Leo en el digital ‘El Confidencial’ un artículo (*) muy interesante de Jorge Dezcallar de Mazarredo. Comienza diciendo, y no traduzco para que no parezca que interpreto: “El haber sido un imperio pero ya no serlo le complica a uno la vida porque le lleva a tomar decisiones equivocadas, decisiones que en otro tiempo pudo imponer a los demás pero que hoy causan sorpresa y estupor. Y que no son aceptadas”. Y más adelante afirma que estos problemas se agregan cuando a un régimen presente “todavía le quedan resabios imperiales, sobre todo cuando esa herencia se combina con una ideología nacionalista”. Me parece un análisis muy fino, que explica muchas cosas. Lo comparto.
El artículo en cuestión habla de Turquía. Y creo ciertamente que la Turquía moderna no se puede entender sin este paso forzado del Imperio otomano a la nación turca. También habla de la Gran Bretaña, y sitúa -creo que acertadamente- una parte de la corriente que lleva al Brèxit en la nostalgia de la pérdida del antiguo imperio y sus efectos. Y todavía un tercer ejemplo: la Rusia de Putin, que no ha digerido el paso del Imperio zarista a la federación rusa. Ahora, lo que me parece curioso es que no mencione el ejemplo más claro y más rotundo, en mi opinión, el principio universal que ha establecido al comienzo del artículo: España; o, si se quiere, Castilla. España fue un imperio, y en el siglo XIX se tuvo que convertir en un Estado nación. Mantiene ‘resabios imperiales’, absolutamente mezclados -bastaba con escuchar el debate de investidura de Sánchez- con una ‘ideología nacionalista’. Y eso le ha llevado a tomar ‘decisiones equivocadas’, que fuera causan ‘sorpresa y estupor’, tal como ha mostrado la sentencia del Tribunal Europeo sobre Oriol Junqueras. España es un ejemplo de libro de lo que dice Dezcallar. Pero un ejemplo que él se abstiene de mencionar, mientras menciona otros más lejanos.
El tema que nos propone Dezcallar todavía da para más, sobre todo si se aplica al caso español. Cuando los antiguos imperios han tenido que reconvertirse en estados nación han tenido problemas graves a la hora de definir la nación. Cuando el Imperio otomano pasa a ser un Estado nacional turco, al definir la nación turca con criterios étnicos y religiosos, combate violentamente a sus minorías interiores: armenios, griegos, judíos y finalmente kurdos. Cuando el Imperio británico debe ser un Estado nación, acaba preguntándose cuál es la nación, la Gran Bretaña o Inglaterra. Y tenemos un fuerte independentismo escocés, además de la cuestión irlandesa. Cuando el imperio colonial francés se va a pique, después de la Segunda Guerra Mundial Francia proclama que Argelia es una parte de la nación francesa, y los niños argelinos son educados con libros de texto que hablan de ‘nos ancêtress, les gaulois’. España afirmaba en la Constitución de Cádiz que la nación española estaba formada por los españoles de ambos hemisferios. Cuba no era vista como una colonia a finales del XIX, sino como una parte de la nación española. Con la pérdida de los territorios de ultramar, España debe constituirse en un Estado nación y debe definir su nación. Lo hace bajo una matriz castellana y uniformizada. Y basta con mirar la situación actual, de una manera muy problemática.
La nostalgia de los antiguos imperios, de lo que se fue y ya no se es, me parece también un fermento de muchos de los autoritarismos modernos. El fascismo mussoliniano crea toda una simbología, empezando por el saludo a la romana, que intenta enlazar la Italia de su momento con el Imperio romano. De una manera más pedestre, el franquismo -y en general el pensamiento ultraconservador español- se ha fundamentado en la nostalgia imperial. Desde el ‘yugo y las flechas’ reciclados por el falangismo hasta toda la pompa de la hispanidad, que curiosamente vuelve a ser reivindicada hoy por la derecha política e intelectual española. También en Rusia y Turquía la nostalgia ha alimentado el autoritarismo. Y en el islamismo político, totalitario, hay presente una nostalgia de los viejos buenos tiempos del Islam en el mundo.
Una última reflexión: Jorge Dezcallar de Mazarredo, de una familia de aristócratas mallorquines servidores del Estado, es una persona inteligente, sin duda. Ha sido embajador en Washington y Aznar lo hizo jefe de los servicios de información españoles. ¿Cómo puede que no se dé cuenta que cuando explica los defectos de los antiguos imperios reciclados en Estado nación está haciendo el retrato preciso de los defectos actuales de España? No sólo los de Turquía o de Rusia o de la Gran Bretaña. También, y sobre todo, de España. Alguien me dirá que se da cuenta pero que lo esconde. Yo creo que no se da cuenta. Que la inteligencia, la finura del análisis, el liberalismo intelectual, el espíritu democrático de muchos servidores brillantes del Estado se detiene siempre, precisamente, cuando topa con la palabra España.
(*) https://blogs.elconfidencial.com/espana/pagina-tres/2020-01-01/turquia-se-complica-la-vida_2393868/
EL TEMPS
Publicado el 13 de enero de 2020
Núm. 1857