Esta semana se ha declarado por enésima vez el alto el fuego en la zona fronteriza entre Azerbaiján y la República de Artsakh, conocida internacionalmente por el nombre ruso de Nagorno Karabaj que recibió durante la época soviética. Ha habido cientos de muertos causados por el ataque del ejército azerí, que ha invadido territorios que hasta ahora controlaba la República de Nagorno Karabaj. Es uno de esos conflictos que se llaman “olvidados”, que permanece latente bajo la categoría de “ni guerra ni paz” y que estalla periódicamente cuando alguno de los actores -a menudo con el apoyo de una fuerza extranjera- decide alterar la calma tensa del Cáucaso.
Nagorno Karabakkh ha sido históricamente una región de clara mayoría armenia, ligada a Armenia por historia, lengua, cultura y religión -Armènia fue el primer reino que se proclamó cristiano-, pero con un estatus particular, derivado de las diferentes vicisitudes históricas. Invadida primero por los turcos y después por la Unión Soviética, fue adscrita en un primer momento a la República Soviética de Armenia, pero una decisión personal del dictador Josef Stalin -que quería congraciarse con los musulmanes- la incorporó, con el estatuto de “Oblast autónomo”, a la República Soviética de Azerbaiján. Las relaciones entre el enclave armenio, que tiene como capital Stepanakert, y la república azerí, con capital en Bakú, se mantuvieron en una tensión permanente que estalló al final de la Unión Soviética. En 1991, Azerbaiján decidió eliminar la autonomía del enclave, al tiempo que proclamaba su independencia de la URSS, que entraba en la fase final. Pero el gobierno de Nagorno Karabaj -todavía formalmente parte de la URSS- consiguió organizar a principios del mes de diciembre un referéndum para que la ciudadanía -compuesta entonces por un 80% de población de origen armenio y un 20% de origen àzeri- pudiera ejercer la autodeterminación. El referéndum se hizo según la legislación soviética entonces vigente. Bakú animó a los azeríes no participar, pero la consulta se hizo con una participación del 80% del censo. El boicot fracasó y un 99,98% de los votantes optaron por separar Nagorno Karabaj de Azerbaiyán. Días después, la URSS colapsó definitivamente y Azerbaiján decidió invadir el enclave armenio. Empezó una guerra muy cruel, con persecuciones étnicas y desplazamiento de población a un lado y a otro que finalizó con un precario alto el fuego en 1994, bajo la supervisión de Rusia.
El resultado de ese enfrentamiento, con 25.000 muertos y casi un millón de desplazados, fue el nacimiento ‘de facto’ de un nuevo Estado: la República de Nagorno Karabaj. Los armenios, no sólo lograron defender su territorio histórico, sino que se apoderaron de regiones azeríes vecinas, llamadas oficialmente por el gobierno de Stepanakert “zonas de seguridad”, y pudieron establecer un cordón de unión con la República de Armenia. La nueva república no ha sido reconocida por ningún Estado, ni siquiera por Armenia, y la “comunidad internacional” es partidaria de mantener la “integridad territorial” de Azerbaiján. La decisión de Stalin pesa más que la voluntad del pueblo de Nagorno Karabaj… Quizás, en esta toma de posición internacional tenga que ver que una de las decisiones más inmediatas de la independiente Azerbaiyán fue abrir a las grandes multinacionales occidentales sus reservas de combustibles fósiles.
Hasta la fecha, había habido rupturas puntuales de aquel acuerdo, con acusaciones mutuas de vulneración, y diferentes intentos de organizar conversaciones de paz definitivas, inspiradas fuera por Rusia, por Francia o los Estados Unidos, que forman parte del llamado Grupo de Minsk, montado para tratar de solucionar el conflicto. Sin embargo, ninguna de las potencias involucradas ha mostrado interés especial alguno en resolverlo. La Unión Europea, mientras tanto, continúa al margen, inoperante, en la línea de su acción política exterior, a pesar de que el conflicto estalla al lado de casa. Aunque es difícil confirmar quien abría las hostilidades, hay que tener en cuenta que es Azerbaiyán quien ha impedido la presencia permanente de observadores imparciales en la zona y que el ‘statu quo’ -dejar las cosas como estaban y no alterarlas- beneficiaba obviamente a los armenios, que tenían poco que ganar con nuevas hostilidades. En esta última ocasión, es cada vez más evidente que ha sido el gobierno de Bakú quien ha lanzado la ofensiva sobre el territorio armenio.
