Una bomba en la Barceloneta: el pasado siempre es un prólogo

La aproximada calma veraniega de Barcelona se vio sacudida ayer por un descubrimiento que causó sensación. Dicen, dicen, que un guardia civil que se bañaba en la playa de Sant Sebastià encontró un obús, seguramente de la guerra del 1936-39 y esto originó un operativo muy aparatoso que cerró la playa y que parece que no se terminará hasta hoy.

La primera noticia hablaba de un artefacto explosivo en la playa y causó una alarma lógica. Pero, muy pronto, cuando se supo que la cosa pasaba en el agua, todo el mundo entendió que se trataba de una reliquia del pasado. Que no es que no fuera peligrosa, pero que era peligrosa de otro modo. Cuando la recuperen del todo sabremos de que se trata, pero casi seguro que es uno de los miles de proyectiles que cayeron sobre Barcelona por orden de Franco, probablemente de una avioneta Saboya fascista italiana. Un libro extraordinario de las historiadoras Laia Arañó y Mireia Capdevila documenta al detalle los ataques que la ciudad recibió justo antes de caer en las manos del régimen, repasando los miles de bombas que cayeron por toda su geografía. Incluso nueve fueron a parar al cementerio del Poblenou, para no dejar a la gente ni enterrar los muertos en paz. Una podría ser ésta, que, por suerte, cayó al mar.

Es posible que yo dé mucha importancia a la historia, pero me ha sorprendido que nadie pensara qué hacía aquella bomba, dormida en la playa de Sant Sebastià, cómo es que había llegado allí. Y que no pareciera interesar a nadie quién la había tirado. Las bombas, estas bombas, caen del cielo, sí, pero no caen solas. Hay quien las tira.

Me ha parecido especialmente vivo el contraste entre esta indiferencia histórica generalizada y dos muestras groseras de manipulación histórica también de estas últimas horas. Hablo de las posiciones del gobierno español sobre la Vía Báltica y sobre la liberación de París.

De la Vía Báltica España ha llegado a decir, sin ninguna vergüenza, que era a favor de la unidad de los países bálticos y con Europa, no por la independencia. Cuando es obvio y sabido qué pasó: la Vía Báltica se hizo el 23 de agosto de 1989 porque el 23 de agosto de 1939, pocos meses después de haber caído la bomba en la playa de la Barceloneta, la URSS había pactado con la Alemania nazi que Estonia, Letonia y Lituania pasaran bajo el control ruso.

En cuanto a la liberación de París, decir, como han dicho, que España participó en ella es una mentira de una indecencia colosal. Los héroes de ‘La Nueve’ eran republicanos españoles, sí, pero oficialmente apátridas. Cuando los nazis preguntaron a Serrano Súñer qué debían hacer con los republicanos que se encontraban por toda Europa respondió: ‘no hay españoles fuera de España’. Pero, de repente, si valen para la propaganda, no hay ningún problema en manipularlos. Es como si dentro de décadas nos explicasen la odisea del Open Arms diciendo que España luchó por salvar a los náufragos del Mediterráneo.

Peor aún, de hecho. Porque hay que recordar que todavía hoy el Estado español se encarga de recuperar cuerpos de soldados de la División Azul muertos luchando junto a los nazis en la guerra en Rusia, cuando Hitler y Stalin hacían el pacto que años después denunciaría la Vía Báltica, mientras que no mueve un dedo por los republicanos demócratas que lucharon contra el autoritarismo aquí y fuera.

Y no hay que ir muy lejos para indignarse: el progre ministro Marlaska ha reconocido ahora como primer muerto oficial por ‘terrorismo’ en España al guardia civil Francisco de Fuentes Fuentes y Castilla Portugal. Lo mató, para salvar la vida cuando cayó en medio de una emboscada, Quico Sabaté, el luchador anarquista del maquis que resistió contra el franquismo hasta que lo asesinaron en 1960. Un luchador demócrata que ahora, de repente y gracias al gobierno del PSOE, ha pasado a ser el primer terrorista mientras oficialmente se rinden honores al franquista que lo acosaba, compañero de quienes dejaron caer las bombas sobre Barcelona.

Vuelvo a la Báltica. Hoy incluso España, a regañadientes y escondiendo la verdad, se ve obligada a felicitar a los tres pueblos bálticos, que se levantaron contra la opresión con aquel gesto de desobediencia pacífica. Pero lo hace porque ganaron y porque como ganadores han escrito una historia que ahora ya no se pueden permitir el lujo de ignorar públicamente ni de menospreciar. Y esa es la diferencia esencial con la bomba de la Barceloneta. La diferencia es que aquí todavía necesitamos ganar. Y para conseguirlo debemos seguir trabajando cada día y nos debemos hacer conscientes de la realidad en que vivimos y de lo importante que es el pasado a donde nos transporta. Porque la historia, eso no lo olviden nunca, siempre es el prólogo del libro que escribimos.

PS: Tres detalles para los pesimistas que disfrutan con aguar las cosas:

– Diez años antes de la Vía Báltica sólo cuatro estonios, Marte Niklus, Endel Ratas, Enn Tarto y Erik Udama, se atrevieron a firmar un manifiesto que denunciaba la anexión. Cuatro. En todo Estonia.

– La Vía Báltica se organizó en sólo seis semanas.

– La independencia de Estonia fue proclamada el 16 de noviembre de 1988 sin hacerse efectiva. Volvió a ser proclamada el 20 de agosto de 1991. Y fue reconocida por la URSS y otros países el 6 de septiembre de ese año en medio de una crisis colosal en Moscú.

– Los estonios no se cansaron de luchar nunca, ni cuando las divisiones partidistas llegaron al punto de que dos instituciones separadas y enfrentadas entre sí declararon la independencia cada una por su lado. Y siempre entendieron que recuperar la historia y combatir sus efectos manipuladores era un ejercicio clave para ganar la libertad.

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