Contra la fascinación de la calle

En el actual combate por la independencia es fundamental mantener una mirada lúcida sobre la realidad, sobre las disposiciones de cada actor, sobre la capacidad de librar las batallas sin perder hasta la camisa. No va se sobrado de fuerza. Por ello, es muy importante no dejarse fascinar por los momentos más cargados de épica pero que, al mismo tiempo, son los más fugaces. Un “lo volveremos a hacer” exige más persistencia que golpes de rabia , más tenacidad que exaltación, más poner los pies en el suelo que creer que tenemos el cielo al alcance de la mano.

Sin embargo, el independentismo, como cualquier otro gran objetivo, está permanentemente sometido a la tentación de dejarse seducir por sus éxitos -particularmente si son escasos y precarios-, y a sobrevalorar las victorias parciales, a veces, meramente pírricas. Un día se siente fascinado porque la resistencia la libran ancianos que, en contra de toda previsión, son los primeros en perder el miedo. Otro día se siente fascinado porque son las mujeres las que han dado la vuelta al discurso testosterónico del independentismo clásico y lo han sustituido por uno constructivo. Y últimamente el objeto de fascinación son los jóvenes y su estilo de lucha, ellos que -se dice- representan mejor que nadie la frustración por un horizonte sin expectativas que, por cierto, la independencia sola no resolverá.

Pero la fascinación es un estado del espíritu que impide mantener una mirada crítica sobre lo que es el objeto de atracción. De “atracción irresistible”, dice el diccionario. Etimológicamente, la palabra deriva del latín ‘fascinare’ , ’embrujar’, ‘encantar’. De modo que quien está fascinado por algo queda inmediatamente inhabilitado para poder valorar con un mínimo de objetividad.

Esto no quiere decir que toda fascinación no tenga un punto de verdad. Abuelos y abuelas han demostrado que sabían asumir riesgos más allá de los tópicos. Las mujeres se han incorporado al debate político como nunca y con nuevas miradas . Y ahora los jóvenes también han vuelto a salir a la calle con sus estilos desafiantes. Pero en ninguno de los casos, pienso, deberíamos dejarnos fascinar por estas realidades. Precisamente, por lo que tienen de positivo, por lo que aportan al combate por la independencia, hay que analizarlos con una perspectiva crítica, con prudencia.

En particular, y aunque el riesgo de provocar algunas iras -los fascinados soportan mal cualquier relativización del objeto de adoración-, confieso que veo con cierta desconfianza este último estado de seducción por unos supuestos jóvenes frustrados que estarían dirigiendo la su furia contra un sistema que les habría decepcionado. Probablemente, y no me cuesta reconocerlo, los cuarenta años de profesor de jóvenes explica una cierta perspectiva desencantada. ¡Cuántos revolucionarios no he visto volverse dóciles ante el primer trabajito! ¡Cuántas arrogancias desafiantes no se han convertido en comportamientos autoritarios! ¡Cuántas adhesiones a ideologías radicales no he visto traicionadas por la sumisión a las exigencias burocráticas de una carrera académica!

De acuerdo: si la fascinación no es un buen punto de partida para tener una perspectiva lo más objetiva posible, tampoco lo es mi mirada desencantada. Por lo tanto, lo más razonable será estar atentos a los hechos, a su desarrollo, y sobre todo, a sus consecuencias. Puede ser muy emocionante que unos adolescentes acampados tengan que pedir que no les lleven más víveres porque ya tienen el almacén lleno. Ya nos emocionó el 15-M, con las abuelas llevando cazuelas de comida a los acampados de la ‘Spanish Revolution’ hace ocho años. Y es imposible no reconocer el atrevimiento de los jóvenes de encararse a la violencia policial. Pero, esa fascinación, ¿no enmascara mucho de lo que se esconde detrás de la confrontación? ¿Es consistente pasar de describir a los jóvenes de hoy como sobreprotegidos a verlos como sobrecomprometidos? El desencadenante es una sentencia injusta, la represión y los atentados a los derechos humanos más elementales. ¿Pero son confrontaciones a favor de la independencia? Y si no, ¿de qué modelos de sociedad hablan?

Se ha dicho mucho que el independentismo es un movimiento ‘bottom-up’ , es decir, que va de abajo a arriba. Estoy muy de acuerdo. Pero la gracia es precisamente la dialéctica abajo-arriba . Si se rompe, se convertirá en un movimiento fallido. Desde abajo, desde el calle -un lugar indeterminado y sin liderazgo, más reactivo y pasional que con capacidad estratégica- se presiona a las instituciones con legitimidad democrática para que osen dar los pasos que, si no, por conformismo o cobardía, no darían nunca. Hasta aquí, de acuerdo. Pero hay elogios del ‘calle’ -ahora llena de jóvenes- que se hacen desde el antipartidismo y el antipoliticismo, y esto rompe la dialéctica que empodera a unos y otros. Una ruptura que acaba abocando a la nada tanta energía. Una ruptura que favorece visiones simplistas -por no decir demagógicas- de la complejidad social y política. Y en esto, lo siento, pero ya no comulgo.

Publicado el 11 de noviembre de 2019

Núm. 1848
EL TEMPS