Visité Atzakh hace cinco años, invitado por su parlamento y por la Universidad de Stepanakert, donde impartí una charla. Constaté que el país que la “comunidad internacional” no quiere reconocer existe, y a pesar del aislamiento que sufre ha podido construir infraestructuras económicas, sociales y políticas suficientemente sólidas. Todos los observatorios internacionales coinciden en que en la región del Cáucaso, Nagorno Karabaj ofrece los mejores estándares en cuanto a valores democráticos, protección de derechos fundamentales y lucha contra la corrupción. Y sin embargo, todas las negociaciones sobre su futuro se han hecho al margen de sus habitantes: sólo los gobiernos de Armenia y de Azerbaiyán participan en las mismas. En el otro lado, el gobierno de Bakú, presidido por Ilham Aliyev, intenta limpiar su política de represión de derechos fundamentales y persecución de periodistas patrocinando equipos de fútbol europeos y sobornando diputados del parlamento del Consejo de Europa, asunto que tocó muy gravemente a la institución europea más veterana y con más prestigio, y en el que se vio involucrado el senador y exlíder del PP valenciano Pedro Agramunt. Pero la Unión Europea no ha hecho nada para condenar o aislar al gobierno azerí -aparte de alguna declaración simbólica del Parlamento Europeo-, por el contrario, ha reforzado los lazos comerciales y la dependencia energética del mismo.
La inacción y la calamitosa política exterior de la Unión Europea explican también el último estallido de violencia en Nagorno Karabaj, con la incorporación de un actor muy agresivo, espoleado por las concesiones de la Unión Europea: Turquía. El pacto de la vergüenza entre los estados de la Unión Europea y Turquía, que proporcionó miles de millones de euros al gobierno de Erdogan a cambio de “gestionar” la llegada de refugiados, ha permitido al régimen turco tener en la mano recursos y, a la vez, un arma potentísima. Erdogan sabe que puede amenazar a los estados europeos con “abrir la mano” y provocar una “avalancha descontrolada” de inmigrantes. El gobierno turco ha decidido jugar fuerte en la región y aprovechar el componente religioso -musulmanes contra cristianos- para atizar el conflicto y dar apoyo incondicional -político y militar- al régimen totalitario de Aliyev.
La intervención rusa, la única potencia capaz de hacerlo, ha detenido las hostilidades y ha obligado al gobierno de Armenia a reconocer la derrota. La nueva situación es extremadamente peligrosa para la población armenia de Nagorno Karabaj. El ejército azerí ha invadido el 75% de lo que era la República de Nagorno Karabaj, incluyendo la segunda ciudad más importante, Shushi, y se ha establecido a sólo 10 kilómetros de la capital, Stepanakert. Las condiciones del alto el fuego han originado una crisis sin precedentes en Armenia y han fortalecido el régimen corrupto y totalitario del presidente Aliyev. Es muy improbable que Bakú tenga suficiente con esto y que, fortalecida por el silencio de la “comunidad internacional” y el apoyo de Turquía, no lance, más pronto que tarde, un nuevo ataque; y en todos estos episodios hay personas que son desplazadas y mueren. Me pregunto donde deben ser ahora aquellos estudiantes tan atentos que me escucharon hace tan sólo unos años en la Universidad de Stepanakert, ilusionados por la presencia de un miembro del Parlamento Europeo que venía a conocer su realidad. Mientras tanto, la Unión Europea continúa fuera de juego, víctima de sus contradicciones internas y de la falta de un discurso propio en política internacional, condenada, por no querer reconocer su diversidad interna, a continuar apoyando a la “integridad territorial” estalinista por encima de la voluntad de la ciudadanía.
Jordi Sebastià, ex-diputado del Parlamento Europeo y miembro de la ‘European Friends of Armenia’
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