El recuerdo de Simone Weil, cuando el independentismo y el Estado temen el vacío

Simone Weil, gran pensadora mística y mártir de la misma exigencia ética, dejó escrito el siguiente pensamiento, que traduzco dando un rodeo idiomático: ‘Una roca en nuestro camino. Lanzarnos sobre esta roca como si, habiendo alcanzado una cierta intensidad del deseo, ya no existiera. El deseo contiene algo de lo absoluto y si falla (una vez consumida su energía), el absoluto se traslada al obstáculo. Esto produce el estado de ánimo de los derrotados, de los oprimidos’.

Me he tenido que parar en este aforismo y meditar sus implicaciones en la situación actual del movimiento catalán. Durante años, el deseo de justicia, medio enterrado en el victimismo oficial, fue aumentando y la energía social salida de la dinamo del proceso llegó a deslumbrar las voluntades hasta hacer creer que el obstáculo no existía, o que se podía obviar fácilmente. Un año o dos antes del referéndum, algunos amigos me aseguraban que aquello era imparable, miembros del gobierno decían en privado que la independencia era cosa de meses y la consigna más repetida era ‘lo lograremos’. Antes de octubre de 2017 se instaló una confianza ciega en la fuerza de aquel deseo y se creyó fácil apartar las piedras del camino. Quizá la manifestación más extrema de aquella confianza fue el vídeo de la CUP en que los líderes del partido, tras arrastrar pesadamente una vieja camioneta Volkswagen, la despeñaban en un risco y luego se ponían a bailar el mambo. Y efectivamente, el mambo llegó con las cargas de la policía, la disolución del parlamento, la ofensiva económica y judicial, la intoxicación mediática y la contraofensiva diplomática. La roca sobre la que se lanzó el independentismo existía, era dura, compacta y aparentemente maciza.

Al comprobarlo, el estado de ánimo se invirtió. La voluntad política falló y la energía, privada de aplicación, cayó en entropía. La brizna de absoluto en la determinación con la que la gente aguantó los golpes con la convicción del derecho defendido se trasladó a la piedra y el Estado volvió a ser el Estado absoluto, con la separación de poderes definitivamente descabalgada sin cuidado de aparentar imparcialidad judicial. Dicho sea de paso, la apoteosis de Xavier Melero como abogado estrella en el juicio a los presos políticos es la pieza de convicción del estado de ánimo prevaleciente. Melero, con su tecnicismo y extraordinaria deferencia hacia el tribunal, contribuyó como ningún otro al simulacro de imparcialidad del juicio, llegando a elogiar la sesgada actuación del juez Marchena en complicidad con la corrupción del sistema. Justificaba, pues, con argumentos formalmente exquisitos, la sentencia que pronunciará un tribunal politizado hasta la médula. Pensar que Melero actuó en interés de su cliente es tanto como creer que un defensor militar actuaba en interés de los encausados en los consejos de guerra durante la guerra civil y después. Melero jugó hábilmente aspectos de procedimiento dentro de las reglas que imponía Marchena, sin cuestionar en ningún momento las trampas del juez, como sí hicieron los otros letrados en vista de los numerosos abusos del presidente de la sala. Y, a diferencia de otros, Melero no ha denunciado nunca la naturaleza política de la causa, que, por esta razón, las defensas no deberían haber aceptado como un procedimiento penal ordinario.

La angustiosa sensación de impotencia y desorientación del independentismo, en vivo contraste con la resistencia activa de los ciudadanos de Hong Kong, comparte causa con la euforia anterior y es igualmente peligrosa, porque es su inversión simétrica. Ante la represión, la fuerza proyectada por el deseo rebota como en un espejo y genera el imaginario de una capacidad represiva absoluta allí donde hay una fuerza relativa, y donde la dureza pétrea, o mejor dicho empedrada, disimula el vacío cordial de un Estado carcomido.

El problema de fondo, que tanto vale para la crisis española como para la esperanza (ahora desesperanza) catalana, es el miedo al vacío. Para crear, el vacío es imprescindible. Dios crea el mundo de la nada. Y para salir de la corrupción sistémica y adentrarse en una democracia prístina, España debería aceptar el vacío que tiene delante y que le hace sentir vértigo. El vacío necesario para expulsar al fascismo del sistema político y de la sociedad, los poderes lo rellenaron con los detritus del sistema anterior y esquivaron el salto sobre el abismo con el ardid ‘de la ley a la ley’. Fue así como los herederos y beneficiarios del golpe de estado y de los numerosos crímenes contra la humanidad embalsamaron la dictadura y evitaron renacer en un cuerpo y un espíritu nuevos.

