El debate de los últimos días en el Congreso y en la sociedad sobre la Ley Orgánica de Educación nos hace evocar el famoso y educadamente cínico poema de Gabriel Aresti a su amigo Meabe, que habría que recordar a los flamígeros portavoces de Vox, Cs y PP: “No es buen español el que no sabe las cuatro lenguas de España”. Y, de paso, parece preciso analizar y criticar la desafortunada intervención de la Real Academia Española, RAE, tratando de interferir en ese debate.
La RAE ha publicado un breve comunicado en el cual esgrime en primer lugar dos supuestas legitimaciones para pretender justificar su intromisión; pero en ambas comete los pecados intelectuales del engreimiento y de la falta de respeto. En segundo lugar, la RAE aduce tres referencias pretendidamente culturales; pero en las tres incurre en errores de concepto, en falta de equidad, y, sobre todo, en falta de visión de futuro.
La primera de las pretendidas legitimaciones es que “la preocupación de que el texto legal en discusión ponga en cuestión el uso del español en todo el territorio del Estado€”. La segunda es “que el legislador no se desvíe de la protección que el art. 3 de la Constitución dispensa al español€”. Pues bien, la RAE no tiene competencias para la defensa de unas posturas frente a otras en temas como una ley de educación. Sobre todo, si no lo hace en nombre de los derechos lingüísticos de las personas, que no menciona el comunicado de la RAE. Además, en su mención constitucional –y ello es especialmente grave– la RAE comete el fraude de omitir en su cita una parte esencial del texto; efectivamente, el texto constitucional, aunque no sea completamente satisfactorio, prevé la cooficialidad de otras lenguas, lo que no es justo obviar. Emulando de nuevo a Aresti a efectos dialécticos, cabría recordar a la RAE que no es ni la única academia del castellano, ni la única Real Academia de la Lengua del Estado.
Las tres referencias aparentemente culturales que contiene el comunicado de la RAE son, por este orden, que “formamos parte de una comunidad cultural de 600 millones€”, “Los gobiernos, y especialmente el español, tiene la obligación de garantizar (sic) el conocimiento y libre utilización del español€” y “La importancia que tiene el español para nuestra nación€”. La primera referencia es un error de concepto, pues las comunidades culturales en el siglo XXI no son monolingües y las personas que forman las sociedades actuales son y van a ser cada vez más plurilingües. La falta de equidad se pone de manifiesto en la segunda referencia, pues los derechos y las libertades lingüísticas, igual que las religiosas o ideológicas, precisan el reconocimiento, el respeto y la libre opción en la diversidad, y no en la unidad. La tercera referencia, que hace alusión a la importancia del español para una sola nación en singular, es la que completa la imagen del mensaje de la RAE.
El mensaje del comunicado de la RAE, así sustentado, da esplendor al mito de El Cid, en vez de reivindicar soluciones a los derechos y libertades lingüísticas de las personas y al futuro. Aunque, ciertamente, la verdad histórica de El Cid se cimenta en su actuación guerrillera contra el reino vascón de Pamplona-Nájera en la guerra de los Tres Sanchos€ La lengua inglesa, que no tiene, ni ha tenido nunca academia alguna, constituye hoy por hoy el principal quid del castellano; circunstancia de la que tendría que ocuparse la RAE mucho más que de los debates y avatares del proyecto de ley de educación.
Fue el cardenal Richelieu, favorito de Luis XIII, rey de Francia y de Navarra, el que fundó en 1635 la primera academia, en la cual de un modo u otro se han inspirado las demás. La RAE, por cierto, la fundó casi un siglo después Juan Manuel Fernández Pacheco, nacido en Marcilla, por venir su padre a tomar posesión del cargo de virrey de Navarra. En el caso de la Real Academia de la Lengua Vasca, Euskaltzaindia, una de las cuatro academias con competencia académica oficial en territorios del reino español, se da la circunstancia de que también tiene miembros, y hasta tuvo un brillante presidente, que son ciudadanos y ciudadanas de la República de Francia.
Europa y el futuro necesitan de las instituciones de rancio abolengo, como son las academias de las lenguas, un agiornamento (palabra que se acabará introduciendo en los diccionarios de la RAE y de Euskaltzaindia). Ni el lema anticuado de Limpia, Fija y da Esplendor responde a los verdaderos desafíos de la lengua castellana, ni tampoco el belicoso lema de Ekin Eta Jarrai se corresponde con las necesidades lingüísticas de los ciudadanos y ciudadanas de Vasconia. Seguramente todas las academias necesitamos una profunda autocrítica y renovación.
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