Es manifiestamente claro que desde el 1-O el independentismo ha ido dibujando dos grandes estrategias cada vez más diferenciadas. Tanto, que han acabado en conflicto abierto. Una interpretación meramente racional las presentaría como resultado de una discrepancia ideológica profunda y de una divergencia en el cálculo del éxito. Pero es un hecho que hay otras dimensiones tanto o más determinantes -e imposibles de encarar racionalmente-, al ser estrategias dirigidas desde el exilio o la cárcel, que se deciden dentro de una estructura de partido disciplinada o de un conglomerado mal articulado o que cuentan con bases electorales en competencia. Y, claro, también hay que considerar los condicionamientos externos, e incluso al azar.
Ante estas dos estrategias, la pregunta pertinente es qué nos acerca más a la independencia y la puede hacer posible. Por un lado, hay una estrategia maximalista poco dada a torcer el brazo ante pactos y acuerdos que le obliguen a transigir en cuestiones que considera innegociables. Con alguna excepción, cierto, según qué sector acaba tomando la decisión, como en el caso de la Diputación de Barcelona. Por otro, hay una estrategia contemporizadora que en el camino hacia el objetivo final -que ve lejos- acepta transigir con el adversario para conseguir ventajas y así hacer crecer el apoyo social a la independencia. Tiene un punto de gracia que los primeros, generalmente identificados con los que “tienen prisa”, para preservar la coherencia se vean obligados a esperar un incierto golpe de suerte final. En cambio, los segundos, a los que se supone que han renunciado a las carreras, son a los que más urge llegar a acuerdos con el gobierno español, pactar con fuerzas no independentistas y convocar y ganar las elecciones.
Ambas estrategias tienen fortalezas y riesgos. Los maximalistas pueden parecer más de fiar -se supone que no traicionan (tanto) los principios-, pero a la vez pueden verse como menos eficaces en la gestión del corto y medio plazo. Los contemporizadores pueden parecer más realistas, más “políticos” -¡cuánta “vasquitis” está generando en Cataluña el PNV entre los que siempre la habían criticado!-, pero esto les acerca a situaciones como las de los comunes-Podemos, que por estar en el gobierno de España van ‘perdiendo una sábana en cada colada’, es decir ‘de mal en peor’.
A pesar de las muchas llamadas a la unidad, tan bienintencionadas como ilusas -y en algún caso tramposas-, a estas alturas las dos estrategias son irreconciliables. Lo son porque son irreconciliables quienes las defienden. Pero también por la retórica con que la son defendidas y en la práctica, como se ha comprobado ante la “confiscación” de competencias al gobierno de la Generalitat por el estado de alarma. Si esto es así, entonces la pregunta ya no es qué estrategia nos acerca más a la independencia, sino una previa: ¿la división de estrategias hace imposible la independencia?
Un modo empírico de responder a la pregunta es esperar a las próximas elecciones y -aunque será difícil discernir su impacto por la gestión de Covid-19- analizar no sólo los resultados finales, sino también la fidelidad y el traspaso de voto o la abstención de los desmovilizados. La otra vía de respuesta, más voluntarista que predictiva, sería considerar si no podría incluso ser bueno que convivieran las dos estrategias confrontadas. Hacer de la necesidad, virtud. A condición, claro, de que se defendieran sin subterfugios y que se respetaran la una a la otra. Una frenaría las debilidades de la otra, y la otra matizaría los excesos de la primera. O eso, o desistir.
Para que no se me diga que soy equidistante -que es la segunda palabra que más aborrezco después de transversal-, no tengo inconveniente alguno en decir que soy de los maximalistas. Que entiendo que la autodeterminación es eso, ‘auto’, y que -por principios y por realismo- no se pacta con nadie. Y que en la única unidad en la que milito es en la de la crítica radical pero respetuosa al adversario pero desde el supuesto -iluso, pero necesario- de que todo el mundo actúa honestamente. Aunque a menudo cueste creerlo.
ARA