No hay peor soledad que la soledad del corredor de fondo que sabe que la suya es una carrera sin final, o con un final nada agradecido. Desde su despacho falto de la dignidad que correspondería a un personaje de su talla política, Pujol reflexiona sobre aquello que lo ha obsesionado toda la vida, en voz alta, por primera vez desde hace seis años. Como buen corredor de fondo, deja para su meditar profundo todo aquello que lo único que haría que poner nuevas trampas en su recorrido. Si no habla más de política es porque cree que ya no le toca. Si no habla de sus asuntos judiciales es porque ya se ha explicado en el Parlament y en los juzgados y porque es aquí donde tendrá que volver a hacerlo.
A los 90 años, Jordi Pujol Soley mantiene activa la gimnasia del pensamiento, la manía por poner en orden las ideas, la necesidad de contribuir al debate del momento, aunque él, desde la penumbra, diga que ni lo hace ni lo debe hacer.
-Usted está retirado, y mucho, desde 2014, pero se ha mantenido fiel a una forma de ser, pensando, repensando las cosas, escribiendo y, desde hace un tiempo, haciéndolo desde la web de Serviol (https://associacioserviol.cat/).
-Sí, lo hago, pero muy poco…
-¿Por qué muy poco?
-Porque me parece que no me corresponde ningún tipo de protagonismo y que lo que me corresponde hacer es quedar muy al margen de lo que es el día a día político.
-Pero usted sigue observando la actualidad.
-Sigo interesado por las cosas que pasan en China, los Estados Unidos, no hay que decirlo, en Rusia y, evidentemente, muy interesado por algo que es una pasión mía, que es Europa, porque yo me considero un patriota europeo, aparte de un patriota catalán.
-Por lo tanto, usted no ha quedado al margen de lo que ha sido su razón de ser, pensar sobre Cataluña.
-Es un pensamiento que siempre he puesto en un contexto más amplio, con unas relaciones mejores o peores, según los tiempos, que es España y, evidentemente, que es Europa.
-La última preocupación suya, que expresa a través de Serviol, es una reflexión sobre la identidad, que usted ve en peligro.
-La última preocupación no. Es la preocupación de siempre. Mire, yo soy nacionalista…
-Disculpe. A los 90 años, y después de años de reflexión, usted todavía da vueltas a esta cuestión de qué somos…
-También se debate sobre la identidad europea. Y si no se discute, mal asunto, porque, si no se hace, Europa va perdiendo fibra. ¿Qué es ser europeo? Cuál es el papel de Europa en el mundo. Cómo debe actuar Europa de manera que conserve su capacidad de acción y, a la vez, el respeto a sus valores y a la pluralidad de naciones que integra.
-¿Ahora cree que la identidad de Cataluña vuelve a estar en peligro?
-Vuelve a estar muy presionada. En un futuro inmediato Cataluña tendrá que hacer una reflexión sobre la situación. Lo que se llama el estado de la nación.
-Si lo plantea así, ¿alguien quizás pensará que está hablando en clave de las próximas elecciones?
-Evidentemente que esto juega, pero a mí personalmente no me toca, ahora no me corresponde hablar en términos políticos. Ahora bien, en el terreno de las ideas, una reflexión sobre la naturaleza y la evolución de Cataluña, qué es y a qué puede aspirar Cataluña, cómo hemos de defender el país, eso sí.
-¿Y hacia dónde encamina esta reflexión?
-Lo fundamental en todo país es que mantenga su identidad y que esté en condiciones de dar un servicio a la gente concreta. A las personas. Un país debe ser útil a su gente y para ello debe tener una personalidad propia que pueda ayudar a su gente a proyectarse; es decir, a tener proyecto de país.
-Existe el alma, pero también están las herramientas. Y una cosa es tan importante como la otra.
-Hay muchos que piensan, y tienen razón, que es muy importante el tema de la financiación, de las infraestructuras, la competitividad del país. Creo tener suficientemente demostrado que siempre que he podido y lo he tenido a mi alcance, en todas estas cosas yo he estado en estos asuntos y a menudo con resultados positivos. Ahora, esto puede ser que también se tambalee, porque con todo lo que se ha producido, Cataluña puede quedar en una situación que nos deje un poco mal parados. Por lo tanto, una reflexión sobre ello se tendrá que hacer y en esta reflexión el hecho fundamental es ser.
