Era inevitable que al declararse la pandemia las personas con cultura literaria recordaran el ‘Decamerón’, en el que un grupo de jóvenes pasan la cuarentena contándose historias eróticas para distraerse mientras la peste negra devasta Italia. Algunos otros han recordado ‘La peste’, la novela de Albert Camus sobre un episodio de peste bubónica en una ciudad argelina que algunos han identificado con Orán. Si bien es el tema la epidemia y la lucha de un médico para controlarla, la novela tiene una intención alegórica evidente. Una alegoría es una obra de arte que significa algo diferente de lo que describe. Por cuanto el significado no está en el objeto de la representación y ésta hace principalmente de vehículo para algo no representado, en último término la obra apunta a un concepto o abstracción. El significado, pues, no se encuentra en la obra misma. Teniendo en cuenta la actividad de Camus en la Resistencia, muchos han visto en ‘La peste’ una alegoría de la ocupación de Francia por los alemanes. Ahora bien, en la obra no hay ninguna referencia explícita a este trasfondo histórico. La peste parece más bien la metáfora de una catástrofe inesperada, como lo es siempre la muerte cuando nos coge desprevenidos en lo cotidiano. Los personajes de la novela consideran la peste impensable en el siglo XX y es justamente esta incredulidad y falta de preparación lo que prácticamente hace inevitable la incidencia. Como la tuberculosis, que, considerada erradicada en el siglo XX, ahora vuelve en variantes resistentes a los antibióticos. O como Covid-19, tomando Europa como una ciudad abierta, porque al principio nadie imaginaba la propia vulnerabilidad.
‘La peste’ no es ni mucho menos el único ejemplo de uso figurativo de la enfermedad para expresar un concepto social o político. Ya Procopio, en la ‘Historia secreta’, dice del emperador Justiniano que era peor que la peste. En un ensayo de los años setenta titulado ‘Illness as Metaphor’ (1), Susan Sontag exploró los usos figurativos de las enfermedades para hacer crítica social. Observó que las metáforas antiguas eran una manera de añadir vehemencia a la crítica de una sociedad corrupta o injusta. Todo el mundo sabe la frase de Hamlet sobre la podredumbre del Estado de Dinamarca. Utilizadas como invectiva, las enfermedades, según Sontag, pertenecen a una de dos categorías. Las curables y las que pueden tener un desenlace fatal. Según ella, las enfermedades particulares suelen emplearse como ejemplos de la enfermedad en general; ninguna tiene una lógica específica. Entendidas en sentido metafórico, expresan insatisfacción con el orden social. La salud se considera cosa sabida sin necesidad de definirla ni explicar cómo sería un estado saludable.
A menudo, la epidemia es el correlato objetivo de un Estado corrupto, como en ‘Edipo rey’. Para Sófocles, la peste es señal de una transgresión inherente al gobierno de la polis que, por la naturaleza inseparable de moral y poder, corrompe todo el reino. Las causas, en esta tragedia, pueden ser primitivas (por eso Freud llamó a los impulsos primarios ‘complejo de Edipo’), pero la idea de una corrupción social sistémica originada en lo alto del Estado es muy actual. En lo que algunos consideran la primera historia de detectives, Sófocles invierte el misterio etiológico, partiendo del castigo (la epidemia) para descubrir la causa. El interés de la tragedia radica menos en la antigua creencia de que los males colectivos eran el azote de los dioses (la Biblia está repleta de esta idea) que en el desencadenante humano, intrínsecamente humano diría Freud, de la represión y la conciencia de culpa.
Sontag distingue estos usos de la enfermedad como figura retórica del uso metafórico de afecciones ‘modernas’ como el cáncer o la tuberculosis, que ella llama enfermedades maestras o dominantes (‘master illnesses’), en las que lo que está en cuestión es la salud misma. Estas metáforas expresan insatisfacción con la sociedad en sí, no porque se haya desequilibrado coyunturalmente, como es el caso de Dinamarca en ‘Hamlet’ o de Tebas en ‘Edipo rey’, sino intrínsecamente, debido a su condición represiva. En 1989, Sontag publicó una continuación de su ensayo a raíz de la eclosión del sida como nueva enfermedad maestra, cuyas metáforas absorbían y potenciaban las de la peste. Dejando de lado las interpretaciones providencialistas de la enfermedad a consecuencia de actividades pecaminosas, incluso las visiones seculares hacían un uso metafórico, adscribiéndose a categorías de personas de moral laxa (aludidas con el eufemismo de ‘grupos de riesgo’) y al mismo tiempo como un peligro general para toda la población. Es decir, como la consecuencia de la irresponsabilidad individual y al mismo tiempo como una amenaza para el resto.