Hace dos años que los catalanes llegaron ante otro acantilado. La CUP lo entendió perfectamente, pero ni ellos ni los demás partidos acabaron por despeñar por ella la destartalada autonomía. Asustado por el hueco abierto a sus pies, el independentismo volvió la espalda y desde entonces busca la cuadratura del círculo. Lucha por conservar el viejo Volkswagen mientras bordea el precipicio atraído por el vacío, pero sin decidirse a saltar fuera de la historia. Porque el vacío, que también es sinónimo de eternidad, no admite eternizarse en el tiempo y en cuanto se hace, reclama ser ocupado por algo. Entonces, si la energía creadora se paraliza, el vacío lo ocupa la energía de más bajo nivel de manera ineluctable.

Expresado con otro aforismo de Weil: para que haya un Dios (o, dicho secularmente, para que haya esperanza), en el mundo ha de haber algún tipo de vacío. Y esto presupone el mal. La interdicción cristiana de no resistir al mal hay que leerla no en clave de derrotismo sino en clave metafísica. El mal es tan inevitable como la gravedad y nunca será eliminado. Su fuerza es correlativa con la intensidad de la esperanza, y su acción, un baremo de la fuerza de la misma. A quienes afirman que el proceso ha llamado a la barbarie de la extrema derecha hay que darles la razón. La represión, el punto de inflexión de la que llegará con la sentencia de los presos políticos, se alimenta de la energía degradada que arrastra al Estado hacia la falta de ética, donde su existencia acabará siendo insostenible. El independentismo no debería oponerse a esta degradación, sino considerarla una consecuencia natural del ejercicio ilimitado del poder. El intento de algunos partidos catalanes de apuntalar la opción relativamente moderada en el ejercicio de este mismo poder sólo puede terminar arrastrando al independentismo a la corrupción que devora al Estado y que ya salpicó la política autonomista mientras fue deudora del mismo.

Es necesario que la reacción a la sentencia sea tocada por la gracia con que los votantes del Primero de Octubre se enfrentaron al mal sin resistirse. Ese día fue el Estado el que se lanzó ingenuamente sobre una roca y casi se descalabra. Desde entonces, el error del independentismo ha sido confundir los términos de la relación. Porque, lejos de creer que el absoluto radica en el obstáculo, convenía que fuera el obstáculo, es decir, el Estado, quien infiriese de su derrota el absoluto del deseo popular. Y convenía que los partidos se fortalecieran con la energía que brotaba de la dignidad colectiva. En lugar de eso, han hecho lo que han podido para disiparla y producir el estado de ánimo de derrotados que, si no se afianza en la raíz inextinguible del deseo, dará paso al estado de ánimo de los oprimidos.

Weil tiene otro aforismo que resulta apropiado aquí a modo de advertencia: no se ha de buscar el vacío, pues sería tentar a Dios (o la suerte) si diéramos por seguro el pan sobrenatural que lo llenaría. Pero tampoco hemos de huir del vacío. La independencia no es segura, como creían y creen todavía algunos incautos, pero por otro lado tampoco es imposible. Contar con el milagro de una intervención si no sobrenatural sí internacional, como se contó en octubre del 2017, sería ingenuo. Pero si la historia presenta la necesidad del vacío, también sería imprudente volverle la espalda, pues la necesidad, como la fuerza de la gravedad, literalmente mueve montañas y una piedra vacía, una geoda, pesa menos de lo que aparenta.

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Un kremlinólogo en Cataluña

Vicent Partal

En la vieja Unión Soviética, en Moscú, entre los periodistas y los políticos, eran muy preciados y respetados los llamados ‘kremlinólogos’. Eran grandes expertos en leer entre líneas, en mirar aquellos detalles que a la gente corriente se nos escapaban y darles sentido. Se fijaban, por ejemplo, en quién aparecía en cada fotografía y junto a quién. O qué cambios había en el orden en que estaban sentados los dirigentes en las reuniones. Evidentemente, la aparición de nuevas palabras o neologismos, más aún en aquella absurda y retorcida forma de contar las cosas que gastaban en Moscú, delataba enseguida los engaños de las apariencias. Y los gestos. Y los titulares de los periódicos y del orden de noticias en los informativos. Por ejemplo, cuando el Kremlin presentó un candidato contra Yeltsin en las elecciones municipales de Moscú, en 1989, el hecho de que fuera el director de la fábrica de las limusinas que usaban los jerarcas -Bràkov, creo recordar que se llamaba- dio pie a una tesis más que interesante sobre el reparto de fuerzas dentro del régimen, que acabó siendo cierta. Sería frívolo si dijera que era una época divertida, pero reconozco que era muy interesante y que esa manera de mirar los detalles agudizaba la mente. A mí, al menos, me enseñó mucho.

