La propuesta de creación de una delegación del Gobierno Vasco en Iparralde, que han expresado públicamente Jon Gurutz Olaskoaga y José Manuel Castells en un escrito dirigido a la prensa, ofrece una ocasión excelente para observar y discernir cuál es la realidad nacional de nuestro país. Cómo se materializa el autogobierno, cómo se desmantela un sentimiento, una conciencia, una cultura, dónde queda la construcción nacional, qué capacidad y qué voluntad de hacer país tienen nuestros dirigentes y otros aspectos que, de cara a un futuro propio y en libertad, deberían preocuparnos hondamente.
Los autores enumeran una serie de circunstancias. Apenas existen instituciones que abarquen todo el territorio. De hecho se puede decir que, con solvencia, no hay ninguna. Las instituciones oficiales tienen su demarcación, y siempre hay quien vigila y se encarga de que no se salgan de su marco de referencia. ¡Ojo, que vienen los vascos! Hay un interés manifiesto en que los espacios territoriales sean estancos. Que no pase una ambulancia la frontera, que para eso es internacional. Pero lo cierto es que tampoco hay una praxis nacional en muchas actividades que, acostumbrado este pueblo a autoorganizarse en peores condiciones (guerras, persecuciones…), se podrían haber intentado. En el terreno socioeconómico el contrabando ha sido una de las pocas tareas que nos han vinculado por encima de las mugas fronterizas; y desde la entrada en la Unión Europea parece que ya no chuta (aunque al paso que vamos a lo mejor lo tenemos que recauchutar). En otros campos más simbólicos, torneos, selecciones deportivas, culturales, circuitos de orquestas, planificación de eventos interterritoriales, cualquier hipótesis que se nos ocurriera la veríamos vacía, sin nada en cartera.
Un capítulo que se puede añadir al escrito de Jon Gurutz y José Manuel es el de los medios de comunicación, que con su quehacer cotidiano son quienes mejor airean el nacionalismo banal que respiramos. Mapas del tiempo; entrevistas a personajes oficiales o de referencia; pero también noticias de agenda diaria; estadísticas; corresponsalías; etc. Estamos más al cabo de la calle de los asesinatos de género de Andalucía, Murcia o Canarias, que de los accidentes de tráfico de “allende la frontera”. Ahí al lado. En los noticiarios, teleberris y similares se dan los datos de ‘Euskadi’. Después los ‘nacionales’ (o sea, España). Más tarde, bien separados y sin que contaminen, los de la Alta Navarra. Y el Iparralde que citan Olaskoaga y Castells no entra en la carta. Nuestro país es en parte invisible; en otra parte opaco, en sombras; y la parte que está de brillante actualidad ya se encargan de integrarla a diario en un imaginario peninsular con una selección informativa milimetrada.
Se puede abundar en estas circunstancias, y desarrollar el cuadro que proponen los autores. Universidades… Pero aparte del ejercicio de autoflagelación y mortificación, tampoco serviría demasiado si no se acompaña con un diagnóstico más afilado. Es decir, que esto ocurre porque es el marco que tenemos. Que ese es el autogobierno regional, la ‘Autonomía’ que nos delegan. Que tampoco hay voluntad de saltar la valla. Que los informativos que nos riegan cada día se confeccionan a conciencia, y poco nos quejamos, poco criticamos. Que las instituciones están en ello. Y los partidos políticos que las ocupan no demuestran una línea de ruptura u orientación de otra naturaleza. Que el liderazgo que despliegan no va más allá de mantener esta evidente voluntad de dominio que ejercen sobre nuestro país los dos Estados.
También cuentan otros matices porque en el escrito de Olaskoaga y Castells se percibe una aceptación de esta situación de hecho. “Difícilmente seremos un Estado independiente”. “No creemos que la situación de… las tres Administraciones que conforman Euskal Herria vaya a cambiar de forma sustancial”. O ya, por rizar el rizo, ‘la mitad de la población navarra es ajena… a una concepción política’. Quizás haya que cuestionarse esta forma de encarar la realidad, y pensar que uno de los factores que nos desarman es el liderazgo que ejercen algunas fuerzas al dirigirse a la población navarra (y a la vascongada, ¡coño!); o a la cuestión territorial de fondo; o la naturaleza de la Autonomía que, como se ha visto con motivo de la pandemia, puede volatilizarse en un día por mor de una decisión unilateral hispana, sin derecho a réplica ni a pataleo (y, digámoslo de paso, sin pataleo explícito de ninguna fuerza).