Sí: el independentismo también está amenazado por el populismo. Y no es que sea un riesgo sino que ya es un hecho, aunque de proporciones difíciles de medir. Aún más: a medida que se aplaza la promesa de la emancipación, si no se pone remedio, se podría ir extendiendo como la pólvora. Y, desde mi punto de vista, el independentismo populista puede terminar siendo la carcoma que, junto con la guerra sucia que le hace el Estado español, lo lleve si no a la derrota definitiva sí a un incierto aplazamiento de la victoria final que quedaría para futuras generaciones.
Es cierto que el populismo es una amenaza general. No sólo hay populismo en la derecha reaccionaria o fascista, sino que también los hay en la izquierda -sólo hay que observar movimientos como el 5 Estrellas o el 15-M y los partidos hacia los que han evolucionado-. Y con este nombre u otros, encontramos populismoa a lo largo del tiempo y en todo tipo de regímenes políticos y económicos. En el peronismo argentino o en el maoísmo chino. Y es que el populismo -creer en la superioridad moral del pueblo frente a la maldad intrínseca de sus elites- es una debilidad propia de los tiempos de crisis de la democracia… si es que alguna vez la democracia no ha estado en crisis.
El caso es que acostumbrados a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, pero sobre todo condicionados por no querer cargar más el mochuelo a un movimiento duramente castigado por la represión, tal vez se ha sido demasiado benévolo a la hora de denunciar las expresiones populistas. Pienso en la idealización de la noción ‘pueblo’, en nombre del cual se habla en vano y cada uno le hace decir lo que quiere. Por contraste, es grave el antipartidismo que de ello se deriva. La legítima crítica a los partidos no se puede reducir al supuesto injurioso de estar dirigidos por unos individuos que sólo estarían preocupados por la “paguita” o la “poltrona”. La descalificación global de los partidos por los supuestos engaños y cobardías de sus líderes, y más cuando han sido las principales víctimas de la represión, es de cobardes amparados por el anonimato de la red o la comodidad de la tertulia y la tribuna escrita. Analicemos los errores o las imprevisiones, o los miedos. Si lo desean, censuremos sus cambios radicales -y a veces incomprensibles- de estrategia. Argumentemos y propongamos. Pero de ahí a señalar traidores y traiciones, hay mucha distancia.
También forma parte de la emoción populista ver por todas partes conspiraciones que sólo favorecen la desconfianza general. Y, claro, es populismo suponer que con una autoatribuida razón -y sobre todo con una no probada capacidad revolucionaria- el pueblo solito se basta para vencer. La exaltación populista que denuncia a quienes con el lirio en la mano y que sueña batallas campales por las calles es, también, otra forma de ‘lirismo’ ingenuo. Se ha de querer la iniciativa en el combate, pero sin menospreciar las armas del adversario.
Y dos consideraciones finales. Primera: la información política que se complace en destacar sólo lo que califica, con arrogancia y desconsideración, de “rencillas”, o que confunde el análisis con la propagación de una mirada cínica y que es incapaz de ofrecer claves de interpretación para entender la complejidad del conflicto, también alimenta el populismo. Y segunda: el independentismo actual ha sido un movimiento que ha ido de abajo arriba. Es fácil ver los orígenes de este “abajo” a principios de este siglo y analizar su desarrollo. Pero la fuerza le viene de haber condicionado el “arriba”. El “abajo” necesita el “arriba”, y viceversa. Sólo con el “abajo”, el independentismo sería un sálvese quien pueda. Y si acabara siendo sólo un “arriba”, para mí, ¡a tomar viento!
Cuidado, pues, con el independentismo populista, cuyo principal daño es que simplifica la realidad y crea falsas expectativas. Como ya había escrito Antoni Rovira i Virgili en ‘Defensa de la democracia’ (1930): “El iluso de hoy es el desengañado de mañana. Un pueblo de ilusos o dirigido por ilusos tendría un trágico futuro”.
ARA