La pandemia de la Covid-19 ha generado un épico debate de ideas sobre el futuro (o no) de la humanidad en tiempos de pandemias, cambio climático y un capitalismo tardío sin alternativa a la vista. Lo protagonizan visiones de distopías y utopías (aunque estas últimas escasean). El denominador común es que –a pesar de la euforia bursátil y la reapertura de las discotecas– nada volverá a ser como antes.
Para Naomi Klein, la escritora canadiense del famoso ensayo La doctrina del shock, la pandemia ya es el escenario de otra fase del llamado capitalismo de desastre que rentabiliza las catástrofes para abrir nuevos espacios de negocio. En el caso de la pandemia, se trata de una distopía en la que los gigantes de Silicon Valley –Google, Amazon, Facebook– están elaborando nuevas tecnologías de inteligencia artificial, robots, aplicaciones de vigilancia… para “un futuro muy rentable en el que nadie podrá tocar al otro y de aislamiento permanente para las clases adineradas”. No es casual que el Nasdaq, el índice bursátil de empresas de tecnología, haya batido su récord pese a un colapso económico sin precedentes.
Mientras tanto, al margen del cordón sanitario high tech, una precaria clase trabajadora proporcionará los esenciales servicios de baja tecnología, advierte Klein: “Vamos a tener un futuro que supuestamente vive de la inteligencia artificial pero en realidad dependerá de un millón de trabajadores desprotegidos ante la enfermedad y la hiperexplotación”.
La doctrina del shock fue llevada a la gran pantalla por el cineasta británico Peter Greenaway (puede verse en Netflix). Pero la nueva tecnodistopía de Klein recuerda más la ciencia ficción televisiva de Charlie Brooker que acaba de estrenar en la BBC Antiviral wipe , una sátira sobre la pandemia. Brooker reconoció el mes pasado en una entrevista en la televisión británica que la realidad de la Covid-19 ya supera la ficción de su serie Black mirror : “El mundo real ha robado el combustible de mis pesadillas”, resumió.
Para entender mejor la distopía del futuro, hace falta estudiar el pasado, sostiene el historiador indio Pankaj Mishra –autor de La edad de la ira –. “En esta coyuntura están presentes todos los ingredientes de las calamidades de primeros del siglo XX”, advierte Mishra. Las calamidades son guerras mundiales, fascismos diversos y genocidio. Los ingredientes: la extrema desigualdad social y económica, una globalización desatada que ha generado fuertes tensiones geopolíticas y una radicalización de las capas sociales más excluidas. El virus ha acelerado un proceso ya en marcha, una “corriente que nos arrastra hacia el Niágara”, escribe Mishra parafraseando a Henry James.
Richard Overy, autor de La edad morbosa sobre el periodo de entreguerras, destaca las similitudes en el lenguaje cultural entre este momento y hace justo 100 años. Después de la catastrófica gripe española de 1918, la cultura occidental estaba impregnada de visiones distópicas y “el lenguaje de catástrofe amenazante dominaba el debate público”, explica. Ahora combatimos el aburrimiento del confinamiento con series como Years and years , o la nueva serie Snowpiercer , de Bong Joon-ho, director coreano de la oscarizada Parásitos .
Adam Tooze, el historiador económico de la Universidad de Columbia que ha sustituido al novelista John Lanchester (Capital) como el cronista de referencia de las megacrisis en Nueva York y Londres, es un poco más optimista. “La comparación con los años treinta no debería ser exagerada. No vivimos bajo la sombra de la guerra y hay motivos para celebrar el fin de la hiperglobalización. Pero no deberíamos infravalorar la ruptura con el pasado o dejarnos engañar de que existe una alternativa obvia”, sostiene en la London Review of Books .
Otra visión de catástrofe llega de la pluma cáustica de Mike Davis, cronista distópico de Los Ángeles en Ciudad de cuarzo. El libro El monstruo llama a nuestra puerta, que Davis escribió en el 2005, advirtió ya sobre el peligro existencial para la humanidad de las pandemias. Pronto será reeditado con un nuevo título adaptado a la nueva coyuntura: Entra el monstruo (OR Books, 2020). Davis, al igual que Mishra, prevé un futuro inestable que, en uno de sus escenarios de desglobalización y el auge del nacionalismo, podría acabar con una guerra nuclear.
