El objetivo del PSOE es ganar en Catalunya para poder decir que el independentismo no es mayoritario, y ofrecer alguna limosna estatutaria desde una posición de ventaja que le permita estabilizar España. El objetivo de los líderes de ERC (Rufián, Junqueras y Sol) es comerse a Podemos para poder ocupar el espacio hegemónico de la antigua CiU y desde aquí avanzar hacia la independencia eternamente. El objetivo de los partidos pujolistas es poner los huevos en todos cestos identitarios disponibles y esperar que Podemos diezme a los republicanos, cuando los electores antimonárquicos e incluso algunos independentistas se encuentren en el dilema de votar entre la copia o el original.
La pinza que el PSOE y ERC le han hecho a Podemos no tiene en cuenta que el obstáculo que bloquea a España es la simple existencia de la nación catalana. Tanto da lo que digan los partidos, porque más allá de la retórica, el sistema español tiene un agujero de más de dos millones de votantes que la democracia de Madrid no puede absorber. Pedro Sánchez, y cualquier aspirante a presidente, se encontrará siempre prisionero de este problema. En 2014, Inés Arrimadas ya dijo que su solución era construir el futuro de la democracia española prescindiendo del independentismo. Mientras Ciudadanos insista en esta estrategia, el PSOE y el PP no tendrán margen de maniobra y los fantasmas irán saliendo como locos del armario.
Los votantes del 1 de octubre continúan dictando el ritmo y la evolución de la democracia española. El espacio existencial que estos votantes ocupan en la vida social catalana sencillamente no se puede neutralizar si no es con el exterminio físico, como se hacía en otras épocas. Los violines de Rufián, de Sánchez y de Pablo Iglesias a favor de la justicia social solo conseguirán ir radicalizando a los catalanes y a los españoles. Da lo mismo que ERC y Podemos se plieguen a los Borbones para intentar salvar la situación. El rey de España, heredero de Franco, no tiene suficiente prestigio ni histórico ni personal para dar una alternativa al referéndum de autodeterminación.
Es bueno recordar que cuanto más protagonismo tiene el rey en la política española, peor suelen ir las cosas en Madrid. Siempre que se utiliza al rey para tapar los agujeros que provocan los intentos de españolizar la nación catalana, el Estado acaba colapsándose. Cuando el PP de Aznar creyó que podría asimilar electoralmente a Cataluña, intentó atar de pies y manos la monarquía para normalizar el país. La jugada le salió tan mal que el PSOE de Zapatero ganó las elecciones, contra pronóstico, después del atentado de Atocha iniciando el ciclo político que ha destapado los anhelos independentistas.
Como los dirigentes catalanes no se creen sus propias acciones aumentan el caos y la confusión política. Los votantes del 1 de octubre siempre acabarán cortando la retirada a los partidos procesistas, de una manera u otra, por el solo hecho de vivir y respirar en Cataluña. Ya hemos visto los esfuerzos que Rufián ha hecho para conseguir que el Plan Sánchez saliera adelante, y también la inanidad de los proyectos catalanistas que se organizan en el entorno de la antigua Convergència mientras Pedralbes espera que llegue el nuevo general Mola. Por más que Iglesias se deje humillar por el Estado siempre será tratado como un paria, mientras Cataluña forme parte de España.
Si me permiten el ‘spoiler’, el final de este vodevil está cantado. Tarde o temprano se volverá a producir otro choque entre Cataluña y España. Si Cataluña no coloca antes unos dirigentes con cara y ojos, que se crean lo que dicen, volveremos a perder. Los que lo pagarán más caro, como siempre, serán los valencianos y los mallorquines. A medida que la situación se complique las Illes Balears y el País Valenciano también acentuarán el colapso de la democracia española y emergerá la pervivencia histórica de esto que denominamos, tímidamente, los países catalanes.
Al final, o bien Europa verá la aparición de un Estado catalán o bien verá como España se convierte en Turquía dentro de sus fronteras, después de algún descalabro más o menos pintoresco. Si yo fuera un burócrata de Bruselas, y no fuera tan imbécil de pensar que Europa acaba en los Pirineos, padecería más por España que por el Brexit.
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