Sontag creía que el sida servía para proyectar la paranoia política del Primer Mundo. Originado en África, el virus era un invasor prototípico del Tercer Mundo y podía representar cualquier amenaza mitológica. Retomaba pues el papel del cólera asiático en la imaginación europea del siglo XIX. Una característica casi universal de las pandemias es el origen foráneo. La gripe llamada española, que infectó una tercera parte de la población mundial, no se originó en España, pero con la guerra hispanoamericana aún fresca en la memoria, en Estados Unidos la opinión sobre la civilización y la higiene españolas se superponía a la imagen del enemigo reciente. A la sífilis los ingleses llamaban ‘viruela francesa’, mientras que en Francia la llamaban ‘morbus germanicus’ y en Florencia el ‘mal de Nápoles’. Manzoni, en ‘Los novios’, explica que los soldados alemanes habían introducido la peste en el Milanesado y Dostoievski, en ‘Crimen y castigo’, hace que Raskolnikov sueñe una nueva epidemia que llegaría a Europa desde el fondo de Asia. Sin duda, se trataría del cólera asiático, una epidemia que en el siglo XIX se expandió por el mundo en sucesivas oleadas y que Thomas Mann, en ‘La muerte en Venecia’, convirtió en el trasfondo de la decadencia en una ciudad a la vez exótica y extraña, a donde sin embargo se pudiera llegar rápidamente, es decir, una especie de ciudad asiática en el corazón de la cultura europea. Y así como en la novela de Mann el cólera se convierte en una metáfora de la decadencia del continente, en los años ochenta el sida fue considerado por algunos miembros del ‘establishment’ conservador estadounidense como una prueba del declive geostratégico de Estados Unidos. Estallando durante la escalada armamentística que acabó con la quiebra del imperio soviético, el sida fue visto por los sectores más tradicionales como la prueba definitiva de la pérdida de los valores morales necesarios para combatir el comunismo y defender la hegemonía americana.
Con el derrumbe de la Unión Soviética y el control de la epidemia, al menos en el primer mundo, el sida perdió el carácter de enfermedad maestra y la idea del declive americano se estancó un tiempo. Provisionalmente, los Estados Unidos se convirtieron en la única superpotencia. La SARS del año 2003, con ocho mil infectados y menos de ochocientos muertos en todo el mundo, no se convirtió en enfermedad maestra ni tuvo ningún recorrido metafórico. Muy pronto, la alarma fue eclipsada por la segunda guerra del Golfo Pérsico. Por el contrario, Covid-19, declarándose en medio de las mayores tensiones entre Estados Unidos y China, ha sido fértil en significaciones geopolíticas y, por supuesto, en aplicaciones metafóricas. China ya es un competidor de Estados Unidos y el origen chino de la epidemia añade leña metafórica a la infección real. Por un lado, los halcones entorno a Trump, quien, hay que resaltarlo, no es uno de ellos, recuperan la vieja idea de la amenaza asiática con la tesis de un ataque biológico. Por otra parte, no son pocos los que, entregados al catastrofismo y profetizando un ‘brave new world’ a la salida de la crisis, ven en el virus el catalizador del declive americano. Naturalmente, en favor del gigante asiático. Paradójicamente, algunas de estas predicciones están impregnadas de anticapitalismo, como si el régimen industrial del imperio colectivista emergente fuera más amable que el individualismo occidental. Un espectro recorre el mundo al mismo tiempo que el virus: el espectro del autoritarismo.
En el Estado español, perseguido por sus fantasmas particulares, la epidemia se convierte en una metáfora en clave interna. En poco más de un siglo ha pasado de ‘los males de la patria’ y ‘la abulia’ diagnosticada por los aficionados a la psicología colectiva a la militarización de la pandemia para combatir una epidemia con eslóganes de unidad y con ‘el estado de alarma’, que no es sino el estado de excepción con otro nombre. Un método sin parangón en el entorno europeo. Así se trata un episodio biológico como una emergencia política y un desafío al poder constituido. Aunque el pretexto es proteger a la población del contagio, la pandemia se aprovecha para inculcar disciplina y arrancar obediencia al estado. El virus se convierte en una metáfora de todo aquello que contravenga la obediencia normativa y por ello es motivo de alarma. Y así como a escala planetaria la epidemia hace servicio ideológico en un contexto de confrontación económica, que es la continuación de la política por otros medios, en España sirve para combatir la confrontación democrática que amenaza el régimen y desgarra el Estado. Por este motivo era inevitable que se hablara del ‘virus independentista’ y se decretaran medidas de urgencia para evitar el contagio. Por otra parte, no hay diferencia alguna entre este recurso primario a la virología para ‘desinfectar’ la sociedad -como pedía, con referencia a Cataluña, ‘país enfermo’, el ministro de Asuntos Exteriores del Estado y ahora de la Unión Europea- y la comparación de los judíos con insectos y bichos para ponerlos más allá de cualquier fraternidad de especie y en el camino de la extinción.
(1) https://www.todostuslibros.com/libros/la-enfermedad-y-sus-metaforas-el-sida-y-sus-metaforas_978-84-8346-780-0
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