Sorprendentemente, dada su conocida afición por las películas de terror, la voz menos pesimista en el debate de la pospandemia es la del filósofo esloveno, Slavoj Zizek. Quizás es precisamente gracias a su intento por esbozar una utopía posible en el mundo de las pandemias, el pequeño libro de Zizek Pandemia (Anagrama, 2020) ha resultado un éxito mundial con decenas de miles de ejemplares ya distribuidos en EE.UU.
“No soy ingenuamente optimista, pero la pandemia va a abrir un espacio para la lucha”, dijo Zizek en una conversación en marzo con la experta guatemalteca en tecnología y derecho Renata Ávila. Las protestas contra el racismo de la última semana han confirmado su tesis. Para Zizek, la nueva normalidad de sucesivas olas de pandemia y de ya drástica crisis climática puede crear una oportunidad por primera vez desde aquel turbulento inicio del siglo XX para una alternativa que él califica de comunismo.
Un Estado eficiente capacitado para intervenir en la economía y reforzar los servicios públicos así como una cooperación internacional permanente en áreas como la sanidad “ya no serán ideas utópicas, sino urgentes para proteger la vida”. Esta nueva clase de comunismo –sostiene el filósofo esloveno– es ya la única alternativa a la tecnobarbarie que temen Klein y Ávila.
Jared Diamond, el autor de Colapso, un repaso histórico de las catástrofes que han provocado la desaparición de varias civilizaciones en el pasado, ve un rayo de luz ya que la Covid “nos podría traer beneficios como un motivador”.
A diferencia de la crisis climática, que es una amenaza mucho más grave que la Covid-19 pero menos inmediata, el virus ha obligado a los países a movilizar al Estado contra los intereses privados y buscar estrategias internacionales. Esto será clave para afrontar la crisis del clima y la destrucción de la naturaleza, sostiene el autor también de Armas, gérmenes y acero , que explica la importancia de las epidemias para la colonización europea del resto del planeta.
El coronavirus –“una transformación radical de las que ocurren solo una vez en un siglo”– puede ser el catalizador del cambio necesario, coincide Mishra. Pero interpretarlo así requiere un “cambio de vocabulario” en el ámbito de la cultura. A principios del siglo XX “fue necesaria una revolución en las artes, las ciencias y la filosofía solo para entender qué pasaba”.
Lamentablemente, esta revolución de lenguaje brilla por su ausencia en el discurso de los medios masivos o del cine que alterna entre el catastrofismo y un deseo de regresar a una normalidad insostenible.
Esto es grave. Porque si los EE.UU. de Trump ya parecen un Estado disfuncional por su caótica respuesta a la crisis sanitaria, la fábrica de sueños y pesadillas de Hollywood y ahora Netflix sigue siendo sumamente eficaz. Davis destaca el filme Contagio, de Steven Soderbergh, por su “precisión científica y una inquietante anticipación del caos que ahora ocurre”. Hasta hay un subgénero de pandemia dentro de las películas de distopía: “El coronavirus es una vieja película que hemos visto repetidamente desde el libro de Richard Preston Zona caliente de 1995”, comenta Davis. “Hollywood ha abrazado con lujuria los brotes de sucesivas epidemias y ha producido una decena de películas para excitarnos y asustarnos”, añade.
Pero mientras las distopías baten récords de audiencia, escasean las visiones de un mundo alternativo. Incluso tras un periodo en el que el mundo se ha puesto subversivamente al revés, con todas las oportunidades que esto genera, la imaginación mercantilizada no las puede identificar. La única utopía es la vuelta a la normalidad. De ahí la importancia de la visión de Zizek.
Por su parte, un nuevo movimiento de extremismo conservador en países como EE.UU., España o Brasil intenta instrumentalizar la distopía para arremeter contra las propias políticas de confinamiento e intervencionismo estatal tan necesarias para combatir el virus y evitar una catástrofe social. En las redes sociales de la nueva derecha abunda una desbordada imaginación creativa a la hora de tachar de orwellianos y totalitarios a los gobiernos que han hecho lo que deben para frenar el virus.
Se trata de una distopía falsa, dice Margaret Attwood, autora de El cuento de la criada. “Una distopía es una sociedad construida en la que no quieres vivir”, explicó en una entrevista concedida a la BBC. “Las cuarentenas son desagradables, pero no han sido creadas por un gobierno que ejerce control total sobre ti; no es un totalitarismo intencionado”.
LA VANGUARDIA