Liberar Cataluña es la revolución de nuestras vidas

Este fin de semana ha hecho diez años de la sentencia del Tribunal Constitucional español contra el estatuto promovido por el president Pasqual Maragall y mil días del referéndum de autodeterminación del primero de octubre de 2017.

El eslogan que encabeza este editorial es una adaptación del que los niños de Hong Kong enarbolan en su lucha contra el poder chino. Y, evidentemente, el ‘Cataluña’ al que hago referencia no lo deberían entender como las cuatro provincias españolas que se han quedado con su nombre o, en todo caso, no como si el proyecto de hacer libre inmediatamente el Principado, esto que se puede hacer ahora ya, no significara a la vez abrir la puerta a la libertad del resto del país, de Salses a Guardamar y de Fraga a Maó. El caso es que no se me ocurre ningún eslogan más sincero para definir todo esto que cientos de miles de ciudadanos vivimos todavía hoy. Porque los dos conceptos que se mezclan cada día que pasa es más evidente que están conectados. Esto es una revolución que va más allá del cambio de fronteras, pero en el que. al mismo tiempo. el cambio de fronteras es, hoy y aquí, la única manera de hacer la revolución, de cambiar la forma en que los ciudadanos nos relacionamos con el poder.

Estoy seguro de que casi todos han sostenido en algún momento una conversación en la que alguien se ha preguntado con estupefacción si los jueces del Constitucional español no eran conscientes de qué desencadenaban con aquella decisión. Porque la explosión de fuerzas liberadoras que provocó la sentencia es tan intensa y duradera que parece imposible que no se dieran cuenta. La transformación que aquella sentencia ha hecho de la sociedad catalana es un ‘big bang’ político con pocas comparaciones en el mundo. Nada de lo que éramos el día antes lo somos hoy ni lo volveremos a ser nunca. Porque el país, como cuerpo social, optó por el camino de la confrontación y de la batalla definitiva, no por los parches. Y eso dice mucho del cansancio de nuestra sociedad. Nadie hace una revolución, con los costes que tiene, si puede resolver la situación con una reforma y esta es una de las claves para interpretar todo lo que pasa.

No es que no se haya intentado el camino de la reforma ni que no se intente todavía. Artur Mas fue el primero, pactando con Zapatero. Y, después de la proclamación de la independencia y el 155, la tentación de los partidos políticos de acomodarse a él ha sido enorme y nos ha llevado a la confusión que reina hoy. Con esta obsesión por el ‘gobierno efectivo’, el PDECat y ERC han querido poner freno al movimiento y han logrado, realmente, sembrar una notable confusión.

La formación del gobierno efectivo fue un gran error estratégico porque cambió la lealtad al mandato del Primero de Octubre y el derecho de autodeterminación por la lealtad a un pacto de cúpulas que tan sólo tenían en común la voluntad de aprovechar el gobierno para consolidar el proyecto hegemónico del partido tratando de destruir al socio. Y a pesar de los esfuerzos imposibles del president Torra por introducir un poco de cordura, este ha sido el panorama que hemos vivido en los últimos años. Decepción tras decepción y pasos atrás constantes. Cuando no era la negativa a recuperar el gobierno legítimo, era el pacto infame con los verdugos en la Diputación de Barcelona. Cuando no era la incapacidad que el parlamento reaccionara a la sentencia contra los presos del proceso, era el apuntalamiento de España, en su peor crisis, regalando los votos a Pedro Sánchez; o la violencia de los Mossos contra los manifestantes que querían lo que el govern decía querer.

Sin embargo, la calle y las victorias judiciales del exilio, trabajadas y planificadas como no se ha hecho en ningún caso en el interior, han mantenido el proceso de pie. Esto y la intransigencia española. Y ahora la evidencia de que las elecciones catalanas están a punto, parece que ha puesto fin al periodo post-155 y sus reglas narcotizantes. El resultado de las elecciones en la ANC, los debates sobre la necesidad de superar los partidos o la ruptura del PDECat y la reconfiguración de Juntos por Cataluña son hechos muy significativos.

Cuál será el mecanismo que funcionará todavía no lo sabe nadie. Ni podemos saber con certeza si habrá alguno que funcione. Pero las elecciones autonómicas catalanas, que algunos ya veían ganadas por la moderación y el acomodo, de repente parece que pueden representar lo contrario. En el debate que el jueves Elisenda Paluzie sostuvo con los suscriptores de VilaWeb, ella misma recordaba que el referéndum del Primero de Octubre no estaba previsto y en cambio catalizó el proyecto que desde hace diez años, como mínimo, la mayoría de la sociedad catalana intenta cumplir. Veremos si la sorpresa se repite.

Hay, observadores políticos, analistas, que aún viven obsesionados en el viejo estilo de la política institucional, convencidos de que los votos tienen dueño y de que un político se los lleva de aquí para allá como si fueran una maleta. Esta gente mira el escenario político más obsesionada por los bailes de siglas y alianzas que por la voluntad de los votantes. Pero esto no es así. Ya no lo es en buena parte de la gente de este país que ha optado, a pesar de la gran mayoría de los políticos, por hacer de la independencia la revolución de nuestras vidas.

Como recordaba Thomas Harrington en esta entrevista (1) de hace dos años, que debería ser de cabecera, este país es extraordinariamente insensible a la mediatización de la política, el gran mal que afecta a la democracia en el mundo. Y de hecho en diciembre de 2017 los ciudadanos ya lo demostraron haciendo ganar al independentismo unas elecciones que habían sido dibujadas y diseñadas al milímetro para que las perdiera. Es cierto que no sirvió de gran cosa, porque la burocracia partidista se interfirió enseguida. Pero este 2020, cuando han pasado tantas cosas que todo se ve mucho más claro, el envite unilateral y la confrontación abierta con el Estado español pueden resurgir y afianzarse allí donde algunos todavía no son capaces de imaginarlo. Seguramente porque no pueden entender que para mucha gente, para muchos de nosotros, las siglas y los eslóganes, los apriorismos, las viejas concepciones, han dejado de tener sentido en medio de esta revolución de nuestras vidas. Que no la vivimos como un conflicto más ni como una opción temporal, como un debate normal y corriente. Estaremos pendientes.

  1. Las noticias que llegan de Perpinyà no pueden ser peores, con la victoria del candidato de la extrema derecha. El sistema electoral de doble vuelta tiene también estas consecuencias lamentables, pero la verdad es que la capital del norte ya hacía varias elecciones que se acercaba a la tragedia. Sin embargo, es necesario que todo el mundo tenga presente que en nuestras sociedades hay siempre dos mundos en conflicto, dos tendencias marcadísimas. Y nuestra Perpinyà, la Perpinyà digna y democrática, merece hoy más que nunca nuestro apoyo.

(1) https://l-hora.org/?p=9504&lang=es

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