-Ser, ¿antes que cualquier otra cosa?
-Para ser políticamente y para ser económicamente primero hay que ser como sociedad y también como cultura. Y es muy importante tener un proyecto. Esto es lo primero, la primera condición de una persona es ser. Definir la propia identidad, el propio ser es el primer objetivo de una persona y de un conjunto humano. Para desarrollar una identidad, una persona necesita una cuadrilla, un grupo. En el terreno político, quien desarrolla esta identidad son las naciones.
-Este proyecto que dice que se necesita para ser, ¿existe?
-Sí, existe y ha existido durante las últimas décadas. Hay existido siempre. Y desde la segunda mitad del siglo XIX y durante todo el siglo XX, con momentos brillantes, momentos malos y momentos en que parecía muerto. Este proyecto necesita apoyarse en un sentimiento y en la vivencia que es una realidad colectiva. Que se quiere conservar la idea de que se es un sujeto de acción colectiva. En este terreno hay un hecho básico que ningún país puede despreciar, que es tener sentido de identidad. Somos y queremos ser esto.
-Un país como Cataluña que ha estado inmerso en un proceso para la independencia, ¿ahora debe volver al momento cero de volver a hacerse fuerte en la cuestión de la identidad?
-Se ha producido una cierta desorientación, pero no tenemos que volver al momento cero. No. Durante todo el siglo XX Cataluña ha hecho un proceso de reforzamiento de su sociedad. Lo que Joan Triadú llamaba un siglo de oro. Cataluña se ha fortalecido, ha hecho un gran progreso. Pero ahora podría ser que todo este progreso entrara en crisis.
-¿Una crisis motivada por qué?
-Por una determinada idea de ver España. ¿Esto es compatible con España? Sí, podría serlo, al menos ha sido la idea del catalanismo del siglo XIX y de buena parte del siglo XX. Esta era la idea que guiaba mayoritariamente al catalanismo. Incluso cuando este catalanismo cogió una componente nacional con la idea de “Somos una nación”.
-Usted, en 2014, en una conferencia sobre Herder y Renan dice: “Soy muy respetuoso con España”. ¿Todavía hoy?
-Debemos distinguir entre la acción de un país, una sociedad, un grupo humano, y lo que es su realidad interna. España es un país potente. Tiene una lengua entre las primeras del mundo y un proyecto político que arranca de los reyes asturianos, del Beato de Liébana, y de la reconquista de Toledo, y que aún hoy perdura. Dentro de este país potente que es España hay algo, que es que nadie les debe estorbar. Cataluña es una pieza que no encaja del todo y, por tanto, se ha de limar.
-Usted todavía mantiene este respecto por España, pero España no tiene ningún respeto hacia Cataluña.
-Evidentemente, en estos momentos, no.
-¿Y eso es lo que pone en peligro la idea de identidad en este país?
-Claro. Por eso hay que aferrarse a este concepto de identidad y no nos debe provocar angustia que nos digan que esto es reaccionario.
-Usted lo ha dicho, puede parecer antiguo hablar de identidad…
-Pueden decir lo que quieran. Pueden decir que es antiguo o que es populista, una palabra que ahora, como decía el presidente Mújica, se ha inventado para arrinconar lo que estorba a determinadas reivindicaciones de ciertos poderes económicos y políticos.
-Y, sin embargo, usted insiste en que hay que hablar de ella.
-Todo el mundo insiste en que hay que hablar. Lo hacen los franceses. Ahora sale el presidente Macron y dice que no se puede hablar de nacionalismo, que se debe hablar de patriotismo. Pero el patriotismo es un hecho identitario. Putin tiene tanto éxito porque ha devuelto a los rusos el orgullo de ser rusos.
-Y aquí cuando hemos querido ir más allá de la nación no lo hemos conseguido.
