Proclamar que saldremos bien es más fácil de decir que detallar cómo saldremos, aunque ya sabemos que muy heridos, tanto social como económicamente. Ahora bien, si la pregunta a responder es cómo lo haremos para salir de ella entonces sólo puedo decir que me he de encomendar a la mucha confianza que tengo en la capacidad de todos -administración, empresas, organizaciones e individuos- para definir una nueva normalidad que permita rehacer los niveles de confianza social, para emprender la reconstrucción económica necesaria y para recuperar las formas de relación social que tanto añoramos en estos tiempos de confinamiento.
Una primera razón para la esperanza es el ejemplo que nos ha estado dando el mundo de la ciencia médica, mostrando una gran capacidad de reacción, una experiencia sorprendente y una sólida red de colaboración internacional. También se ha demostrado ingenio en la respuesta tecnológica para crear y fabricar con rapidez nuevos aparatos necesarios para afrontar los retos hospitalarios. O para reorganizar la distribución de servicios básicos, como los de la alimentación. Aún más, ha habido una respuesta cívica ejemplar, tanto de los que han tenido que aceptar el confinamiento resignado como los que se han mantenido en primera línea de acción, y tanto en el mundo de la sanidad como de todo tipo de emergencias y servicios básicos. Las excepciones a este compromiso se pueden considerar irrelevantes.
Basta con que hayamos visto las limitaciones de la administración pública para responder a una emergencia tan enorme y difícil de prever. Los liderazgos políticos han sido muy desiguales, unos por incompetencia continuada, otros por las propias limitaciones competenciales y las trabas que les han impuesto, e incluso algunos por no saber desprenderse de las tácticas partidistas cuando no tocaba. Habremos tomado nota. Y, en cualquier caso, si bien se entienden las quejas desesperadas, también se ha de comprender -y no sé si se hace lo suficiente- las condiciones extremas en las que se está actuando, con recursos muy limitados y sin saber con precisión cómo evolucionará la pandemia.
Pero lo lograremos tal como se hace en todas las situaciones extremas: aprendiendo de la experiencia del descalabro, con la tenacidad propia de esta terca condición humana orientada a la supervivencia y al progreso, y aprovechando los enormes conocimientos expertos que ya tenemos para afrontar todo tipo de desafíos. No creo, en cambio, en la llegada de grandes revoluciones porque ni partíamos de una situación tan desesperada, ni creo que nos aportaran mejoras sustanciales. Más bien habrá sido un serio toque de atención, como el de aquellos que sobreviven a un infarto. Nos hará ser más respetuosos con la investigación y los avances científicos que se habrán mostrado indispensables. Nos llevará a ser más prudentes con las frívolas promesas de la globalización. Nos obligará a tener más los pies en el suelo vista la frágil condición de nuestro bienestar, y a ser más previsores. Y, al menos, durante una temporada, recordaremos cuán estimable es la normalidad rutinaria en la que solemos vivir sin mucha conciencia o, a veces, incluso refunfuñando. En resumen, saldremos heridos de cuerpo, pero más fuertes de espíritu.
EL PUNT-AVUI