El coronavirus no es la primera gran pandemia de la historia pero, por ahora, es la única que aún no tiene día después. La única de la que desconocemos qué transformaciones provocará en la sociedad. De las anteriores ya conocemos o deberíamos conocer sus consecuencias. Aunque no del todo porque, como reconoce el historiador José Enrique Ruiz-Domènec, no hemos valorado suficientemente su importancia: en los grandes libros del siglo XX, remarca, no se hace apenas mención a la gripe española, que mató a 50 millones de personas.
Y sin embargo las pestes, admite, han cambiado mucho la historia, “tanto o más que las guerras”: han traído la decadencia de imperios como el bizantino, el azteca, y la emergencia del islam y de la Europa actual, del Renacimiento, la Ilustración, de la ciencia… y hoy ya está transformando la sociedad actual, que, asegura, “no será nunca como antes”. “Hay un cambio de dirección de la historia, más que de época”, señala, y para comprender su alcance recorre las anteriores cinco grandes pandemias que transformaron el mundo en El día después de las grandes pandemias (Taurus/Rosa dels Vents).
De Bizancio al islam
La historia que traza Ruiz-Domènec arranca con un fracaso, con un régimen que no supo cambiar. Con el imperio bizantino del siglo VI de Teodora y Justiniano, que entró en decadencia por una pulga que llegó de Egipto pegada al pelo de las ratas negras y mató a 25 millones, acelerando el paso de la Edad Antigua a la Media. “El historiador Procopio de Cesarea, sutil, irónico, vio la peste entonces ya como una rebelión de la naturaleza, que es la idea de muchos pensadores actuales”, subraya el autor. Y razona que la peste creó una debilidad estructural en el imperio que no supieron resolver y que aprovechó su periferia, el islam y el imperio carolingio, para ascender. “De haber sido poderoso Bizancio habría retrasado mucho la expansión de estos dos actores nuevos y estaríamos hablando de otra Historia. Que una pulga altere tanto el orden mundial casi es la teoría del caos”, sonríe. Añade que cree que “la naturaleza lleva dentro de sí ese principio del caos como revulsivo para cambiar lo que está obsoleto y no nos damos cuenta, igual que el coronavirus ha evidenciado que muchas de nuestras prácticas están obsoletas, como el consumismo”.
Quemar imágenes
Ruiz-Domènec recuerda que en el siglo VI “Justiniano y Teodora están convencidos de que los elementos de su civilización son perdurables y estables y tardaron en reaccionar mucho mientras los demás cambiaban “su agricultura, introducían nuevas máquinas o una cultura escrita de base práctica”. En Bizancio, mientras, advierte, hay reacciones infantiles como quemar las imágenes, la iconoclastia, “propio de una sociedad que siente que pierde su sitio en la historia”. “Cierran fronteras, tienen miedo de las invenciones de otros. Los imperios porosos en cambio descubren que los pueblos nómadas que llegan a sus fronteras tienen novedades: los carolingios descubren que los ávaros usan el estribo para los caballos y al adoptarlo surge la caballería medieval. Los bizantinos tuvieron grandes derrotas”.
Peste negra y Renacimiento
Si Bizancio es un ejemplo de lo que no hay que hacer, las salidas buenas de la crisis, remarca Ruiz-Domènec, tienen un denominador común: hay un cambio morfológico de la sociedad. Así sucedió con la peste negra en el siglo XIV, que llegó de Asia y que tenía una variente bubónica y otra neumónica. Los tártaros usaron la peste negra como arma biológica al catapultar a muertos al interior del la zona genovesa de Caffa, en Crimea, que asediaban. Y las rutas comerciales de esa ciudad con el resto del mundo transmitieron el contagio. Pero en medio del desastre –ya vivían un cambio climático que ocasionaba hambrunas– surgió la esperanza. Se miró en el libro de la naturaleza y hubo un cambio en el sistema de enseñanza, con el humanismo como núcleo creativo. Ragusa inventa las cuarentenas, inicialmente de 30 días. Hubo un urbanismo nuevo para evitar contagios. Y un concepto político diferente, con Maquiavelo y El príncipe como guías para intervenir desde el poder en la economía y enderezar la historia. Y evitar el despotismo que amenaza hoy, dice Ruiz-Domènec.