-Sí que lo conseguimos. Somos, existimos. De momento existimos, porque nosotros ya no deberíamos existir. En la época en que yo veía a gente del PP porque teníamos que discutir temas políticos y económicos, por ejemplo la ley Wert, y entré en confrontación con Aznar, me lo decían muy claro: “De todo eso; lengua, cultura, memoria histórica, dentro de cuarenta años ya no se acordará nadie. Haremos una política de contención de sus reivindicaciones, ustedes recibirán mucha inmigración y el mundo irá hacia otra dirección”.
-¿Este discurso le hizo reaccionar?
-Sí. Me dijeron esto, cuando fui a protestar con motivo de la ley Wert, que iba contra un componente esencial de la identidad que es la lengua y la cultura. La financiación es muy importante y si te asfixian puedes acabar en una situación de gran debilidad hasta desaparecer. Pero lo fundamental es la identidad, ser de una determinada manera, ser heredero de una determinada historia, ser capaz de formular sobre estas bases un proyecto de futuro. Hay gente que cree que esto que estoy diciendo es ridículo, pero en la práctica incluso los que lo critican buscan su identidad. Para muchos españoles esto de la identidad catalana es ridículo, pero ellos están enganchados a la suya.
-Volvamos al núcleo del concepto de la identidad, al ser. Hay muchas identidades.
-No sólo hablamos de una identidad nacional, hay identidades de todo tipo; la identidad obrera, religiosa, filosófica, de género… En las identidades colectivas está la dignidad, la gente pide que se la trate dignamente. Y puede haber otro hecho importante, que es el resentimiento. Puede haberlo en Cataluña y en España. Poco o mucho lo hay por el hecho de haber sido tratada durante los últimos siglos como un Estado de segunda.
-¿Y en Cataluña este resentimiento es hacia España?
-Cataluña tiene menos capacidad de odio y de resentimiento que otros países, porque quizás somos más débiles. El odio es un gran defecto de la gente, es un pecado capital. Pero para tener odio hace falta tener potencia. Sin potencia se puede tener envidia, pero no se tiene odio.
-Quizás porque no somos capaces de odiar, ahora dicen que vuelve la política del pájaro en mano…
-Algunos dicen que hay que volver al pájaro en mano. Yo tengo una buena opinión de muchos de los políticos que ahora actúan. Pero no son del todo coherentes. Y en conjunto hay mucha confusión, lo que no es ningún problema grave porque esto en la política pasa mucho y es legítimo. A ver, se pidió un nuevo Estatuto en parte para ganar unas elecciones, y era legítimo, pero se ha demostrado que era una opción peligrosa.
-Usted lo ha dicho, fue una opción peligrosa y, yo añado que no terminó nada bien.
-Por mucho, la responsabilidad más grave en todo esto la tuvo la clase política española y la mezcla de política, poder judicial y el ‘deep state’ o Estado profundo, que lo terminó de liar. Sin esto habría habido un nuevo Estatuto, se habría ido construyendo y nosotros habríamos mejorado la situación. Pero, vista la actuación de la clase política española, de la política española profunda, la reacción fue en gran parte la reclamación de independencia. Fue una reacción del corazón, con aspectos muy positivos, con una Cataluña que ha demostrado una capacidad de movilización y de determinación muy importante. Pero ahora estamos en una situación de mucha confusión.
-¿Y qué hay que hacer?
-Debemos recomponer el proyecto y la maniobra. Y hemos de salvar la identidad, el ser.
-En estos momentos de emergencia sanitaria, la defensa de la identidad -individual y de país-, ¿debe plantearse diciendo que antes de ser es necesario sobrevivir?
-Esta emergencia sanitaria también la tienen en Dinamarca, y Portugal también la tiene, pero su identidad no se la discute nadie. Como me dijo hace años Mario Soares: “Ahora Cataluña lleva más empuje económico que Portugal, pero los portugueses sabemos que nunca tendremos problemas para hablar en portugués. Es decir, no tendremos problemas de identidad”.
*126 PRESIDENTE DE LA GENERALITAT
EL PUNT-AVUI