Eugeni Xammar, una de las grandes referencias del periodismo catalán de todos los tiempos, tituló así, ‘El huevo de la serpiente’, un libro de artículos escritos en Berlín, cuando él hacía de corresponsal de la ‘Veu de Catalunya’, hace cien años. Xammar vivió de primera mano el ascenso del fascismo y lo relató con una gran minuciosidad. Muchos años después, en la década de los setenta, Ingmar Bergman usó la misma imagen y el mismo título para su filme de denuncia del ascenso del nazismo. Y la expresión se popularizó en todo el mundo. La coincidencia en el título no tiene nada de extraño, porque ambos beben de la misma fuente, de Shakespeare -que ya saben que lo escribió todo, hasta el punto de que los humanos, después de él, nos limitamos a copiarle y a refinarlo-.
En ‘La tragedia de Julio César’, Shakespeare dibuja con precisión la política: los intereses y las técnicas de la política. Cosas tan actuales como el carácter fácilmente manipulable de las masas o el cinismo de los políticos aparecen dibujadas con una precisión insuperable. A pesar del título, Bruto es el gran protagonista, con la conciencia escindida entre la amistad al César y el miedo de lo que puede pasar a la república. Lo que acaba llevándole al asesinato del amigo y a establecer de esta manera la justificación de los hechos:
“un huevo de serpiente
que, incubado y a punto de abrirse
sería dañino como todos los de su especie
y, por tanto, hay que aplastarlo dentro del cascarón’.
Todo el mundo entiende la imagen: hay que aplastar el huevo de la serpiente cuando aún está en la cáscara, para impedir el daño que inevitablemente hará una vez haya salido.
El gobierno español, y concretamente el ministro Grande-Marlaska, decidió ayer destituir al jefe de la comandancia de la Guardia Civil de Madrid, el infame coronel Diego Pérez de los Cobos. Lo pudo destituir hace mucho tiempo por su actuación criminal durante el referéndum de autodeterminación del Primero de Octubre, pero por ello no sólo no fue destituido sino que le premiaron con la comandancia de Madrid. Lo pudo destituir por las mentiras contrastadas que difundió en el juicio contra el proceso independentista, pero tampoco lo hizo. Lo pudo destituir por la relación con casos de tortura en el País Vasco, por los que fue juzgado en 1997, pero tengo que reconocer que habría sido un poco extraño, teniendo en cuenta el pasado de connivencia con la tortura de Marlaska mismo. Lo habría podido apartar, en fin, cuando se confirmó plenamente que el 23-F de Tejero se vistió de falangista y se presentó en el cuartel de la Guardia Civil de Yecla como voluntario para hacer lo que fuera necesario.
Las terribles sombras que dibuja esta trayectoria vital no sólo no han preocupado en absoluto el gobierno español, hasta ayer, sino que ni siquiera han impedido en ningún momento el ascenso de Pérez de los Cobos hasta lo más alto de la Guardia Civil. Y ahora, de repente, ¿qué demonios ha pasado? Pues ha pasado que bajo su dirección sus hombres investigaron nada menos que al gobierno español, y emitieran unos informes que han derivado en una investigación judicial contra la Moncloa por haber autorizado la manifestación del Ocho de Marzo.
En cualquier democracia occidental destituir un cargo de la policía porque hace un informe contrario a los intereses del gobierno es una mala práctica que dice muy poco del gobierno que lo hace. Pero en este caso hay un par de elementos muy reveladores e interesantes que salen a la superficie con la decisión de Grande-Marlaska y que hay que destacar. Uno es, nuevamente, esta idea tan arraigada en el imaginario español de que la policía es un instrumento no al servicio de los ciudadanos sino de la clase política. A un hombre que le han dejado hacer todas las aberraciones imaginables lo destituyen no por lo que ha hecho, sino por haberlo hecho contra quien lo ha hecho.
Pero el segundo elemento revelador aún es más interesante. Porque el episodio explica solo el alcance del conflicto ya evidente entre el poder profundo del Estado español y el actual gobierno.
La semana pasada escribí un editorial titulado ‘ Madrid estallará: preparémonos para utilizar su ira’, en el que explicaba que el golpe de estado del 20 de septiembre del 2017 consiguió frenar momentáneamente el proceso de independencia de Cataluña pero tuvo un efecto, un precio, devastador para España, que a la larga será mucho más determinante que el primero. Ese día se destruyeron las estructuras institucionales, se dio la vuelta a las normas de funcionamiento y a las cadenas de mando y responsabilidad y se dejó al Estado entero, no sólo el de Cataluña, a merced de la serpiente, de esa misma serpiente que temían Shakespeare, Xammar y Bergman, que ese día eclosionó definitivamente el huevo. Todo esto que vemos ahora, y prepárese para cosas mucho más gruesas que veremos pronto, tiene que ver con aquellos hechos.
PS1. Ahora no recuerdo si la anécdota la cuenta Gaziel o si me la contaron a mí cuando trabajaba en ese diario pero me ha venido a la cabeza cuando he visto que el gobierno español pagaba ayer con un publirreportaje la portada de casi todos los diarios de papel, con la honrosa excepción del Punt-Avui. El caso es que alguien me explicó que La Vanguardia no informó en la portada del comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914. Llegaron unas esquelas de última hora y toda la información saltó para dejar paso a la publicidad necrológica. La anécdota es que cuando salía al debate se ponía como ejemplo de lo que el periodismo hacía en un tiempo remoto pero ya no sería capaz de hacer hoy. Vender la portada se consideraba no hace tanto un sacrilegio digno de épocas remotas. Y estamos donde estamos…
PS2. No es sólo la propaganda pagada. Hay también la manipulación absoluta de los datos y sobre todo la ocultación de la cifra real de muertos. Ayer el gobierno español dio un paso más en esta dirección anunciando que en adelante darán solamente los datos de las últimas veinticuatro horas, por lo que se originará una confusión aún mucho mayor con el objetivo de hacer ver que tienen la situación controlada…