Decía hace años el gran Pepe Borrell a propósito de los asuntos europeos -todavía no había ningún Proceso en marcha- que “los referéndums los carga el diablo”. Pues las elecciones generales a la Iván Redondo, es decir, innecesarias, convocadas arbitrariamente, por un afán puramente especulativo, también. Pedro Sánchez abusó de la buena estrella que le ha acompañado desde 2017 (resurrección tras la conjura de Ferraz de octubre de 2016, victoria en las primarias del mayo siguiente sobre Susana Díaz y sobre todo el aparato, llegada a la Moncloa gracias a una moción de censura sin precedentes…) y, el domingo pasado, el tiro le salió por la culata.
No es sólo ni principalmente que haya perdido tres escaños cuando aspiraba a ganar quince o veinte. Es, sobre todo, que el abanico de pactos postelectorales disponibles se le ha empobrecido mucho. Tras el 28-A podía optar entre un pacto de centro con los 57 diputados de Ciudadanos, o un acuerdo de centroizquierda con Podemos y los soberanistas que estuvieran dispuestos. Rivera rechazó el primero (en el pecado ha encontrado la penitencia), y Sánchez no quiso de ninguna manera el segundo, porque no lo dejaba dormir tranquilo. Ahora el pacto PSOE-Vox es imposible, la apertura a la izquierda es más complicada y el entendimiento con un PP rehecho, pero roto por los ultras, resulta muy, muy problemático. Por una vez, la frivolidad no ha tenido premio, sino castigo.
Con todo, la gran noticia del 10-N es el hundimiento de Ciudadanos, indisociable de la brutal subida de Vox. Esta última no es imputable únicamente a los naranjas, sino a todos los partidos autodenominados “constitucionalistas”. Cuando te pasas los meses previos a las elecciones exigiendo (el PP y Cs) o amenazando (el PSOE) con la aplicación en Cataluña de medidas de excepción (el 155, la Ley de Seguridad Ciudadana, el uso de la Fiscalía para obtener extradiciones…), siempre hay un Santiago Abascal que se manifiesta, en este terreno, más implacable que tú, que te desborda en dureza, en radicalismo autoritario, en deleite represivo, en despechugue legionario; y, de esta manera, te arrebata muchos de los electores que tú mismo has inflamado de ardor antiseparatista.
Cuando, en el intercambio de papeles de la reunión Sánchez-Torra en el Palau de Pedralbes, el president catalán reclamó entre otras cosas la “desfranquización” del Estado, se le echaron encima acusándole de agitar espantajos inexistentes. Hasta hace tres o cuatro días, la doctrina dominante fuera del independentismo sostenía que, en España, los únicos franquistas eran aquellos trescientos frikis concentrados en el cementerio de Mingorrubio el día 24 de octubre. Desde el domingo, se ha comprobado que son millones los votantes seducidos por francofalangismo remasterizado de Vox. ¿3,6 millones de franquistas? En todo caso, 3,6 millones de electores para los que el franquismo no estuvo tan mal ni es una experiencia histórica por la que haya que avergonzarse o pedir perdón. 3, 6 millones que defienden soluciones franquistas para la cuestión catalana (encarcelamientos y condenas en masa, liquidación de la autonomía…); que gritan -o dejan gritar “¡Viva Europa libre de comunismo!” Y reciben las calurosas felicitaciones de Salvini, Le Pen, Wilders y compañía.
Por otra parte, el resultado de Cs permite confirmar que la idea de un españolismo progresista es un oxímoron. El partido naranja nació en Cataluña arropado por intelectuales que, provenientes del PSUC, del PSC, incluso del mundo libertario, le dieron una aureola izquierdista, una definición inicial socialdemócrata, un toque liberalradical, laicista, etcétera. Poco después, sucedió algo parecido en el País Vasco con UPyD: una líder y muchos cuadros inferiores procedentes del PSOE, un filósofo de cámara que había sido de extrema izquierda…
Y bueno, una década larga después, ya ven dónde ha ido a parar todo ello: al PP. Rosa Díez haciendo campaña junto a Pablo Casado; la flor y nata de los padres fundadores de Ciudadanos (Arcadi Espada, Francesc de Carreras, Félix Ovejero, Albert Boadella) y dos de sus tres primeros diputados (José Domingo y Antonio Robles) haciendo de ‘palmeros’ de Cayetana Álvarez de Toledo en el titánico esfuerzo de la marquesa para pasar de un diputado a dos sobre 48. Aquellos que decían querer construir una “Izquierda No Nacionalista” (este es todavía hoy el objetivo que persiguen algunos mitómanos de la política) han acabado agarrados a los faldones del partido de los nietos de Fraga Iribarne. Los que abominan del eslogan “Las calles serán siempre nuestras”, identificados con la sigla del autor de “La calle es mía”…
Esto, en cuanto a las élites pensantes y dirigentes. Entre la masa simpatizante y votante, el desplazamiento ha sido aún más rotundo: hacia Vox. Si los electores naranjas del pasado abril, o del 2015-16, lo hubieran sido por el programa reformista y anticorrupción, quizás ahora la decepción con Rivera les habría llevado hacia el PSOE-PSC. No ha sido así en absoluto. Lanzándose en brazos de Abascal han evidenciado que de Ciudadanos les atraía fundamentalmente el españolismo agresivo y anticatalanista, y en él han encontrado una expresión más contundente.
ARA