El retorno del Estado nación

La primera pandemia de la globalización ha servido para resucitar un viejo conocido: el Estado nación. A la hora de la verdad, con la aparición de una amenaza directa a la salud de cada cuerpo, el Estado nación ha emergido como el lugar natural para organizar la respuesta al virus, encuadrar la ciudadanía y generar las dinámicas de miedo y confianza necesarias para que todos sean buenos chicos y acomoden su comportamiento a las órdenes y consignas, por desproporcionadas que puedan parecer.

Una vez más los humanos damos las etapas por terminadas demasiado rápido. Las fábulas que han acompañado la revolución digital nos habían hecho creer que habíamos pasado una barrera irreversible: de la modernidad a la globalización, que obligaba a la construcción de nuevas estructuras supranacionales de gobernanza. Y esta exigencia parecía especialmente profunda en Europa, con unos estados demasiado pequeños para afrontar solos la competencia global. La ruptura del bipartidismo en unas democracias europeas con signos evidentes de senilidad parecía expresar el desconcierto ante el desorden global. El coronavirus ha confirmado la sospecha: el Estado nación ha hecho su reaparición como marco referencial de pertenencia de la ciudadanía. De repente hemos recuperado su rostro más característico: el paternalismo, el cierre de fronteras, el confinamiento, la exclusión del otro (lo que nos trae el virus de fuera), la regulación de los comportamientos y el control de la asistencia médica.

El Estado nación forjado en la modernidad encarnaba un poder que, fundamentado en la voluntad general, se apoyaba sobre un aparato institucional asentado sobre un territorio históricamente delimitado: la ciudadanía, el poder y la herencia cultural. Y todavía tiene solidez para dar seguridad ante una amenaza que lo tiene todo para generar alarma: ataca la vida, es de padres desconocidos y nos recuerda que formamos parte de una naturaleza que a menudo se nos escapa. Disponemos de grandes prótesis tecnológicas pero somos humanos, es decir, vulnerables. Y cuando tomamos conciencia tendemos a agarrarnos a los referentes de largo recorrido: la familia, la tierra, el Estado nación. Esta resurrección nos advierte sobre el fracaso de las instituciones supranacionales (como la UE) y los mecanismos de gobernanza global. Habrá que sacar consecuencias. Sin melancolía alguna.

ARA