuela en la actualidad». Sí, suena terrible.
Pero tal vez personas de muy buena memoria recuerden todavía la turbulenta primavera estadounidense de 2020, cuando frente al colapso causado por la COVID‑19, Estados Unidos distribuyó 2,2 billones de dólares en dinero fresco para que la gente pudiera gastar más y así aumentar la producción y el empleo. Aunque no puede decirse que 2020 haya sido un año particularmente bueno para la economía estadounidense, tampoco hubo inflación desbocada. Estados Unidos no se convirtió en Zimbabue, Venezuela o la República de Weimar. ¿Será posible que King no lo haya advertido? (A Rajan por lo menos hay que reconocerle que no carga demasiado las tintas sobre Zimbabue.)
King y Rajan denuncian que la TMM no es nueva; es allí donde delatan que ninguno de los dos hizo la tarea. Los defensores de la TMM no reclaman el atributo de la novedad. A diferencia de sus críticos, comprenden que «moderno» y «nuevo» no son sinónimos. La palabra «moderna» en la TMM se emplea en el sentido que le dio Keynes en su Tratado sobre el dinero (1930), donde describe la prerrogativa del estado‑nación de definir lo que es dinero para sus súbditos: «Este derecho se lo atribuyen todos los estados modernos, y así ha sido desde hace al menos cuatro mil años». Es un tanto triste (hasta asombroso) que King (que fue mi contemporáneo en el King’s College de Cambridge) se haya olvidado así los estudios de Keynes.
¿Entonces, qué es la TMM? Contra lo que dicen King y Rajan, no es un eslogan, sino un corpus teórico, dentro de la tradición monetaria keynesiana, que incluye a pensadores de la talla del economista estadounidense Hyman Minsky y Wynne Godley (que fue funcionario del Tesoro británico y miembro de la Universidad de Cambridge). La TMM describe el funcionamiento real de los gobiernos y bancos centrales «modernos» y el modo en que las variaciones en sus balances se trasladan a variaciones en los balances de la gente (una aplicación del principio de partida doble al pensamiento económico). Es decir, como escribe Kelton en inglés liso y llano: el déficit público es superávit privado y viceversa.
La TMM coincide con Keynes en que la política económica de un país soberano y desarrollado debe apuntar al pleno empleo, sobre la base de garantizar que haya puestos de trabajo para quienes los necesiten. Es un objetivo que (junto con el crecimiento equilibrado y una estabilidad de precios razonable) ayudé a incorporar a la legislación estadounidense mediante la Ley Humphrey‑Hawkins de Pleno Empleo y Crecimiento Equilibrado de 1978. Con ocasionales éxitos en la práctica, este objetivo (el llamado «mandato dual») ha sido desde entonces un principio legal en los Estados Unidos.
En síntesis, como ejemplo de buena economía puesta al alcance de la gente en forma accesible y democrática, la TMM representa todo aquello que los banqueros centrales siempre han temido (y con razón).
Traducción: Esteban Flamini
James K. Galbraith, a former Executive Director of the Joint Economic Committee, is Professor of Government and Chair in Government/Business Relations at the Lyndon B. Johnson School of Public Affairs at the University of Texas at Austin. He is the author of Inequality: What Everyone Needs to Know and Welcome to the Poisoned Chalice: The Destruction of Greece and the Future of Europe.
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