¿Qué va a nacer?

Lo más urgente en estos momentos es controlar los dos tsunamis que se ciernen sobre el planeta; el sanitario y el económico. No se puede asegurar que vayamos a conseguirlo pero si fracasamos nos espera un futuro muy oscuro. Lo peor no puede ser predicho. Y, para apartar ese escenario, hay que mirar a lo lejos, hacia delante y hacia atrás, para comprender lo que está en juego:

Cada epidemia importante ha ocasionado desde hace mil años cambios esenciales en la organización política de las naciones y en la cultura que sustentaba esa organización. Se puede por ejemplo decir (sin querer reducir a la nada la complejidad de la historia), que la gran epidemia de peste del siglo XIV (de la que sabemos que redujo en un tercio la población de Europa) contribuyó a que se cuestionara de forma radical en el Viejo Continente la posición política de lo religioso y a que la policía se erigiera como único medio eficaz para proteger la vida de las personas. Tanto el Estado moderno como la mentalidad científica nacen como consecuencias de ello, como ondas de choque de esta inmensa tragedia sanitaria. Ambos provienen además de la misma fuente: la crisis de la autoridad religiosa y política de la Iglesia, incapaz de salvar vidas e incluso de dar un sentido a la muerte. El policía sustituyó al cura.

Lo mismo ocurrió en el siglo XVIII cuando el médico reemplazó a su vez al policía como la mejor defensa contra la muerte.

Hemos pasado por lo tanto en espacio de algunos siglos de una autoridad basada en la fe a una autoridad basada en el respeto de la fuerza para llegar a una autoridad más eficaz basada en el respeto del Estado de derecho.

Si recurriéramos a otros ejemplos, podríamos concluir que cada vez que una pandemia devasta un continente, desacredita además el sistema de creencias y de control que ha sido incapaz de impedir la muerte de cantidades ingentes de personas; y los supervivientes se vengan de sus amos poniendo patas arriba su relación con la autoridad.

Si los poderes actualmente presentes en Occidente se revelan incapaces de controlar la tragedia que está comenzando, todas las estructuras de poder, todos los fundamentos ideológicos de la autoridad entrarán en crisis para luego ser reemplazados después de un periodo oscuro por un nuevo modelo fundado en otro tipo de autoridad y por la confianza en otro sistema de valores. En otras palabras, el sistema de autoridad basado en la protección de los derechos individuales puede acabar colapsando. Y, con él, los dos mecanismos que estableció: el mercado y la democracia; dos maneras de gestionar el reparto de los recursos escasos sin dejar de respetar los derechos individuales.

Si los sistemas occidentales fracasan, es posible que no se establezcan únicamente regímenes autoritarios de vigilancia que harían un uso muy eficaz de las tecnologías de inteligencia artificial, sino también regímenes autoritarios en lo que se refiere al reparto de los recursos. (Esto comienza de hecho a producirse en los lugares más insospechados: en Manhattan nadie tenía derecho de comprar más que dos paquetes de arroz anteayer).

Afortunadamente, otra de las lecciones que puede sacarse de este tipo de crisis es que el deseo de vivir siempre prevalece y que, al final, los humanos acaban por derribar todo lo que les impide gozar de su breve paso por la tierra.

Cuando la epidemia sea cosa del pasado, veremos nacer (después de un momento de cuestionamiento muy profundo de la autoridad, una fase de regresión de ésta para tratar de mantener las estructuras de poder existentes y una fase de cobarde alivio), una nueva forma de legitimación de la autoridad; no estará basada ni en la fe, ni en la fuerza, ni en la razón (sin duda tampoco estará basada en el dinero, último avatar de la razón). El poder político estará entre las manos de aquellos que sepan mostrar el mayor grado de empatía hacia los demás. Los sectores económicos dominantes serán de hecho también los de la empatía: la salud, la hospitalidad, la alimentación, la educación, la ecología. Todo ello apoyándose, evidentemente, en las grandes redes de producción y de circulación de la energía y de la información, necesarias para toda hipótesis.

Cesaremos de comprar frenéticamente cosas inútiles y se producirá una vuelta a lo esencial, que es hacer un mejor uso del tiempo de que disponemos en este planeta, que aprenderemos a valorar como algo escaso y precioso. Nuestro papel consiste en hacer posible que esta transición sea lo menos accidentada posible en lugar de un campo de ruinas. Cuanto antes pongamos en marcha esa estrategia, antes podremos salir de esta pandemia y de la terrible crisis económica resultante.

Traducción de Carlos Pfretzschner

LA VANGUARDIA