Ahora que el curso político vuelve a empezar, la situación del Principado me recuerda mucho a aquella que escrutaban los kremlinólogos. Es interesante observar qué aparece en según qué fotografías. Interesante quién publica según qué noticias, qué día, diciendo qué y utilizando qué adjetivos -más interesante aún en medio de el escándalo por el reparto partidista de la publicidad de la Generalitat, que aporta pistas muy significativas sobre quién instrumentaliza qué. Incluso es interesante de leer en Twitter y comparar qué destaca cada uno de unas mismas declaraciones. Es interesante observar, de hecho, cómo aparecen palabras completamente nuevas en el horizonte, de repente, pronunciadas por personas que de entrada no encajan. Y, naturalmente, es muy goloso descubrir que se hacen reuniones al máximo nivel, que algunos querrían discretas y otros querrían dinamitar sin que se notara quién enciende la mecha. Es llamativo, especialmente, observar el conjunto de iniciativas que se acumulan de una manera extrañamente desordenada. Y como siempre están los rumores. Esto de los rumores es especialmente peligroso y hay que tratarlo con un cuidado extremo, pero incluso cuando son tóxicos es iluminador entender su mecanismo, comprobar su construcción.

No pretendo ahora hacer de kremlinólogo, esto no es la Unión Soviética y no tendría sentido. Pero tengo que decir que, utilizando ese método, tengo la sensación de que, finalmente, algunas cosas se mueven. Y que sería lógico que antes del Once de Septiembre, o como mucho antes del Primero de Octubre, tuviéramos las ideas más claras sobre qué pasa.

No es que haya milagros, que esto no ocurre nunca. Ni que se haya resuelto nada que lo vaya a cambiar todo de un día para otro. Esto no ocurrirá. Más bien parece que hemos llegado al agotamiento del ciclo que marcaban el juicio del proceso y la tanda de elecciones y que hay mucha gente consciente de que por donde íbamos no vamos a ninguna parte y que, de manera generosa, se esfuerza por superar el partidismo y en encontrar una ruta para transitar.

Es evidente que el juicio no se ha sabido aprovechar políticamente. Las elecciones, si acaso, han dejado claro que la gente tiene muy poco interés en la pugna de éste contra aquél. Las posibles elecciones españolas de noviembre y la batalla por si se deben hacer elecciones autonómicas en Cataluña o no, todavía nos entretendrá un tiempo. Pero este elemento nuevo de ‘la confrontación’, que casi todo el mundo, con matices tan notables como comprensibles, hace pocos días que ha empezado a poner sobre la mesa, podría conducir a un vuelco de los acontecimientos, al menos de las intenciones. No hay que olvidar que, desde el 21-D, en la práctica, la confrontación es lo que toda la clase política e incluso en algunos momentos las asociaciones civiles han intentado evitar. Y por eso el kremlinólogo que aún queda dentro de mí, después de tantos años, se pregunta qué significa todo esto y qué quiere indicar qué pasará ahora. Quizá, como decía el admirado Raimon, ‘quien pregunta ya responde’.

PS (1). Durante el mes de agosto en VilaWeb hemos publicado cada día un mapa para ayudar a entender el mundo y saber cómo se leen estos instrumentos fundamentales de la cultura y la política que son los mapas. El resumen de los treinta y uno, por si les apetece divertirse un rato, lo encontrará aquí: https://www.vilaweb.cat/noticies/trenta-un-mapes-per-entendre-el-mon/.

PS (2). Joan Ramon Resina nos va acostumbrando a comenzar la semana con sus afilados apuntes sobre la actualidad. Hoy creo que da la explicación más diáfana y acertada que he leído nunca sobre el porqué del cambio de actitud del independentismo después del 27 de octubre. Les recomiendo mucho que lo lean: ‘El recuerdo de Simone Weil, cuando el independentismo y el Estado temen el vacío’.

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