La caída azteca y la nueva América
La tercera epidemia que retrata el historiador son un alud de epidemias que llevan los españoles a América y que causan una mortandad masiva. “España reacciona tarde ante lo que está sucediendo, en parte es culpable y en parte no. Pero incluso cuando se dieron cuenta de que esas epidemias les beneficiaron en la conquista del imperio azteca, al que Cortés solo tuvo que dar la puntilla, el debate sobre la dignidad humana fue muy agrio”. El dominico Francisco de Vitoria defiende a los indígenas y sus derechos individuales como hombres libres. Y comienza el cambio:
“Se dieron cuenta de que el sistema que habían destruido no era recuperable y se quiso crear otra civilización. Lo primero fue ver la importancia de la sanidad, creando grandes construcciones en esa América que se reinventa. Se crea la América virreinal, que los anglosajones llaman colonial pero no tiene nada que ver con las colonias británicas o francesas, es otra cosa que ha generado hoy día una realidad política fascinante y complicadísima”. Se reinventan fundiendo lo nativo y lo español y se convierten en clave de una red mundial donde las tierras americanas son el centro.
La peste del XVII y la de hoy
“Desde el punto de vista social la sucesión de pestes vividas en el siglo XVII se acerca mucho a las sensaciones de hoy”, dice Ruiz-Domènec. “Porque surgen cuando despierta la ciencia, la filosofía moderna, las grandes exploraciones, cuando se cree controlar la naturaleza. Y se vive un fracaso emocional, las pestes parecían algo medieval. Se sienten perplejos”. La reacción también se parece a la actual. Mascarillas, limpieza, preocupación estatal por controlar bien a los enfermos, hospitales ad hoc… y se lleva sectores enteros de la economía. Hará falta, dice, voluntad colectiva: comienza la Ilustración, la sanidad se ve un deber del Estado y se adopta el espíritu de la revolución, científica y política.
De Kansas a España
Cincuenta millones de muertos ocasionaría entre 1818 y 1920 la llamada gripe española, a la que se parece en su ciclo médico el coronavirus actual, lamenta el historiador. “Nace en Kansas y es un tipo de influenza muy dañina con tres fases: la primera mata a soldados y población mayor en medio de la Gran Guerra, pero muta y luego afecta a la gente joven y empieza a preocupar a los políticos una vez se acaba la guerra y no hay razones estratégicas para ocultar la epidemia o culpar a otros países. Fue una pandemia que transcurrió ya en el mundo de los medios de comunicación, en ellos estuvo la clave de su percepción, como hoy.
Treinta años de distopía
Y “España en la gripe de 1918 lo hizo ahí rematadamente mal en todos los sentidos, incluido el famoso gobierno de concentración con Cánovas, Maura y Cambó, un desastre monumental. Hubo incluso un exceso frívolo de comunicación que hizo al final que quedara con el nombre de gripe española”. Recuerda que entonces se usaron también confinamientos, mascarillas, y hubo búsqueda desesperada de una cura. “Creo que hoy hemos de tener más dinamismo, porque lo que vino para España y Europa después fueron 30 años atroces hasta después de la Segunda Guerra Mundial, en 1948, cuando se vio que Europa no podía seguir siendo un cortijo de naciones, que tenía que crear una comunidad de intereses, primero con el carbón y el acero por el que se habían matado tantos siglos”. Y llegaría además el Estado del bienestar.
Otro Renacimiento
Hoy la situación es distinta. El proyecto europeo se tambalea: “La UE se ha arrugado ante la pandemia y ha dejado hacer a sus naciones en vez reunirse y discutir qué medidas tomar para todo el mundo . Hay un letargo del espíritu de lo que hecho grande la cultura europea. Y refugiarnos en nosotros mismos, me voy a mi masía, no sirven. En el Decamerón los protagonistas lo hacen y la obra es una broma contra esa actitud. Se van contando cuentos, a cual más terrible para distraerse y huir de la peste. Pero la conclusión es que hay que cambiar la sociedad. Todo el siglo XX se basó en el análisis de la conducta, consciente o inconsciente, y el coronavirus nos da una oportunidad de cambiarla. Hay que potenciar la educación de base humana, hemos de luchar contra el poder del algoritmo mediante elementos de reflexión. Y cambiar los principios estratégicos de la ordenación social por la sinceridad, la honestidad. Hemos de potenciar el espíritu crítico, que viene del mundo grecorromano y son las raíces europeas, hemos de potenciarlo, enseñar de nuevo a pensar.
Y mejorar el papel de los medios de comunicación, que se dejan arrastrar por las redes sociales y es peligroso, los medios de comunicación serios deben crear opinión. Y ahí está la responsabilidad de cada uno, hacerlo bien en la medida que pueda. No puede haber profesiones mal pagadas, ni la codicia convertirse en valor. Hace falta un rearme moral y espiritual. Y una gobernanza mundial, que no sucederá pronto: por ahora, una europea. Hace falta un nuevo Renacimiento que es lo que con diferentes nombres han hecho las sociedades que han sabido salir de las pandemias. La covid-19 nos está indicando cambios porque nuestro mundo ha quedado obsoleto. Si no lo cambiamos, lo harán otros por nosotros”.
LA VANGUARDIA