“Mi país es tan pequeño…”, canta Lluís Llach. Pequeño… y listo, me permito añadir. Te alejas cinco días y, cuando vuelves, descubres que, en tu breve ausencia, se ha inventado nada menos que el “catalanismo no nacionalista”, si hemos de dar crédito a la terminología del portavoz oficioso de la cosa, el diario ‘La Vanguardia’.
Resulta que el pasado 18 de septiembre, en un céntrico restaurante del Eixample barcelonés, se reunieron diecinueve próceres -personas muy respetables, pero con un cierto ‘gap’ entre sus ínfulas de generales y la modestia de las tropas que las siguen- y, entre plato y plato, resolvieron mandar al carajo a Enric Prat de la Riba, Antoni Rovira i Virgili, Josep Pallach y toda la tradición del catalanismo político de los últimos ciento veinticinco años.
Sí, es cierto que, en el documento final que una parte -sólo una parte- de los asistentes suscribieron, se reclama el reconocimiento de “la identidad nacional de Cataluña” y de “su singularidad”. Ahora, si los promotores del encuentro han permitido sin rectificarlo que el diario de los Godó los describa como “catalanistas no nacionalistas”, será porque se sienten bien definidos; porque, si afirmas sin rodeos que Cataluña es una nación, alguien sostendrá que, como tal, tiene derecho a la autodeterminación y a un Estado propio, y… más vale cortarlo de raíz. Por otra parte, y conocidas sus trayectorias políticas previas, no se acaba de ver cómo un Josep Ramon Bosch -fundador de Somatemps y exlíder de Sociedad Civil- o un Santiago Fisas -exconseller de Cultura y Deportes de la Comunidad de Madrid con Esperanza Aguirre- podrían llevar la etiqueta de “nacionalistas catalanes”, por muy descolorida que fuera.
De todos modos, la reunión a la que me refiero no era un seminario de debate ideológico, sino un encuentro político con indisimulados propósitos electorales. Desde esta perspectiva, y por lo que se ha hecho público, el balance es francamente modesto. La representación de Convergents -su número uno, Germà Gordó, tiene ahora mismo otras preocupaciones- no firmó el manifiesto final del encuentro porque -como era natural, vistos los ‘partners’- no recogía ningún planteamiento soberanista. Unidos para Avanzar, que tenía algunos miembros a título personal, apuesta por preservar el pequeño espacio institucional que ha conseguido a la sombra del PSC y se ha desentendido completamente de la iniciativa. Así pues, quedan comprometidos los ‘Lliures’ (‘Libres’) de Fernández Teixidó y la Lliga Democràtica -dos colectivos cuya fuerza electoral queda por descubrir, aparte del grupúsculo integrista que pivota hace años en torno a Josep Miró i Ardèvol y que ahora se llama Círculo Carlomagno.
No parece gran cosa ni que tenga mucho ‘sex-appeal’ electoral, incluso si el espacio PDECat-Junts per Catalunya-Crida Nacional per la República sigue sembrando la confusión y el desconcierto entre los antiguos votantes de CiU, o en lo que queda de ella. Peor aún: la víspera de la comida que comento se disoció -de encuentro y de la flamante Lliga democràtica- la concejala barcelonesa con Manuel Valls Eva Parera; que quizás en otra cosa no, pero en instinto de supervivencia política y olfato para oler oportunidades de cargo posee un doctorado. No es un buen presagio, no; más bien hace pensar en la famosa cita de Horacio: ‘Parturient montes, nascetur ridiculus mus’ (Parirán las montañas, y nacerá un ridículo ratón).
En cuanto a los amigos, conocidos, saludados y desconocidos que se reunieron hace dos fines de semana en Poblet bajo el rótulo ‘El país de mañana’, creo sin sombra de condescendencia que el suyo es un planteamiento razonado y serio, susceptible de atraer a muchos nacionalistas, soberanistas, aun independentistas hoy fatigados y decepcionados por el balance de este último bienio. Los objetivos que han hecho públicos (recuperación del texto del Estatuto de 2006 que la ciudadanía votó en referéndum; competencias reforzadas en educación, lengua, cultura, derecho civil e inmigración; una especie de concierto económico solidario, y una financiación blindado; eventualmente, una reforma de la Constitución; participación de Cataluña en las estructuras de la Unión Europea), así como su rechazo del trato judicial a los líderes independentistas, podrían hacer de estos elementos programáticos la plataforma de un independentismo gradualista que decidiera tomarse cinco o diez años de respiro para fortalecer su musculatura social y ampliar -y clarificar- sus bases ideológicas.
Apenas hay un pequeño problema, que los promotores del encuentro de Poblet deben conocer y deberían admitir, si quieren ser honestos: muchos de sus objetivos chocan de frente con la doctrina emanada del Tribunal Constitucional desde la sentencia de 2010, y los otros son políticamente ilusorios en un escenario partidista español donde el hemisferio derecho quiere liquidar el autogobierno catalán y el hemisferio izquierdo está dispuesto a colaborar o consentirlo por miedo a parecer poco patriota. Vamos, que el programa de Poblet es tanto o más imposible que la independencia por mutuo acuerdo. El Estado sólo ofrece la rendición incondicional.
ARA